La mayoría de las personas sólo conocen de sí mismas la máscara que les protege ante los demás y ante ellas, una especie de imagen, en parte autocreada, en parte reacción, en parte expresión de lo interno, que configura la identidad y la manera de presentarse en el mundo. Pero esta máscara apenas representa un escaso porcentaje de la totalidad del ser de la persona y aún menos del Ser Interior. La verdadera esencia de la persona permanece oculta tras capas de programación emocional y mental, estratos inconscientes, complejos, conflictos, máscaras y disfraces… Hace falta mirar hacia adentro, contemplar aquello que ha quedado en la sombra, aquello que no por oculto o reprimido deja de ser vivenciado, sino que es ello lo que vive a la persona en la medida en que, siendo inconsciente, es vivido de manera inconsciente. En este sentido la persona no vive la vida, sino que la vida vive a la persona sin que ésta lo sepa; es una vida en estadio prepersonal-egóico, en piloto automático, y el verdadero piloto, el que lleva la nave, es el inconsciente, aunque la persona se crea con el mando y el control.
Este piloto automático recibe instrucciones desde los diferentes estratos del inconsciente, y la persona las ejecuta con el pensamiento y la sensación de que son sus propias decisiones las que pone en acción. Pero ¿cómo llegar a percibir esta “mediatización de lo inconsciente”?, ¿a través de qué señales se puede percibir la influencia de lo inconsciente? La respuesta es amplia: instintos, reacciones, sueños, actos fallidos, emociones, visiones, intuiciones, impulsos, sincronicidades, todo ello conectado con los diferentes estratos del inconsciente: personal, familiar, colectivo y trascendente.
Cada persona contiene es sí un estrato de inconsciente personal donde están aquellos aspectos de su individualidad configurados ontogenéticamente, es decir, desde antes del nacimiento hasta el momento presente de su existencia, y que perdurarán hasta el final de su vida. También es depositaria de un inconsciente familiar, configurado filogenéticamente, es decir, como parte de un grupo de ancestros que aportan información psíquica a los individuos del grupo. Y llegamos al inconsciente colectivo, un aspecto fundamental para el devenir cotidiano de cualquier persona y que, sin embargo, es desconocido para la mayoría. Este estrato profundo del inconsciente pertenece al colectivo de la humanidad como un todo, y es depositario de contenidos psíquicos profundamente arraigados desde el principio de los tiempos hasta el presente, configurando una impronta de información común a todas las personas pero que, por lo general, no es conocida ni percibida conscientemente.
Lo inconsciente colectivo dirige las vidas de las personas tanto o más profundamente que los otros estratos del inconsciente. Puede llegar a barrer la consciencia de la persona y hacerse con el control de la vida, de las sensaciones, emociones, sentimientos, pensamientos y creencias, “por esa causa temen los primitivos las pasiones incontenidas, ya que en ellas desaparece con facilidad la conciencia y puede tener lugar la posesión. A tal objetivo sirvieron los ritos, las représentations collectives, los dogmas; todos ellos fueron diques y muros levantados contra los peligros de lo inconsciente, los perils of the soul (peligros del alma)” (C. G. Jung, Arquetipos e inconsciente colectivo, pág. 39). Al igual que la persona, la humanidad al completo puede verse barrida por los contenidos inconscientes que ella misma ha creado desde tiempos ancestrales hasta el presente. Cerrar los ojos ante esta cuestión no libera de sus efectos, muy al contrario, deja libre el camino para que campe libremente en el devenir individual y colectivo orientando, cuando no mediatizando, la vida sin que se sea consciente de ello, en la creencia de que se hace lo que se hace porque se es libre y porque así se desea. ¿Qué mejor manipulación que aquella que convence de que uno hace lo que quiere libremente no siendo esto así? La publicidad, la política, las religiones y el consumismo, por ejemplo, utilizan esta mecánica para su propio beneficio.
Pero… ¿cómo se configura el inconsciente colectivo?, ¿de qué está hecho?, ¿dónde habita en el ser humano?
