Hace ya bastantes años, en el primer colegio en el que entré de maestro, di clase a dos hermanos que me parecieron educados, honestos, sinceros, atentos y buenas personas. En aquellos años mi experiencia como maestro era escasa y el trato con los niños y niñas se reducía al que vivía en el colegio, por lo que podía tener mucha teoría educativa, pero muy poco práctica. Aquellos hermanos eran para mí un ejemplo de niños bien educados. Un día me atreví a preguntarle a su padre cómo lo había hecho para que sus hijos fuesen de ese modo. Era un hombre con pinta de hippy, limpio y aseado, cercano y un poco serio, me miró a los ojos y me dijo: “les dedico tiempo”. Aquella respuesta me impactó.

Hoy en día, con más experiencia como maestro, como padre y como terapeuta, puedo decir que dedicar tiempo a los hijos e hijas es una condición necesaria, pero no suficiente para la educación, sencillamente porque muchas personas no educan sino que crían.

La crianza se puede entender como el hecho de cubrir las necesidades alimenticias, de protección, enviar a la escuela, proporcionar elementos materiales como ropa, calzado y juguetes y enseñar unos hábitos mínimos de higiene, descanso y relación con los demás.

La educación… eso ya es otra cosa. En realidad es un tema complejo de definir y más aún de poner en práctica. Educación deriva del latín educatio, “acción de dirigir para desarrollar las facultades de un niño/a”. Del indoeuropeo deuk, “conducir, llevar”. Una parte de la educación es una acción que las madres y padres han de realizar sobre los hijos para conducirlos, pero…conducirlos ¿hacia dónde?

En mis cursos de Educación Emocional Infantil comento a menudo que “desgraciadamente, tenemos que educar a nuestras hijas e hijos”. Y digo desgraciadamente porque, en mi opinión, educar implica mermar la libertad inconsciente del niño (a partir de ahora utilizaré el masculino para no repetirme constantemente con a/o) para llevarle a una libertad consciente. Pero… ¿existe esa libertad consciente? Ya vimos en los artículos del libre albedrío que la libertad real, la de verdad… no se alcanza así como así. Sin ponernos demasiado trascendentes, la educación del niño debería hacerle libre y capaz de relacionarse consigo mismo y con su entorno de manera consciente y sana. ¿Pueden los padres educar de esta manera? En mi opinión los padres crían y educan en función de su nivel de existencia y su grado de consciencia y quizás un poco más allá, pero de manera limitada a aquello que pueden contemplar en su horizonte de consciencia. Cuántos casos he tratado de mujeres a las que sus padres no les han permitido estudiar por una concepción machista de la vida. O padres que no favorecen el estudio, la cultura o la lectura porque “yo he sacado adelante a mi familia sin leer un libro, no veo por qué mis hijos han de estudiar”. Esto lo he escuchado en este siglo XXI.

Desde estos grados de consciencia la crianza es la prioridad porque así lo dictan los programas emocionales y mentales inconscientes de los padres, no porque no quieran que sus hijos vayan más allá sino porque el estrato evolutivo de la existencia de la persona llega hasta ahí y su horizonte de consciencia sólo un poco más lejos. Aunque suelo recurrir habitualmente a la Teoría de la dinámica espiral para hablar de los grados de consciencia, en esta ocasión mostraré un modelo más antiguo y sencillo, pero no por ello menos efectivo para la comprensión, la Pirámide de Maslow. En esta pirámide se pueden observar cinco niveles de existencia, sugiero una lectura atenta del diagrama para continuar con el artículo.

Como se puede observar en cada escalón o nivel, la concepción de la existencia está marcada por las necesidades no cubiertas del individuo. En función de las necesidades garantizadas y aquellas a las que aún no se ha accedido, se desarrolla una concepción emocional y mental diferente de lo que es la vida. En los dos primeros escalones se puede situar la crianza, mientras que a partir del tercero se comienza con la educación. Obviamente estos estratos no son compartimentos estancos, pero sí se puede hablar de tendencias a la hora de transmitir a los hijos las escalas de valores que pueden llegar a convertirse en su libro de instrucciones consciente e inconsciente.

