Hola amigos y amigas, como dije en la última carta que continuaría contando todo lo que estoy aprendiendo, aquí estoy de nuevo, compartiendo con vosotros estos momentos, esta aventura, este viaje desde la represión hasta casi la liberación.
Como ya comenté anteriormente, estoy descubriendo una manera de entender, disfrutar y vivir la sexualidad que no se corresponde para nada con lo que había vivido, disfrutado ni entendido hasta ahora. En este momento de mi vida ya no concibo tener una sexualidad que no sea placentera, divertida, pícara, salvaje, sensible, sana…
Os cuento que estoy atreviéndome a hacer cosas que por nada de este mundo hubiese ni imaginado, ni creído que haría como por ejemplo, tener una conversación erótica por teléfono escuchando a la otra persona decirme todo lo que me haría, cómo me lo haría, el tono de voz con el que me lo dice…, os prometo que ha sido todo un descubrimiento. Siendo sincera, he de decir que no estaba muy por la labor, de hecho me hacía un poco la loca cada vez que intuía que mi amigo me lo quería proponer, hasta que un día me dije “tengo que probarlo, ver si me gusta o no, sentir qué provoca en mí”. No puedo juzgar si una práctica me gusta o no si no me atrevo a vivirla.
No voy a mentir y decir que fue una maravilla porque, en mi caso, no lo fue, y eso no quiere decir que no lo disfrutase (que lo hice), pero era una cosa que no había hecho nunca, así que imaginaos, estaba supernerviosa, no tenía ni idea de cómo desenvolverme en una situación así. Mi cabeza era un no parar de pensamientos. Con tan solo imaginar la situación me entraban los “sudores de la muerte”. Yo sólo pensaba y pensaba… “¡Madre mía!, ¿dónde me estoy metiendo?” o “pero ¡qué le digo yo a este tío!, yo no tengo imaginación para esto. ¿Cómo se habla en estos casos?”. Ya os lo digo, mi cabeza era un no parar.
Aparte, pensaba que una práctica así, por teléfono, no tenía ningún sentido si no podía ver, tocar, oler, ni sentir a la otra persona. Por no decir que si esto me lo proponen unos años atrás, lo primero que hubiera pensado era que el tío era un salido, pajillero, pervertido y un baboso, y me hubiese sentado muy mal y, por supuesto, lo habría mandado a tomar por el culo. Afortunadamente, ahora ni lo pienso, ni lo siento, ni me lo parece (creo que estoy mutando y me estoy convirtiendo en una pervertida).
Siendo totalmente sincera, tengo que decir que no se me fue la olla y le dije todo lo que se me pasaba por la cabeza, porque no fue así, más bien todo lo contrario, ya que lo que se dice hablar, hablé poco, y no porque no quisiera, sino porque la vergüenza, la inseguridad y el miedo a lo desconocido me bloquean de tal manera que se me acaba quedando la mente en blanco y la boca seca. Luego hubo una segunda vez, en este caso algo más relajada, más confiada y casi igual de “muda”. Soy consciente de que tendría que atreverme a cambiarlo, probablemente soy un poco egoísta y prefiero que sea el otro, en este caso, quien lleve la voz cantante. Pero bueno, como dicen: “La práctica hace al maestro”, así que yo no me cierro a nada y seguiré practicando, dejando salir de mi boca lo que mi cuerpo y mi mente me piden.
Si en otro tiempo alguien me hubiese dicho todo lo que estoy haciendo ahora, no lo hubiese creído, ni imaginado. Por ejemplo, si me hubieran dicho que acabaría teniendo relaciones sexuales durante la regla, sin pensármelo dos veces mi respuesta habría sido: “ni de coña hago yo eso” o “¡jamás, eso es asqueroso!”. Hoy me tendría que tragar mis palabras porque ¡lo he hecho! (si me vieseis en persona…, me he llevado las manos a la cara, aún siento un poco de vergüenza).
La primera vez que lo hice me sentí muy avergonzada, incluso sentí una especie de miedo a que la otra persona me rechazase o pensase algo “malo” de mí, un sentimiento raro, como si estuviese sucia o fuese poco digna. Fijaos hasta qué punto mis creencias me han condicionado (y mis experiencias) que, el solo hecho de decir que tenía la regla, para mi era un momento muy incómodo, porque una parte de mí no quería sentir lo que había sentido con otros hombres: el rechazo. En las otras relaciones que he mantenido, tener la regla era poco menos que tener la peste. Que yo lo respeto, pero eso no quita que a mí, ese rechazo, me creó inseguridad, entre otras cosas.
Ahora que lo pienso mientras lo escribo, una parte de mí es responsable de eso, porque he usado ese momento de tener la regla para librarme de tener que acostarme con mi pareja. De hecho, cada vez que la tenía, me ponía como loca de contenta, porque así tenía la excusa perfecta y, siendo totalmente sincera, alargaba todo lo que podía esa semana.
