De manera sencilla, en el marco emocional y relacional, podría entenderse perdonar como “renunciar alguien voluntariamente a castigar una falta u ofensa”. Sin embargo, una definición tan sencilla, a menudo resulta sumamente complicada de realizar, sobre todo cuando la falta u ofensa ha creado una impronta emocional muy dolorosa en la persona.
Prácticamente todo el mundo ha tenido la experiencia del dolor emocional causado por otra persona, a menudo por personas a las que se quiere o en las que se habían depositado confianza, lealtad, expectativas o esperanzas. Cuando esa impronta es provocada por un hecho fortuito, poco grave o por personas con las que no hay conexión emocional, el paso del tiempo puede borrar de la memoria tal circunstancia, por no tener connotaciones emocionales demasiado marcadas pero, cuando tal situación es vivida por la persona de una manera intensa y está en relación con personas cercanas emocionalmente, la impronta puede ser tan fuerte que el dolor asociado a dicha experiencia permanezca activo durante años o, incluso, durante toda la vida. Ese dolor queda grabado en el cerebro y en el corazón, de modo que resulta difícil olvidar tal agravio, pues se llega a sentir como un hierro candente que deja una cicatriz profunda e imborrable. ¿Cómo librarse de ese dolor?, ¿Cómo borrar la impronta dejada en la mente y en el corazón?, ¿se puede olvidar y perdonar?, ¿sirve para algo el tan conocido “perdono pero no olvido”? Muchas son las personas que se hacen estas preguntas. Intentaremos ofrecer unas pautas para, cuando menos, allanar un poco el camino hacia el perdón.
Para ello, partiremos del hecho de que tener que perdonar nos está indicando que vivimos en ego (al menos en parte), ya que si viviésemos en consciencia plena no tendríamos esa necesidad. Teniendo en cuenta que más del noventa y nueve por ciento de la población vive en las etapas de ego y consciencia + ego, el hecho de afrontar el perdón hacia el otro es una herramienta de gran importancia para seguir dando pasos en la evolución tanto del individuo como de los grupos y sociedades.
Para poder perdonar lo primero que se debe hacer es aceptar y, aceptar es todo un proceso de aprendizaje que puede llevar años (recomiendo la lectura del artículo Qué significa aceptar). En este caso, se trata de aceptar que el daño causado ya está hecho, pero aceptar no es sólo saberlo, sino recibirlo hasta el fondo de uno mismo, de modo que la experiencia impregne a la persona y la energía del dolor se vaya disolviendo a medida que es vivida y gastada por la persona. Negar o no querer aceptar no va a permitir que la experiencia del dolor atraviese a la persona y se diluya, sino que va a convertir la experiencia en sufrimiento, quizás más llevadero, pero también más tóxico. Por muy doloroso que sea, hay que integrar que “lo pasado, pasado está”, y ya no puede ser evitado ni eliminado. Éste es el primer paso, aceptar que algo doloroso ha sucedido, que no se ha podido evitar, que, aunque parezca increíble, ha pasado a formar parte de la experiencia vital de la persona. Cuanto menos tiempo se tarde en aceptar, antes se trascenderá e integrará la experiencia y antes se sanará.
El segundo paso para lograr el perdón es comprender que si no logramos perdonar, el daño nos lo estamos haciendo nosotros mismos, ya que estará afectándonos emocionalmente como algo insano, por eso la importancia de tener claro que, aunque creamos que la otra persona sufre por no perdonarla, nosotros también sufrimos por no poder perdonar. Una sentencia atribuida a Buda dice así: “Aferrarse al odio es como tomarse veneno y esperar que la otra persona muera”.
En este reconocer que nos dañamos a nosotros mismos es importante desarrollar la capacidad de expresar aquello que resulte molesto, ofensivo o doloroso. Acumular estos sentimientos por una insana idea de buena educación, corrección, bondad o miedo al conflicto no lleva a otra cosa que a guardar en el interior sentimientos que se irán transformando en resentimientos y rencores (incluso odios), a veces conscientes y a veces inconscientes. Sentimientos que, en principio, con una comunicación adecuada no necesitarían tanto del perdón como de una aclaración o explicación pero que, una vez guardados y retestinados, se convierten en un veneno interior que necesita una cura más poderosa que la comunicación asertiva y la aclaración: el perdón. Una acción asertiva de comunicación serena, honesta y amorosa es una actitud mucho más sana que la acumulación y el daño interior que puede llegar a provocar.
