En muchas ocasiones, cuando hablo con las pacientes, les señalo que tal o cual cuestión es estrés y, sinceramente, parece como si estuviesen escuchando a alguien que habla en otro idioma, porque veo en sus expresiones que se quedan deconcertadas. “¿Que la impaciencia es estrés?, ¿que la tristeza es estrés?, ¿que la culpabilidad es estrés?, pues yo pensaba que el estrés era ponerse nervioso o ir acelerado!” dicen algunas personas. Pues no, porque el estrés físico no es el único que existe, también está el energético, el emocional y el mental.

“El sentimiento de culpabilidad es estresante”

 

Podemos encontrarnos con muchos tipos de estrés: el innato en la persona y el aprendido serían estrés interior, creado por la propia persona, pudiendo manifestarse en el plano físico, en el mental y en el emocional; también están diferentes tipos de estresores[1] externos, fruto de la situación personal, familiar, social, económica, de salud, etc. Como vemos, estrés hay para dar y tomar. Luego están los recursos, la experiencia, la serenidad, la valentía o la determinación que cada persona tenga (o no) para afrontar los factores de estrés. Y no nos podemos olvidar de los condicionamientos educativos familiares y sociales que pueden haber enseñado a un niño o niña que tal o cual cosa es estresante o lo puede ser. Así que la cuestión del estrés ni es simple ni se refiere a una única cuestión. Pondré un ejemplo:
Hay muchas mujeres que han sido educadas en que no pueden salir de casa si no la han dejado limpia y ordenada o, al menos, con las camas perfectamente hechas. Sólo el hecho de pensar que han dejado algo sin recoger puede causarles un estrés mental y emocional durante horas, hasta que llegan a casa y lo hacen, mientras que a sus parejas masculinas les trae absolutamente sin cuidado si la cama está deshecha o los platos sin fregar.

¿Es que las mujeres nacen con ese estresor y los hombres no?, obviamente es una tensión aprendida, fruto de un condicionamiento de generaciones atrás. Sin embargo, muchas mujeres afirman que “me siento bien cuando dejo las camas perfectamente hechas”. Ante esto podríamos preguntar “¿aunque te tengas que levantar media hora antes, aunque te tengas que pelear con tus hijos para que no jueguen encima de las camas hasta que llegue la hora de dormir?”. Se trata de un aprendizaje con un condicionamiento inconsciente que, se vaya a creer o no, deriva del tiempo en el que la valía de la mujer estaba en lo limpia y perfectamente ordenada que estuviese la casa, lo bien planchada que estuviese la raya del pantalón del marido y lo limpia y bien peinada que fuese la prole a la escuela. Las mujeres actuales han heredado las conductas y el tiempo las ha dejado sin contenido, llegando a la actualidad cargadas de estrés pero vacías de las motivaciones originales con las que nacieron tantos años atrás. Toda esta información permanece en el inconsciente colectivo, no sólo para las mujeres, también para los hombres cuando, por ejemplo, se consideran los cabeza de familia y actúan como si ellos fuesen los responsables de traer el sustento a casa mientras que la mujer “debe” quedarse cuidando de los hijos y lo justifican con argumentos tales como “si ella vive como una reina, yo soy el que sale cada día por la puerta para traer el sustento a casa”. Esto también es estrés, en este caso bajo la forma de machismo.

“El inconsciente colectivo está lleno de estresores”

