“En la educación del niño cierto grado de firmeza es emocionalmente asumible, de injusticia no”.
Con esta cita comienza mi último libro: Comprender y educar las emociones infantiles. Esa reflexión es fruto de mi experiencia primero como niño, después como maestro de escuela y, desde hace años, como terapeuta y como padre. Y, además, me ha sido corroborada por otras/os maestras/os de educación infantil y primaria a lo largo de los años que llevo impartiendo formaciones de Educación Emocional Infantil.
Firmeza y amor son dos factores de una ecuación educativa en la que los padres y madres por un lado y los docentes por otro han de hacer sus cálculos para dar con la combinación adecuada para cada caso. En este artículo quiero referirme a las familias como eje de la educación emocional de las niñas y niños.
La emocionalidad de un ser humano se configura, aproximadamente, en un 90 % entre los cero y los seis años, y en un 95% hasta los nueve años. Hasta los seis años el infante aprende a través de mecanismos de imitación. Su cerebro es un gran captador de palabras, actitudes y conductas de aquellas personas que le rodean. En esta temprana edad no existe el pensamiento abstracto, por lo que la capacidad reflexiva no es posible, al menos como la entendemos los adultos. El niño y la niña establecen su emocionalidad a base de programas emocionales y mentales que se van configurando con la información a la que pueden acceder, sin discriminar reflexivamente qué es sano y qué es insano.
Desgraciadamente, a los niños y niñas hay que educarles, pero… ¿qué es educar? Según el Diccionario de uso del español María Moliner educar es: 1. Preparar la inteligencia y el carácter de los niños para que vivan en sociedad. 2. Ejercitar los sentidos, la sensibilidad o el gusto para que aprendan a distinguir lo bueno o que tiene valor de lo malo o que no lo tiene.
En mi condición de padre, de maestro de escuela y de terapeuta la educación es una constante y aunque estoy de acuerdo con las dos definiciones, me siento más afín a la segunda. Obviamente hay cientos de definiciones más o menos amplias y en función de muchos modelos de educación. Ahora bien, no llego a imaginar una educación en la que no sea necesario poner algún límite al niño y la niña, aunque sea para que no se haga un daño irreversible. Dentro de este margen de seguridad se puede educar a través de muchas filosofías y estrategias, pero no creo que nadie en sus cabales deje que un hijo o hija salte por una ventana de un cuarto piso o beba de una botella de lejía sólo para que aprenda.
En ese marco de educación física, emocional, mental y social (me abstengo de hablar de la energética y la espiritual) el amor y la firmeza son dos principios que pueden servir de referencia a la hora de poner límites. Los diferentes grados de aplicación y combinación de estos dos factores dan lugar a cuatro tipos generales de educación: negligente, indulgente, de autoritarismo y de autoridad.
Estableceré primero de qué están hechas la firmeza y el amor para luego presentar y explicar las cuatro combinaciones de ambos conceptos.
La firmeza implica: atención, límites, explicaciones, claridad, resolutividad, coherencia, respeto, ejemplaridad, ecuanimidad, serenidad, conciencia, etc.
El amor implica: atención, cariño, respeto, contacto, interacción, comprensión, aceptación, empatía, dedicación, etc.
La combinación de estos dos factores puede dar lugar a los cuatro tipos de educación:
Educación negligente (poco o nada de amor y poca o ninguna firmeza). El niño/a no percibe ni firmeza ni amor. No se siente atendido ni tiene límites en los que situarse. Estos padres se preocupan poco de sus hijos y no se implican en sus interacciones cotidianas, ofreciendo solo los cuidados básicos.
Educación indulgente (mucho amor y poca o ninguna firmeza). El niño/a se siente amado pero no hay límites para él/ella, por lo que tampoco encuentra un espacio emocional y relacional en el que situarse claramente. Estos padres aman de verdad a sus hijos, pero tienen poca capacidad para establecer e imponer reglas. Por lo tanto evitan la confrontación y rara vez exigen conformidad a las reglas de la familia.
Educación desde el autoritarismo (poco o nada amor y mucha firmeza). El niño/a no percibe amor pero sí exigencia. Se le exige pero no se le da, lo que implica una desnutrición emocional y, a menudo, dificultad para gestionar las emociones y sentimientos de amor por falta de ejemplo y experiencia. Ejercer poder sobre los niños es muy importante para estos padres, y a menudo sus hijos les tienen miedo. No intentan explicar sus reglas, las imponen, y no proyectan ningún amor.
Educación desde la autoridad (combinación de amor y firmeza en justa medida). El niño/a percibe amor y atención. El niño siente atención, cariño, respeto, contacto, interacción, empatía, dedicación, límites, explicaciones, claridad, resolutividad, coherencia, respeto, ejemplaridad, ecuanimidad, serenidad, conciencia, etc. Estos padres son exigentes pero se ocupan de sus hijos. Explican sus reglas y estimulan a sus hijos a expresarse. Alientan un gran nivel de autonomía, pero procuran que los niños acepten los valores familiares. Desarrollan una buena comunicación con sus hijos.
De estos cuatro modelos educativos considero que el de autoridad es el que mejores resultados da, pero también es el que más inversión de tiempo y energía requiere. Decidir consciente y constantemente abordar la educación de los niños y niñas desde el amor y firmeza implica un estado de atención y dedicación que no siempre es posible alcanzar. La dinámica laboral y social, los hábitos y usos en las relaciones padres – hijos y los diferentes grados de consciencia en los que se mueven las personas no siempre permiten una adecuada aplicación de estos principios y, a menudo, ni siquiera existe la oportunidad de conocerlos.
En mi último libro, Comprender y educar las emociones infantiles, propongo toda una serie de estrategias y dinámicas que permiten un acercamiento a la Educación Emocional Infantil. Los principios de amor y firmeza son pilares fundamentales de esa educación emocional. A menudo aludo al hecho de que las madres (y algunos padres) dedican varios meses a prepararse las horas que dura el parto, pero que no se preparan casi nada o nada para los años que va a durar la educación de los hijos, ¿no es esto un poco incoherente? Creo imprescindible la formación en este aspecto de la educación, por lo que no sólo he escrito el libro ya mencionado sino que hace años que, en coherencia con las ideas expuestas, se ofrece en el centro Noray Terapia Floral un curso de Educación Emocional Infantil a lo largo de todo un año escolar.
Educar las emociones es educar para un futuro más sano y constructivo, pero la primera educación de los niños empieza en los padres, en educación emocional también.