Una explicación detallada y en profundidad requeriría escribir varios volúmenes. Es posible una explicación más o menos clara y sencilla, con base filosófica y científica que, sin embargo, no dejará satisfechas a aquellas personas que busquen “entender” antes que “aceptar”. Aceptar la siguiente explicación, aunque sólo sea acotada y temporalmente, puede llevar a quien lee a entender esta cuestión. Propongo pues la aceptación como medio para poder seguir avanzando sin que necesariamente esa aceptación implique ni entender ni asumir, sino solamente recibir.
C. G. Jung, en su obra La dinámica de lo inconsciente, página 160, explica: “Lo inconsciente colectivo es la gran masa hereditaria espiritual de la evolución de la humanidad, masa que renace en cada estructura cerebral individual. La consciencia, por el contrario, es un fenómeno efímero encargado de todas las adaptaciones y orientaciones momentáneas.”
Más modernamente el biólogo Rupert Sheldrake, en su obra Una nueva ciencia de la vida desarrolla la controvertida teoría de los campos morfogenéticos, un concepto similar a lo expresado por C. G. Jung pero de una manera más científica que filosófica o espiritual. Así, en la citada obra R. Sheldrake explica: “Según la hipótesis de la resonancia mórfica los seres humanos apelan a una memoria colectiva, de modo que algo aprendido por personas en un determinado lugar, acaba facilitando el aprendizaje de personas ubicadas en el resto del mundo”. Y continua “[…] los organismos, según la hipótesis de la causación formativa, también heredan los campos morfogenéticos de los organismos anteriores de su misma especie. Este segundo tipo de herencia no discurre por vía genética, sino a través de la resonancia mórfica. La herencia, pues, incluye tanto la herencia genética como la resonancia mórfica con formas anteriores”. (págs. 25 y 190)
Ambos autores, y otros, llegan a las mismas conclusiones a través de diferentes caminos y expresadas con diferentes conceptos y palabras, sean científicos, filosóficos o espirituales. Una mirada metaposicionada a las diferentes teorías, permite distinguir los puntos en común y elaborar una idea básica y concreta sobre la cuestión.
La existencia se sustenta sobre una matriz o campo de información y energía (social, planetaria y cósmica) que interactúa con los organismos en una suerte de toma y daca. Dicha matriz proporciona información al mismo tiempo que la recibe. Los factores que crean improntas en esa matriz, entre otros, son la intensidad, la frecuencia y la duración de las acciones energéticas, emocionales, mentales y trascendentes de todos y cada uno de los organismos. Cada organismo puede ser, en sí mismo, una matriz individual (consciencia) y parte de la gran matriz (Consciencia), al igual que una gota de agua es agua en sí misma y también parte de todo un océano. La infinita información grabada en la matriz está disponible para los organismos que se mantienen en conexión con la misma, la mayoría de ellos de manera inconsciente. Sin embargo, se puede acceder a esa información de una manera consciente a través del desarrollo y el entrenamiento de la consciencia. Dicha matriz ha recibido y recibe muchos nombres: Consciencia Cósmica, Totalidad, Unicidad, Dios, Alá, Ser Supremo, Padre-Madre, Matriz Cósmica, etc. y muchos científicos modernos y del pasado, a través del estudio y la reflexión sobre la existencia y la vida llegan, al final del camino mental, a la siguiente conclusión:
“[…] todo aquel que se implica con seriedad en el cultivo de la ciencia también está convencido de que en las leyes del universo se manifiesta algún espíritu, que es enormemente superior al del hombre. De esta manera, el estudio de la ciencia conduce a un sentimiento religioso de un tipo especial.”
Fragmento de una carta de Albert Einstein a Phyllis Wright. Albert Einstein. El libro definitivo de citas. Plataforma Editorial, 2104, Barcelona.
