En el artículo “Mente y consciencia, dos herramientas diferentes” explicaba la diferencia entre “conciencia” y “consciencia”, incluyendo el concepto de “metaconciencia”. Lo recuerdo:
– Conciencia: estado de percepción y reconocimiento del propio ser, de lo externo al ser, y de las relaciones e interacciones entre ambos.
– Consciencia: función resultado de la actividad del Ser Interior y de su interacción con la mente y la conciencia.
En este artículo voy a profundizar en estos conceptos y definirlos más ampliamente.
Según palabras de C. G. Jung: “¿Qué es la conciencia? Ser consciente es percibir y reconocer el mundo exterior, así como el propio ser en sus relaciones con el mundo exterior.” (Carl Gustav Jung, Los complejos y el inconsciente). Según mi entender, la conciencia es pues un estado de atención no necesariamente dotado de intención. La conciencia se convierte así en un estado al que se puede acceder, o no, según se desee o se pueda. Como función, puede ser practicada y entrenada dentro de los límites de la propia persona.
La conciencia, como estado de atención, implica una cualidad de percepción por parte de la mente, de modo que ésta recibe información en forma de estímulos internos (de la realidad interior de la persona) y externos (de la realidad exterior a la persona) que son filtrados por los programas emocionales y mentales integrados en la mente, priorizando la percepción consciente de una parte de esos estímulos y convirtiéndolos en recuerdos, aprendizajes, creencias, pensamientos, emociones, sentimientos y sensaciones conscientes, mientas que otra parte se deriva a una percepción inconsciente que la propia mente procesa y acepta o descarta sin que la persona intervenga en ello.
La conciencia, como estado de atención y cualidad de percepción, está mediatizada por filtros previos que la propia mente posee. Estos filtros se pueden entender como programas emocionales (emociones y sentimientos) y programas mentales (recuerdos, creencias y pensamientos) que la mente ha ido creando e integrando, además de programas instintivos. Estos programas se configuran tanto por las experiencias personales como por la influencia del inconsciente de especie, familiar y colectivo, de modo que los propios programas-filtro de la mente son desconocidos para la persona en un gran porcentaje. De ello se deriva que la conciencia, inicialmente y sin entrenamiento, no es consciente de sí misma, sino que funciona como una cámara que enfoca aquello que está programada para enfocar, dejando pasar otros aspectos del entorno o de la vida que, de ser enfocados y atendidos, llamarían la atención a la persona. La conciencia ve lo que está programada para ver y no ve lo que no está programada para ver, incluso no ve lo que está programada para no ver. Aunque lo tenga delante y en el cerebro se produzca la percepción de la información, los programas-filtro de la conciencia pueden negar el acceso de dicha información a la atención, quedando dicha información grabada en el plano inconsciente, desapareciendo o reapareciendo más tarde.
En ocasiones, transcurridos años desde una experiencia vital, una persona amplía su conciencia, su capacidad de atención, sobre una circunstancia o hecho y le vienen a la cabeza recuerdos sobre los que dice “ahora comprendo aquello que me decían” o “ahora me doy, de verdad, cuenta de aquello que viví”. Esta ampliación de la conciencia-atención se suele dar bien porque se establecen nuevos programas-filtro que permiten enfocar la atención sobre aspectos concretos de la vida, bien porque desaparecen programas-filtro que impedían a la conciencia enfocarse sobre esos aspectos.
Los programas-filtro a los que me refiero pueden ser instintivos (reacciones instintivas), emocionales (emociones, sentimientos) o mentales (creencias, pensamientos, recuerdos). Estos programas pueden ser sanos o insanos, pueden estar en justa medida o fuera de justa medida y pueden ser conscientes o inconscientes. Los insanos lo son en cuanto que perjudican la vida de la persona en cualquiera de sus dimensiones mientras los sanos la benefician. Incluso, un programa sano a priori, puede convertirse en insano cuando actúa fuera de justa medida para la persona. Todos estos programas, instalados en la mente, determinan la atención (conciencia), la percepción, la visión de la realidad, la configuración engramática cerebral, la capacidad de tomar decisiones, las decisiones que se toman, las acciones y reacciones que se realizan y, por último, las consecuencias que todo ello tiene para la propia vida. De esta manera, la conciencia como estado y como función mental, no es libre en sí misma ni permite una atención libre, profunda o completa a la persona, sino que está mediatizada por la programación instintiva, emocional y mental, de especie, individual, familiar y colectiva.