No voy a decir que ya soy totalmente libre y que eso ya no me limita, pero ya no siento que sea un tema del que tenga que avergonzarme, sino todo lo contrario. Es parte de mí y si alguien me rechaza por esa parte de mí, esa persona no tiene nada que hacer ni conmigo, ni en mi vida.
Y, siguiendo con el tema, he de decir que disfruté mucho y, además, mi cuerpo me lo pedía, estaba más excitada, tenía más ganas, estaban a flor de piel, eso fue lo mejor. Lo peor… el después, cuando terminamos y… ¡qué momento más incómodo! Pero en ese momento aprendí que estas circunstancias son naturales y hay que darle eso… naturalidad. A todo esto también ayuda que la otra parte no sea un Cromañón, poniendo el grito en el cielo y mirando con asco. Total que, resumiendo, es una práctica satisfactoria que no me importaría repetir. Por probar no perdéis nada y podéis disfrutar mucho.
En mi día a día soy una persona a la que le cuesta someterse, pero en cuanto al tema sexual se refiere el “ser sometida”, es decir, el dejarme mandar si tengo ganas de ello, no está nada mal. Hay momentos en los que ser utilizada para que el otro alcance su placer me provoca un morbo que, hasta ahora, me negaba a reconocer. En otro tiempo me lo hubiese tomado como un acto de egoísmo puro y duro, no le veía la gracia por ningún lado. Gracias a Dios, he cambiado de opinión. Cada vez voy comprendiendo mejor que el sexo, tal y como lo estoy empezando a vivir ahora, es un juego de generosidad, comunicación, aprendizajes, atenciones, soltarse… Pero no voy a negar que, si me dan a elegir entre someter o ser sometida, sin pensármelo me quedo con someter. Sin lugar a dudas, cada vez pienso más que lo llevo en la sangre, que es mi naturaleza (hasta ahora reprimida). No me puedo sentir más cómoda con este rol. Sentir que soy yo la que manda, sentir que soy yo la que lleva el control, que, de alguna manera, su placer y el mío dependen de mí, es muy excitante Y ya, si os digo cómo me pone utilizar o someter al otro para buscar mi placer, con su cuerpo, con su boca…
En mi “antigua vida” el sexo se resumía en yo abajo, él arriba y penetración. El sexo oral… ¡ni de coña!, ni por su parte, ni por la mía. Yo tenía bastantes reparos en practicarlo. Lo primero, me sentía vulgar, utilizada y, lo segundo, porque no le veía sentido, ni lo veía excitante, ni placentero y, aparte, lo veía una práctica sucia. Recuerdo que, cuando decidía hacerlo (porque él lo pedía, no porque yo quisiera) e iba bajando, pensaba: “¿por qué tengo yo que meterme esto en la boca, si huele mal y, encima, me da angustia?”. Tenía un sentimiento de injusticia, porque creía que él disfrutaba y yo no. Pero el peor momento no era ese. El peor momento era cuando él decidía “bajar”. Qué momento más aburrido, incómodo, pesado y desagradable. Y no lo digo por él, que hacía lo que podía o lo que sabía, el problema era mío. Desde que tengo uso de razón he tenido muchos tabúes con respecto a mi sexo y, como consecuencia, a que me practicasen sexo oral. Uno de esos tabúes era el olor de la vagina. Recuerdo en mi casa o en casa de mi abuela una frase que me decían casi a diario cuando era pequeña: “vamos a lavarte el pepe, marranilla, que si no, huele”.
Crecí con esa creencia: “el pepe huele”. Por eso, la práctica del sexo oral para mí era un momento muy incómodo. A mi mente sólo venían pensamientos como: “¿olerá?, ¿sabrá mal?, seguro que sí, ¡que acabe ya!”, y así, uno tras otro, llevándome a un estado de tensión que me impedía relajarme. La única manera que se me ocurría de termina pronto era fingiendo que ya había tenido un orgasmo y, así, ya no había necesidad de seguir con la práctica. Él se quedaba contento y yo tranquila, en apariencia, pero interiormente me sentía fatal.
Pues bien, en esta “nueva vida”, gracias a Dios, me han abierto los ojos y me han hecho sentir que el sexo oral es una maravilla, tanto hacerlo como que te lo hagan. Lo que antes me parecía aburrido y repugnante ahora me parece divertido, placentero y necesario. Yo, que siempre he pensado que el sexo se basaba en la penetración, he descubierto que hay mucho más, que la penetración no es necesaria para disfrutar, que con cualquier parte del cuerpo puedes volverte loca de placer. La verdad es que toda esta experiencia está siendo muy enriquecedora y positiva en mi vida… Ahí lo dejo.
Paciente anónima
Noray Terapia Floral