El inconsciente colectivo es uno de los estratos de esa matriz de información al que las personas están conectadas sin ser conscientes de ello. Esa información, creada a lo largo de miles de años de conductas individuales y colectivas (intensidad, frecuencia y duración), crea una impronta en la matriz y en las personas ya que, de algún modo, la persona está en la matriz y la matriz en la persona. La explicación de por qué cada persona se conecta con unos aspectos inconscientes y no con otros puede fundamentarse en el hecho de que cada alma llega a este mundo para realizar una serie de aprendizajes (y no otros), por lo que se conecta con aquellas cuestiones que le servirán para acceder a las lecciones que ha de cursar, de las demás unas ya habrán sido vividas e integradas y otras quedarán pendientes para futuras vidas.
En la medida en que los contenidos del inconsciente colectivo permanecen inconscientes para la persona, su influencia no deja de estar presente sino que lo está de manera “invisible”, escondida tras las conductas normalizadas, estereotipadas, automatizadas y comúnmente aceptadas por la mayoría de la masa de personas que viven en los niveles de consciencia egóicos. Esto garantiza que dichas conductas, actitudes, ideas, creencias, emociones, sentimientos, etc. son aceptadas por la gran mayoría de las personas como “lo normal”, “lo lógico”, “lo que tiene que ser”, sin darse cuenta de que lo que hacen es responder a una información presente en el inconsciente colectivo, por lo que no hay libertad de elección ni de acción, simplemente reaccionan a instintos y otros programas dominantes algunos de los cuales C. G. Jung denominó arquetipos (recomiendo la lectura de mi libro Arquetipos femeninos y esencias florales, Ediciones Continente). Los impulsos del inconsciente colectivo, como los del resto de las capas del inconsciente, poseen una energía psíquica propia; si son reprimidos esta energía se incrementa, si son vividos inconscientemente esta energía psíquica también se incrementa ya que retroalimenta los contenidos inconscientes no sólo a título individual sino en el estrato colectivo. Queda entonces una tercera vía: hacer consciente lo inconsciente. De este modo ni se reprime ni se alimenta, sino que se evolucionan y se trascienden siempre que la persona pueda hacer un trabajo interior con esos contenidos ya reconocidos: vivirlos, gastarlos, trascenderlos, sanarlos.
Aquello que es inconsciente demuestra una naturaleza que lo mantiene fuera de la apercepción, la comprensión y la transformación. Esa naturaleza transforma al contenido psíquico en automático, involuntario, numinoso, arcaico y mitológico, de modo que se hace complicada la toma de consciencia y el trabajo con estos contenidos. Sin embargo, estas dificultades pueden ser solventadas a través de un trabajo interior y exterior, un hacer consciente lo inconsciente, paso previo para la trascendencia e integración en un nivel de consciencia más amplio y profundo.
Cabe contemplar todos estos conceptos como si de una Matrioshca o muñeca rusa se tratase. La primera muñeca se corresponde con el Espíritu, la segunda con el Alma, la tercera con la Consciencia, la cuarta con la consciencia, y las siguientes representan el consciente, el preconsciente, el inconsciente personal, el inconsciente familiar, el inconsciente colectivo y el inconsciente trascendente (que a su vez se conecta con el Espíritu). Los sucesivos estratos profundizan hasta llegar al lugar por el que la persona se une a Lo Trascedente, la esencia misma del Ser oculto en lo más profundo e íntimo del ser humano.
Así lo expresó San Agustín de Hipona en sus Confesiones, libro III, capítulo 6, 11 (en negrita se resalta lo señalado en el párrafo anterior):
“¡Ay, ay de mí, por qué grados fui descendiendo hasta las profundidades del abismo, lleno de fatiga y devorado por la falta de verdad! Y todo, Dios mío —a quien me confieso por haber tenido misericordia de mí cuando aún no te confesaba—, todo por buscarte no con la inteligencia —con la que quisiste que yo aventajase a los brutos—, sino con los sentidos de la carne, porque tú estabas dentro de mí, más interior que lo más íntimo mío y más elevado que lo más sumo mío.”