Son muchas las personas que dicen que “el tiempo lo cura todo” o que “con el tiempo se me pasará”. Esto, a un nivel mental, tiene su parte de razón, pero eso sucede porque dejamos de darle a ese pensamiento intensidad, frecuencia y duración, es decir, dejamos de prestarle atención. Sin embargo, el plano emocional funciona de manera diferente porque, aunque no se le preste atención mental, el daño sigue grabado en el corazón (simbólicamente) por lo que, en cualquier momento y por una situación activadora, la sensación dolorosa se puede movilizar con mayor o menor intensidad, recordándonos que el daño sigue ahí. De alguna manera, si el dolor (daño, sufrimiento, trauma) sigue en el plano emocional, también va a seguir en el mental aunque sea en el inconsciente o enterrado en la memoria. Si se busca la conexión de lo emocional con lo mental es posible hacerse consciente de la energía psíquica que subyace a la emoción, por lo que se hace necesario sacar el conflicto al exterior dejando a un lado toda idea de que “no debería decir esto” o “no debería pensar esto”, sería una especie de descarga emocional. Los medios para esta descarga emocional son variados: desde escribir lo que se siente de manera consciente o automática hasta irse a la naturaleza a gritar y llorar, pasando por golpear una almohada, confesar esos sentimientos a otra persona (siempre que sea recibido de manera sana), hacer rituales para desapegarse del daño y el conflicto o recurrir a ayuda profesional que favorezca procesos de sanación según diversas técnicas terapéuticas y/o psicológicas. Liberarse de una parte de la tensión ocasionada por el conflicto es una manera de recuperar parte del equilibrio perdido y de suavizar la situación de cara a un futuro acto de perdón.
En el tema del perdón tenemos que tener claro que no todo vale. Se puede perdonar algo pero no hay por qué seguir manteniendo la situación que ha provocado el dolor. Cuando hablamos de aprender a perdonar, es para que alcancemos o recuperemos el estado de equilibrio y serenidad interiores, sin que eso que nos hizo tanto daño en su día nos siga afectando y causándonos algún tipo de sufrimiento consciente o inconscientemente. Aceptar lo sucedido no implica aceptar que siga sucediendo. En ocasiones, si se puede, hay que alejarse de la situación o la persona que causa el dolor. Desde esta perspectiva, muchas veces, para poder perdonar, antes hay que ser capaz de tomar decisiones (recomiendo la lectura del artículo No tomes pastillas, toma decisiones).
Por otro lado, perdonar no garantiza olvidar, ni tampoco que deje de doler, pero sí que transforma la naturaleza del daño interior y puede llegar a impregnarse de una nueva energía que, como se ha visto en muchas ocasiones, llegue a ser Amor en forma de comprensión, compasión, tolerancia, indulgencia, etc. Ésta sería la respuesta más elevada que se podría dar, aunque para ello, ciertamente, hay que recorrer un poderoso camino interior.
El tercer paso (no siempre necesario o posible) es comprender, sin juzgar, las razones por las que la otra persona hizo el daño (según la percepción de quien lo recibe), es decir, tratar de reconocer el “desde dónde” de la otra persona. Cabe recordar que cada uno de nosotros hemos sido educados de una manera diferente y que el mundo emocional de cada persona es único. Cada persona tiene su propio libro de instrucciones interno, configurado con programas emocionales y mentales sanos e insanos, conscientes e inconscientes. Este libro de instrucciones define la manera que cada quien tiene de percibir las situaciones, procesarlas y reaccionar y, no necesariamente, va a coincidir con la manera en que otras personas lo viven, por lo que algo que una persona puede considerar adecuado para otra puede ser totalmente inadecuado e, incluso, doloroso. Conocer y comprender las instrucciones emocionales y mentales de los demás, aunque no se compartan, puede ser de gran ayuda para el proceso del perdón (recomiendo la lectura del artículo Si pudiéramos comprender, no haría falta perdonar, también se puede leer La regla del REC). También hay que tener en cuenta que la acción de conocer las motivaciones de los demás puede ser complicada, ya que no siempre se da una comunicación sana y puede que la otra persona no quiera, no pueda o no sepa explicar las motivaciones de sus acciones. Si éste fuese el caso, el perdón será un acto interior que la persona hace sin necesidad de conocer o comprender las motivaciones de la otra persona o sin tener que estar en contacto con ella. Imaginemos el caso de que la persona que ha realizado la ofensa ya no está en la vida de quien ha sido ofendido y no hay manera de contactar con ella, ¿es entonces imposible el perdón?, por supuesto que no, ya que se trata de un acto que la propia persona hace en lo más íntimo de su ser.
