Tengo treinta y nueve años y, hasta hace treinta días, nunca había tenido un orgasmo con un hombre. El simple hecho de reconocerlo y decirlo despierta en mí emociones como vergüenza, rabia, pena y, sobre todo, la sensación de haber estado tantos años de mi vida sin disfrutar del placer de practicar sexo.
En mi entorno más cercano (mi madre, mi abuela, mis primas y mis amigas), nunca ha sido habitual hablar de sexo. De hecho, era un tema al que nunca se le había dado importancia. Básicamente, en mi familia, el ejemplo que daban era: que si tienes un novio formal eres buena y seria; que si estás con dos o tres chicos eres poco menos que una guarrilla; que si te acuestas con un chico es para tener hijos y que el poco placer que recibe la mujer no es para tanto. Más o menos esto es la información que podía recibir de mi entorno.
Yo, por suerte o por desgracia, sólo he estado con dos hombres en mi vida y, además, han sido “relaciones formales”. Con mi primera relación nunca disfruté de las relaciones sexuales. No sé si en base a mis creencias y educación, el caso es que el momento cama era para mí un suplicio. Me daba pereza y sensación de aburrimiento, porque no me lo pasaba bien. Incluso, me sentía hasta mal. Aún recuerdo cuando empezaba a tener las primeras relaciones sexuales con el que era mi pareja. No eran para nada lo que había leído en revistas o visto en películas. Cuando lo hablaba con amigas y compañeras sus comentarios eran: “a ver qué te piensas tú que es eso”, “no te creas todo lo que lees ni lo que ves, que la gente exagera mucho”. Hasta que llegué al punto de creerme que el sexo era realmente así, porque si la gran mayoría pensaba y sentía así, yo no iba a ser diferente. Si a eso le añadimos que la otra parte tampoco era muy espléndida, poco generosa y poco dada a juegos, caricias, etc., pues ya rematamos del todo la faena. Prácticamente, cuando lo hacía era por no ver su cara de amargado porque no “folla” y por no escuchar comentarios del tipo: que si eres muy fría, que si nunca te apetece… y, realmente, era así.
Así estuve catorce años de mi vida, sin pasión alguna por la vida, ni por la pareja, ni por el sexo.
Una parte de mí, cuando veía o leía algo relacionado con el sexo, pensaba: “¡Qué pasada!, ¿no? ¿Cómo narices disfrutan tanto esas personas?, ¿será verdad? No me gustaría irme de este mundo sin saber si eso es así o no…”. Y otra parte decía: “¡Cómo exageran!, eso es lo que nos venden, pero realmente eso no existe. A quién, en su sano juicio, le apetece ponerse a abrirse de piernas. ¡Qué pereza!”.
“Eres muy fría, nunca te apetece”
Con treinta años me divorcié. Al poco tiempo conocí a otro chico y, sin entrar en mucho detalle, tengo que decir que fue un auténtico fracaso. Recuerdo la primera vez que me acosté con él. Fue en su casa, no hubo ningún tipo de caricias ni nada. Fueron cinco escasos minutos, él encima de mí hasta que terminó. Recuerdo que, cuando me fui de su casa e iba bajando las escaleras, lo primero que pensé fue: “¡Vaya decepción!”, y con eso me fui reafirmando más en mis creencias de que todo lo que nos vendían eran mentiras, que el sexo era así, porque me lo había confirmado otro hombre más, y me resigné y estuve dos años con este chico, manteniendo las mismas relaciones aburridas, sin chispa, sin pasión, sin orgasmos y desarrollando una cara de mal follada.
Por razones que no vienen al caso, empecé un proceso terapéutico. Cuando llevaba un par de meses empezó a salir el tema del sexo, pero yo era muy reacia a hablar del tema, me daba vergüenza hablar de ese tema con un desconocido y, encima, hombre. Con el tiempo me fui relajando e iba dando pie a entrar en el tema. Recuerdo cuando me decía que tenía que conocer mi cuerpo, que tenía que masturbarme, ver alguna película erótica, ir sabiendo lo que me gustaba y lo que no. Siempre que me lo decía salía de la consulta pensando: “¡Qué tío más pesado con este tema!”, y estuve mucho tiempo sin hacerle caso. Lo primero, porque sólo el hecho de imaginarme masturbándome me hacía sentir sucia, una guarrilla y, lo segundo, porque no me apetecía, sentía que de cintura para abajo estaba muerta, no sentía nada.
“Pensaba que, en eso, todos los hombres eran iguales”
Poco a poco, empecé a ir descubriéndome y, para mi sorpresa, descubrí que ¡mi vagina tenía vida! Cada vez me empezó a llamar más la atención, empecé a leer más sobre el tema, a ver alguna película erótica o porno, a comprarme algún juguete… Y descubrí que me gustaba y que disfrutaba. Esto está muy bien, ver que estaba equivocada, conocerse a una misma, ver que una mujer puede sentir placer sola. Fui deshaciéndome de muchas creencias que tenía, pero quedaba una en mi cabeza y era: “¿Será lo mismo con un hombre?, ¿o será como siempre?”. Pues bien, después de estar dos años totalmente negada a relacionarme con ningún hombre, el destino me puso una oportunidad en el camino que creía que no debía desaprovechar y, con muchas dudas, inseguridades y miedos, al fin, la aproveché. Y ¡sí, amigas!, mantener relaciones sexuales con un hombre y tener un orgasmo, existe. Bueno… quien dice uno dice dos o tres o… También he descubierto que hay hombres que son generosos y se implican en tu disfrute.
Ahora mismo estoy viviendo un momento en mi vida diferente por varios motivos. El primero, la satisfacción de atreverme a vivir cosas impensables hasta ahora; el segundo, es ver que existen hombres diferentes, que no todos son iguales (como me hicieron creer); y el tercero, es descubrir la sexualidad, que se puede tener sexo sin estar enamorada o estar en pareja (para mí esto era impensable) y disfrutarlo como nunca pensé que podría. Ahora veo que no era exagerado lo que leía o lo que veía.
¿Y sabéis qué? Eso se nota en el exterior, en tu actitud, en tu cara (ya no la tengo de mal follada), en la seguridad en una misma, en la autoestima. Hasta ahora sólo le veo ventajas. Y ya, para ir terminando, sólo quiero decir que el primer paso es conocerse a una misma. Yo he estado culpando a los hombres durante veintidós años de mi vida por no saber satisfacerme, acumulando rabia contra ellos, cuando la primera que debía satisfacerme era yo misma.
Espero que esta carta, escrita con una mezcla de vergüenza, rabia, frustración, satisfacción y alivio, ayude a otras mujeres a salir del mismo lugar en el que yo me encontraba y a hacerse responsables de descubrirse, darse placer y aprender a pedirlo, recibirlo y darlo.
Paciente anónima
Noray Terapia Floral