Como se puede observar, la Consciencia se presenta en diferentes estratos de profundidad y amplitud, y también se presenta en diferentes grados de consciencia, entendida ésta como “la cualidad y capacidad de relación e interacción con el yo, con lo otro y con los otros”, aspecto en el que unas personas se diferencian de otras, pues no todas tienen la misma cualidad ni capacidad de relación e interacción ni el mismo nivel de consciencia. Al mismo tiempo, los diferentes grados de consciencia implican una diferente capacidad de relación con el yo, tanto el consciente como el inconsciente. En palabras de C. G. Jung: “[…] igualmente relativa es también la conciencia, pues dentro de sus límites no hay simplemente una conciencia, sino toda una escala de intensidades de conciencia. Entre el “yo hago” y el “tengo consciencia de lo que hago” no sólo existe una diferencia del cielo a la tierra, sino que hay hasta una patente contradicción. Hay entonces una conciencia en la que prima lo inconsciente y una conciencia en la que domina la autoconciencia” (Arquetipos e inconsciente colectivo, pág. 211).
Volviendo a la cuestión de hacer consciente lo inconsciente esto implica una serie de procesos, complejos cuando no desconocidos para la mayoría de las personas, que han de ser realizados a lo largo de años de trabajo interior, pues la exploración de lo inconsciente y su transformación en consciente (y en consciencia) es un proceso que dura toda la vida. La mirada interior y atenta revela la presencia de patrones en muchos aspectos de lo inconsciente (y lo mismo en lo consciente), y estos patrones son lo que, más que limitar, delimitan las conductas y demás aspectos psíquicos conformadores de la existencia cotidiana. El espacio que puede quedar para la voluntad consciente y libre es inexistente cuando el grado de consciencia de la persona es egóico en su totalidad. Hay que esperar un despertar, una ampliación de la consciencia más allá del ego para poder hablar de voluntad consciente. Llegado este punto sucede el hecho de la diferenciación de la persona respecto de la masa. Al iniciar el despertar de la consciencia y su ampliación, la cualidad y capacidad de relación de dicha persona respecto a sí misma, a los demás y al entorno se modifica de tal manera que deja de ser tenida por “normal”, cuando en realidad lo que sucede es que deja de pertenecer a la media, es decir, abandona la mediocridad. Esta ampliación de consciencia le lleva a ver más allá de lo que los demás pueden ver o concebir, ya que su perspectiva no sólo es más amplia y profunda sino que también es diferente, alejándose de la visión promedio de la mayoría de las personas, dejando atrás patrones delimitadores, ocultos en el inconsciente colectivo, que marcan el camino de lo normalizado, lo correcto, lo adecuado o lo que tiene que ser. Este proceso de diferenciación y de individuación, hace a la persona tomar distancia de dichos patrones colectivos y recorrer su propio camino, muchas veces ante la mirada sorprendida de los demás, que no son capaces de comprender cómo la persona puede comportarse o pensar de esa manera “tan poco normal”. No se dan cuenta de que dicha persona contempla la vida y se relaciona con ella en base a un manual de instrucciones diferente, menos común y menos normalizado, ya que ha conseguido escapar, en parte al menos, de la influencia de lo inconsciente, ganando en claridad, perspectiva y libertad, y, de paso, dejando atrás un poco de Miedo y de ego.
Sanar el inconsciente personal es un acto de valentía, sanar el inconsciente colectivo se convierte en un acto de generosidad, de sacrificio, de autoinmolación. La persona se pone al servicio de la Consciencia Cósmica para sanar la consciencia colectiva y será la suma de consciencias individuales la que haya de alcanzar suficiente masa crítica como para iniciar los cambios que, en un futuro, beneficiarán a toda la humanidad. Dicha masa crítica se consigue a través de la suma de los cambios de consciencia individuales y estos cambios han de darse persona a persona, cada una por sí misma, sin esperar a que lo haga el vecino y la compañera de trabajo. La evolución de una sola persona no es suficiente para crear esa masa crítica pero si cada persona decide, en su fuero interno, realizar dicho cambio, sólo será necesario que cambie una persona, yo, y todos los yos que son uno a uno una sola persona. Os animo a realizar ese cambio, ese único cambio, el del yo. No será fácil, no será entendido, no será aceptado, pero sin duda, cambiará el inconsciente colectivo y la consciencia de la Humanidad.
José Antonio Sande Martínez, Noray Terapia Floral.