En mi opinión, existen momentos, circunstancias, periodos de tiempo en la vida en los que perdemos el dominio de nuestras emociones. Ya sea por las rutinas o el devenir de lo cotidiano, nos olvidamos de que no siempre están bajo nuestro control y es nuestro cuerpo el que viene a recordárnoslo.
Hay manifestaciones que se adelantan, interrumpen y modifican nuestros proyectos y expectativas, al margen de la mente egóica (o simultáneamente con ella en muchos casos), deteniendo y alterando nuestra vida con emociones mudas que buscan desesperadamente ser descifradas y pronunciadas.
No es fácil saber exactamente qué nos pasa cuando esto sucede. Las manifestaciones son muchas y giran en torno a diversos factores, pero siempre he pensado que éstas existen para aquel que desea interpretarlas. También es verdad que no siempre tenemos el valor o estamos preparados para aceptar los cambios que, lenta o bruscamente, se acumulan y esperan con urgencia ocurrir.
Los distintos estados psíquicos y físicos que se unen sincrónicamente en un momento de nuestra vida, vienen a comunicarnos los errores y cambios que nuestro Ser Interior necesita modificar o trascender, y no aquello que queremos imponer por creencias, traumas, apegos, miedos o apariencias. Los hechos se alinean y se unen para forzarnos a poner un pie en el camino y salir de esa otra estructura de personalidad donde nos hemos forjado, conocido y desenvuelto hasta ahora para sobrevivir y construir otra más acorde con nuestra realidad y nuestros nuevos objetivos.
En ese proceso el grito se hace tangible, pero sin nombre ni apellidos. Puede comenzar con un cúmulo de obsolencias materiales (como que se rompa el móvil, el ordenador, el coche, las tuberías de la casa, varias luces de ésta,…etc.) en un corto espacio de tiempo. Pasar en ése periodo de una faringitis a una lumbalgia, pérdida de visión, insomnio y abatimiento extremo. Sentir que el amor y el desamor están más cerca de lo que pensabas y que la pasión es un estado más o menos duradero. Descubrir que toda aquella escala de valores, gustos y sueños que tenías dejan de tener sentido. Ese día en el que nos levantamos con la mirada perdida y la voz quebrada, que declama todo sin pretenderlo, como ventrílocuos de un muñeco idéntico a nosotros mismos.
En esos momentos, aquello que emerge tiene que ver con una tristeza o una alegría desaforada que no reconocemos y que, como una máscara ceñida a nuestro Ser, comienza a provocar rozaduras, llagas, marcas y dolores. Primero sobrellevados e integrados con cotidianeidad en el olvido, para el cual nuestra mente encuentra, si no una explicación, una disculpa amable, cómoda, capaz de amortiguar los golpes y avocada al sufrimiento. Luego el grito se hace ensordecedor, paralizante, inabarcable y misterioso en su magnificencia. Nos derriba, nos cuestiona, quiere algo de nosotros que no conseguimos adivinar. Descubrimos emociones que nunca antes habían existido en su planteamiento (crisis existencial). Costumbres, neurosis, dependencias, adicciones y roles que sentimos caducos e inoperantes para este nuevo Ser que emerge inevitable.
Llegado este momento sólo cabe hacer dos cosas:
A/ Seguir ignorándolo.
B/ Buscar soluciones.
Vamos a ocuparnos del segundo caso.
Para comprender lo que sucede debemos mirar hacia adentro más que hacia afuera. Todos los dilemas poseen su solución, se hace necesario entonces pararse, tomarse tiempo, poner toda nuestra atención en ello y hacer las preguntar correctas: ¿Qué cosas son las que me limitan, por qué y para qué? ¿Qué puedo hacer para cambiarlas?
Todos tenemos un maestro interior que sabe lo que necesitamos, es necesario darse el permiso para hacerle caso. Observarnos con detenimiento y atención, como no lo habíamos hecho, y reconocer dónde está todo aquello que nos perjudica para alcanzar la serenidad.
Seguramente encontraremos caminos que no son los idóneos para el cambio, en cuyo caso, habrá que buscar nuevas fórmulas y senderos para llevarlos a cabo. Tendremos que estar atentos a las mejoras que el cuerpo restablecerá casi sin darnos cuenta. Luego, como si fueran barcas, habrá que amarrarlas bien a puerto e integrarlas a nuestro día a día para no zozobrar.
Estos cambios implican dolor y nos asusta, porque ya lo hemos vivido y no nos gusta arriesgar por si acaso. Es completamente normal y comprensible, pero a la larga, nos hace pobres. Para éste momento y como herramienta fundamental, en donde la decisión implica sentir dolor para dejar de sufrir, existe la consciencia. Amiga del corazón, nutriente indispensable de nuestro Ser Interior, siempre nos invita a vivirlo a pesar de todo y de todos. Las recompensas de ser coherente, por increíble que parezca a simple vista, serán siempre cosas del porvenir que podemos labrar en un campo donde habrá una beneficiosa cosecha.