Se trata solamente de un par de ejemplos como muchos otros que se podrían poner. El caso es que a la hora de vivir en estrés, el plano emocional y el “libro de instrucciones interno” de cada persona van a ser únicos a la hora de encontrar factores estresantes, excesos, carencias y miedos que ¿alimentarán al…? exactamente, al ego, a ese constructo psíquico interno tan interesado en que el estrés se le salga por los dientes a las personas, ya que es su alimento favorito. Cualquier emoción que, de manera constante o crónica esté en exceso, en carencia o en miedo va a favorecer estados de estrés interior, automático y consciente o inconsciente que alimenta al ego. Y no solamente esto, sino que el cuerpo lo vive como un estado de alerta permanente que activa las glándulas suprarrenales, productoras de adrenalina y cortisol, lo que pone al sistema nervioso y muscular en alerta para una intervención ante un peligro que… ¡no existe!, un peligro que muy a menudo es anticipado, imaginado o proyectado, pero que no se materializa y, por tanto, no se resuelve. Esto favorece que el estado de estrés se mantenga en el tiempo y en el cuerpo durante semanas, meses o años, provocando efectos negativos tanto en órganos (corazón, riñones, etc.) como en sistemas (nervioso, musculo-esquelético, etc.) y en los diferentes planos de la persona (físico, energético, emocional y mental). Peor aún, el estrés acidifica el cuerpo y le impide realizar adecuadamente funciones de limpieza, afectando también al sistema inmunitario y el funcionamiento correcto de las células y produciendo un desgaste y envejecimiento orgánico.

Muchas personas dirán “pero si yo no estoy estresada”, “no conscientemente, pero sí inconscientemente” sería la respuesta. Aquí es donde entra el proceso de normalización, es decir, que cuando una situación o desajuste emocional o mental se vive constantemente, se llega a normalizar, perdiendo parte de la molestia consciente que ocasiona, pero no por ello deja de afectar internamente, creando estados de alerta, desazón, intranquilidad o nerviosismo. Podríamos hablar de un estrés normalizado o un estrés de bajo nivel pero que sigue afectando a la persona en forma de desajustes (excesos, carencias, miedos) emocionales y mentales a los que no se les da importancia porque “son lo normal” o “llevo toda la vida con esto”. Este estrés de bajo nivel pero cronificado suma y suma en el desgaste físico, energético, emocional y mental, hasta que la persona, sin darse cuenta, llega a un límite que no puede soportar y se produce alguna situación que hace saltar las alarmas: ansiedad, depresión, taquicardias, desmayos, pérdida de visión, alguna enfermedad o síntoma grave, accidentes, etc., que están señalando la necesidad de pararse y observar qué es aquello que no se está haciendo bien en la vida. Si se calma o se anula el síntoma tomando ansiolíticos o antidepresivos, antiálgicos o antiinflamatorios, solamente se elimina la señal de alarma, pero no se atiende verdaderamente a aquellos aspectos internos o externos que causan la alerta, la tensión o el estado de desequilibro emocional o mental. ¿De qué sirve cortarle los cables a la alarma si no se entra en la vivienda y se apaga el fuego?, al final la vivienda se quemará aunque la alarma ya no suene.

“Cortar los cables del estrés con pastillas no es la solución”

Acumular estrés de nivel alto, medio o bajo, estrés consciente o inconsciente, estrés aprendido o provocado, estrés interno o externo es un modo de garantizarse la pérdida de la calidad de vida y posibles enfermedades. No atender a ese estado físico, emocional o mental estresor porque se considera “lo normal” o “de toda la vida” no es una opción sana ni va a hacer que ese estrés desaparezca. Y, por último, es importante saber y reconocer que las emociones fuera de justa medida son estresantes y que éstas están escritas en el libro de instrucciones interno.

Así que cuando el terapeuta emocional (y floral) os diga que la impaciencia, el buenismo, el perfeccionismo o la autoexigencia en exceso son estresantes, que ayudar a todo el mundo, que sufrir o preocuparse innecesariamente por los demás o que la autoestima baja producen estrés no os sorprendáis y escuchad su explicación sin rechazarla porque no cuadra con vuestra idea del estrés. El o la terapeuta emocional sabe de esto. (Recomiendo el artículo El mecánico sabe de coches más que yo).

José Antonio Sande Martínez

Terapeuta emocional y floral

Noray Terapia Emocional

[1] Estresor: estímulo, condición o situación que causa estrés.

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