En base a esta información puedo decir que hay quien considera que basta con cubrir las necesidades de los hijos sin atender a otros aspectos y quien trata de atender a esos otros aspectos de la educación más allá de la crianza. Esta segunda opción es mucho más costosa en términos de tiempo y energía. Ya no basta con alimentar, vestir, proteger y enviar a la escuela. Los padres y madres que quieren educar tratan de realizar con sus hijos actividades que puedan resultar enriquecedoras para ellos: leer, ir al cine o al teatro, jugar, tener diferentes experiencias vitales, viajar, atender a su mundo emocional, comprenderlos, apoyarles en sus ideas y proyectos, respetarlos, aprender de ellos, evolucionar a medida que ellos lo hacen y un largo etcétera. También tratan de transmitirles una manera de entender la vida, una escala de valores, unas comprensiones e ideas que, en su manera de verlo, les harán mejores personas y le permitirán una mejor interacción con la existencia. No solamente en una cuestión de dedicarles tiempo, sino que también es una cuestión de actitud y tampoco es una cuestión de cantidad de tiempo sino de calidad, porque a partir de un determinado momento, el cansancio físico, energético, emocional y mental también aparece, mermando la calidad de la interacción.

Este artículo se ha inspirado en la actitud de algunas personas (generalmente sin hijos) que piensan que cuando se convive con un hijo uno hace y deshace a su gusto y que los hijos le acompañan a uno gustosos y encantados. Y también se inspira en aquellas personas que, en más de una ocasión me han comentado sorprendidas: “es que mis hijos no me obedecen”, refiriéndose a niños y niñas menores de cinco años. Obviamente, los niños no nacen con el programa de la obediencia. Un hijo o hija es un ser humano, con gustos, ideas y preferencias propias, que en un momento dado empieza a manifestarlas y a demandar su derecho a que sean respetadas. Encontrar ese equilibrio en la convivencia entre los intereses de los padres y de los hijos, entre criar y educar, implica una atención constante, un esfuerzo de flexibilidad, firmeza y negociación, un educar desde el amor y el respeto y no desde el miedo y todo ello no sólo no es fácil sino que, en mi opinión, hay que prepararse para poder hacerlo con un mínimo de solvencia.

Educar también implica respetar. Quienes piensan que los hijos han de obedecer sin cuestionar o callar ante las opiniones o deseos de los padres no sólo no respetan sino que someten. Y en lo cotidiano, respetar implica contemplar y aceptar las ideas, los gustos y los intereses de los hijos, que no necesariamente han de coincidir con los de los padres. En ocasiones los adultos proyectan sobre sus hijos sus propios gustos y piensan que si a ellos les gustaba en el pasado o les hubiese gustado que sus padres les llevasen a tal sitio o les comprasen tal regalo, sus hijos lo han de vivir de la misma manera, y no necesariamente ha de ser así. Lo que a mí me gustaba o me hubiese gustado como niño no es lo que a mi hija le ha de gustar, ¿por qué si es una persona diferente en una época diferente y con un alma diferente? Es necesario observar, escuchar, atender a nuestros hijos, conocerles en la forma y en el fondo, saber de sus gustos, deseos y anhelos, abrirse a una comunicación honesta y respetuosa y tratar de conjugar sus intereses como personas con los nuestros como padres y también como personas. Y esto es complejo, pues la convivencia, los tiempos, los ritmos, la economía, los espacios, las responsabilidades y un sin fin de cuestiones dificultan una interacción sana, equilibrada y libre. “Antes era más fácil, una mirada, un grito o un tortazo y todo se arreglaba”, dicen algunas personas. Cierto, pero eso era y es educar desde el miedo y el autoritarismo, no desde el amor y la autoridad. El miedo se impone, el respeto se cultiva. Imponer como sistema des-educa y crea improntas de miedo, resentimiento, rencor, recelos y desconfianzas, complejos y conflictos internos que dejan su marca para el resto de la vida. Educar desde el amor, la firmeza y el respeto, teniendo en cuenta a los hijos como personas y no como posesiones implica un conocimiento, esfuerzo, desarrollo evolutivo, consciencia, atención e inversión de tiempo y energía que, a veces, parece imposible aplicarlo en el día a día. Probablemente hubiese que cambiar todo el modelo socioeconómico, moral, ético, educativo y espiritual del sistema para poder abordar una educación sana y consciente, pero en eso no hay interés, no vaya a ser que el día de mañana se conforme una sociedad capaz de pensar, expresar y poner en tela de juicio lo establecido, lo injusto o lo inaceptable.

Como granito de arena a esta formación para los padres, además de los cursos que imparto, invito a la lectura de mi último libro Comprender y educar las emociones infantiles. Os dejo aquí la portada y para quien lo desee comprar me lo puede pedir a través de mi página Web o comprarlo directamente en versión digital.

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