Ese acto de perdón sin depender de la otra persona es otra opción (¿un cuarto paso?). El perdón sería, entonces, un acto interior derivado de la decisión que, tomada en lo más profundo y por el bien propio, lleva a un acto de perdón en el corazón y la mente de la persona, sin necesitar vinculación con la persona ofendedora. Es un acto con sentido per se, sin motivación externa. Podríamos decir que éste sería un acto de perdón más profundo, ya que no necesita de la comprensión de las razones del otro, sino que nace de la aceptación y (sería deseable) del Amor incondicional, sea a sí misma o/y a la otra persona.
A lo largo de la historia grandes pensadores/as y maestros/as han abordado el tema del perdón. Exponemos y explicamos algunos de sus pensamientos.
Decía Buda que:
«Empeñarse en la ira es como aferrarse a un carbón ardiente para arrojárselo a otro: quien se quema eres tú».
Comentemos esta sentencia del maestro espiritual Buda Gautama. ¿Qué es el resentimiento y el rencor sino el veneno destilado de un sufrimiento confinado en el fondo del corazón y de la mente? A veces el dolor es tan inmenso o tan difícil de aceptar que, para poder soportarlo, se convierte en sufrimiento. Ese sufrimiento, a su vez, se encierra en el fondo de la mente y/o de la emocionalidad, de modo que se va pudriendo creando el resentimiento, el rencor o el odio. Este sentimiento es cierto que puede perjudicar a la otra persona, pero no lo es menos que también perjudica a quien lo alberga, porque no hay sentimiento sin energía psíquica y ésta se irradia a todos los planos de la persona. Pero, ¡qué complicado es deshacerse de esos sentimientos!
“A perdonar solo se aprende en la vida cuando a nuestra vez hemos necesitado que nos perdonen mucho”. (Jacinto Benavente)
“Si pudiéramos comprender no haría falta perdonar”. (Padre Ignacio Larrañaga)
Estas dos sentencias ponen a una persona en el punto de vista de la otra, sea porque se ha estado en su situación o porque se la comprende de verdad. Nada como haber pasado por la experiencia para comprender al que la está pasando, aunque no se esté de acuerdo con ello. Comprender no es lo mismo que entender, ya que la compresión tiene componentes mentales y emocionales, lo que permite una conexión más plena con la situación de la otra persona. Haber vivido lo mismo o similar permite a la persona conectar con las posibles razones de quien está ahora en dicha situación, lo que puede facilitar el acto del perdón. Claro que también hay quien tiene mala memoria y ya no se acuerda que eso mismo lo hizo en el pasado…
Martin Luther King afirmó que:
“El que es incapaz de perdonar, es incapaz de amar”.
“Perdonar es el valor de los valientes. Solamente aquel que es bastante fuerte para perdonar una ofensa sabe amar.” (Mahatma Gandhi)
Cuando se habla de amor en estos términos se trata de un concepto de amor que, desgraciadamente, no está al alcance ni de todas las mentes ni de todos los corazones; no olvidemos que todos y todas somos almas en proceso y quizás, en los niveles iniciales y egoicos de dicho proceso, el amor necesario para perdonar todavía no ha alcanzado sus cualidades más apropiadas. Se trata de AMOR, y de cualidades de éste como la indulgencia, la capacidad de aceptar, la comprensión, la compasión e, incluso, la firmeza.
Éstas y otras cualidades hacen del AMOR un estado, una energía y una esencia que trasciende las acciones y reacciones, porque se trata de un estado tan incondicional que lo es en el verdadero y completo sentido de la palabra. Así, perdonar y AMAR se convierten en una y la misma esencia y ya no hace falta perdonar porque se vive en el AMOR. Mientras llegamos a ese estado tan elevado, los que seguimos siendo perfectamente imperfectos humanos podemos practicar la indulgencia y el perdón como pasos que nos han de hacer avanzar por el camino del AMOR.
Sergio García Ortiz
María Antonia Ávila Cantón
José Antonio Sande Martínez
Terapeuta Emocional y floral
Noray Terapia Floral