La definición de consciencia que propongo es: “Función resultado de la actividad del Ser Interior y de su interacción con la mente y la conciencia”. En este sentido, la consciencia es una función del Alma o Ser Interior, a través de la cuál se hace llegar a la mente y a la conciencia información interior o se percibe información exterior a través de programas trascendentes, simbólicos, metafísicos, etc., más allá del razonamiento mental-lógico-reflexivo. Este tipo de atención, percepción, configuración engramática, etcétera, no tiene que ver tanto con la programación emocional y mental del ser exterior o personalidad como con la del Ser Interior o Alma, de modo que la consciencia se vincula a aspectos trascendentes de la persona, sea el que sea su nivel de consciencia (prepersonal, personal o transpersonal). En cada nivel de consciencia ésta alcanza un grado de amplitud y profundidad diferente, que define la conciencia o atención y, por ello, la existencia. Llegado a este punto podría formularse la siguiente pregunta: “¿qué es antes, la consciencia o la conciencia?”. Para las personas que creen en la existencia del Alma y la naturaleza trascendente de la vida humana, probablemente la respuesta sea que antes es la consciencia, ya que deviene del Alma, y que la conciencia es un estado de la mente humana. Yo, hoy en día, estoy de acuerdo con esta afirmación.
Ahora, una cuestión es la consciencia en sí misma y otra su representación en la naturaleza humana. En este sentido, pienso que la consciencia del Alma se transfiere a la persona a partir del momento en el que el Alma se encarna. Esta consciencia tiene la oportunidad de ir ampliándose a través de las experiencias vitales de la persona, de modo que el Alma va realizando su proceso de completitud, se dé cuenta de ello la persona o no. Llegado un momento concreto de la evolución, tanto del Alma como de la persona, se produce un estado de consciencia tal que el Alma inicia la comunicación con la persona y ésta se hace consciente de su Ser Interior. Ello se produce en un proceso de despertar al que aluden innumerables filósofos, místicos, pensadores, maestros espirituales, chamanes, psicólogos, etc. Este despertar implica la posibilidad de enfocar la atención-conciencia hacia el Ser Interior, de modo que la persona se da cuenta de su naturaleza interna, más allá de la mera existencia externa. Este proceso se puede producir de manera paulatina o rápida, de modo suave o impactante, e implica la ampliación de la atención-conciencia tanto hacia el interior como hacia el exterior. Los procesos ya mencionados de atención, percepción, visión de la realidad, configuración engramática cerebral, capacidad de tomar decisiones, etc., y las acciones y reacciones que se realizan, estarán dotadas de una nueva energía cuyo origen se reconoce en lo más profundo de uno mismo. La consciencia ha alcanzado un grado tal que permite a la persona darse cuenta de ella, escucharla y vivirla de una manera hasta ese momento inimaginable. Y la experiencia vital de la persona queda impregnada, desde ese momento, de una mayor profundidad y amplitud que llevan a vivir la vida de una manera diferente. Si la persona actúa en coherencia entre su Ser Interior y su ser exterior, estará transitando el camino que su Alma ha venido a recorrer, si no lo hace, aun sabiendo que ha de hacerlo, estará yendo en contra de sí misma, lo que implicará una serie de consecuencias internas y externas.
La metaconciencia, por definición, sería la “conciencia más allá de la conciencia”. Según esto sería la acción de atención sobre la propia atención. En este sentido planteo que sería un modo de observar desde fuera los factores que definen el estado de atención-conciencia. Esta observación habría de ser realizada desde un lugar diferente a la causa original de la conciencia, que es la mente. La otra observadora y origen de los procesos de existencia es la consciencia. Así, desde la consciencia despertada, como función del Alma, se puede hacer una observación de la conciencia como estado de la mente, de modo que haya una atención-conciencia sobre la propia atención-conciencia. La consciencia-Alma observa a la conciencia-mente en una suerte de vigilante del que vigila, pero sin los programas-filtro que la conciencia contiene fruto de la programación mental como especie o como individuo.
Todos estos procesos no solo requieren de un despertar a la consciencia, sino de un proceso de aprendizaje, guía y entrenamiento que numerosas filosofías y escuelas de pensamiento y misticismo han desarrollado a lo largo de la historia de la humanidad. Hoy en día el acceso a este tipo de trabajo personal es más asequible y se presenta en forma de cursos de desarrollo emocional, personal o de desarrollo de la conciencia. En mi opinión este proceso pasa, en gran medida, por la atención, comprensión y gestión del propio mundo emocional y de las experiencias vitales, ya que las emociones y sentimientos son parte del “lenguaje del Alma”, y sin saber reconocer este lenguaje poco se puede hacer para evolucionar.