El tema que os presento es importante por muchas razones, algunas de ellas son las siguientes: la depresión es una de las consideradas “enfermedades mentales” más común en nuestro tiempo; muchas personas consideran, erróneamente, que es cosa de quien no quiere “echarle pelotas a la vida”; la sociedad occidental, tal y como está montada, favorece la depresión y, a donde quiero llegar, el enfoque que se le da a esta “enfermedad” es muy diferente según se trate desde la medicina convencional o desde las Técnicas Naturales (antiguamente conocidas como Terapias Naturales).
Señalo a título informativo que yo mismo viví la experiencia de la depresión y que, en los últimos diez años de ejercicio profesional, he ayudado a transitar esta experiencia a decenas de personas.
Cuando hablo de depresión no me refiero a un bajón emocional, a estados de ánimo decaídos o al típico comentario de “hoy estoy depre”, sino a un estado físico, energético, emocional, mental y espiritual en el que ha desaparecido el sentido de la vida y nada queda ya salvo recostarse y abandonarla. Suelo hacer el siguiente relato sobre esta situación: la persona que vive la experiencia de la depresión se encuentra en una cueva en la que la oscuridad es absoluta, ningún atisbo de luz permite orientarse en dicha oscuridad. El techo es tan alto que no se puede tocar ni intuir y las paredes están tan alejadas que, por mucho que se camine a tientas buscándolas, nunca se llegan a alcanzar. Esta situación de carencia de luz, de carencia de referencias, salvo el suelo que se pisa y el aire que se respira, de inexistencia de límites en los que apoyarse y de cambio de la sensación del tiempo que fluye, por la de un tiempo que aplasta la existencia, vivida día a día, se convierte en un agujero negro que atrapa toda energía y del cual da la sensación (y hasta la convicción) de que es imposible salir.
«La depresión es una cueva de oscuridad absoluta»
El enfoque convencional suele ser (casi de manera única) la toma de una serie de sustancias que, modificando la química cerebral, cambian en mayor o menor medida, la percepción de la situación. Es como si, en esa cueva oscura y eterna, pusieran algunas luces aquí y allá y proyectasen algunas imágenes que imitasen ventanas con paisajes externos que tranquilizasen a la persona, pero a los que no se puede llegar del todo porque, aunque se viven, carecen del sabor de lo real. De esta manera, la persona se deja “engañar” por esas luces y esas imágenes y se miente diciéndose a sí misma que ya está mejor, que va tirando, que “bueno, la vida es así”, cuando, en realidad, lo que ha hecho es cambiar una señal de alarma de que algo no va bien en la vida (la depresión) por un refugio blindado donde “las cosas no van tal mal” (la medicación).
Cuando el/la profesional se toma el tiempo para escuchar a una persona con depresión relatar su vida y sus experiencias, cuando ésta expone su manera de pensar y de sentir, cuando se puede acceder a su Ser Interior y comprender sus miedos, sus excesos y sus carencias, es posible comprender cómo su cuerpo y su mente, a través de la alarma que es la enfermedad, en este caso una depresión, están llamando la atención sobre esos miedos, esas carencias y esos excesos (alimentos del ego), para que la propia persona haga algo al respecto (despertar y alimentar a la consciencia en la búsqueda de la sanación). No digo que todas las depresiones respondan a este paradigma, pero sí que la mayoría de las veces que he tratado a una persona deprimida, ésta era la circunstancia.
La persona y el/la profesional tienen que pararse a escuchar esa señal y buscar, en el interior y en el exterior, las causas primigenias que han disparado el mecanismo de alarma. Estas causas pueden ser cercanas en el tiempo o lejanas, puede ser un trauma, un miedo, una necesidad de cambiar la manera de vivir; puede tratarse de una vida desgraciada o aparentemente feliz, puede deberse a una sola causa o a múltiples factores que, sumados, han llegado a mermar sobremanera las defensas y los recursos psíquicos de la persona hasta hacerle perder la energía psíquica y caer en desánimo (des-ánimo, sin anǐmus, sin soplo divino). Cuando se toma conciencia de las causas que han producido tal situación, llega la hora de tomarlas como una oportunidad que la vida pone delante para realizar aprendizajes, cambiar creencias, necesidades y conductas y dar un paso para hacerse más sabios, más conscientes y más sanos.
«Hay que pararse a escuchar las señales…»
Esencialmente, se trata de dar un paso (quizás muchos) hacia el Amor y alejarse cada vez más del Miedo. Trabajar con estos conceptos a nivel práctico es complicado, por lo que invito al lector/a a leer el texto o escuchar el audio Amor y Miedo en la página de Noray Terapia Floral, para profundizar en estos conceptos. Dada la complejidad de trabajar en estos paradigmas, la manera de abordar una depresión del ánimo, desde la Terapia Floral, implica no sólo la toma de las esencias florales, sino un trabajo de fondo en el que la persona ha de hacer consciente lo inconsciente y transformar la programación emocional y mental insana en sana. Este proceso, según mi experiencia, nunca dura menos de diez a doce meses (habitualmente algo más) e implica un trabajo no sólo del profesional y la persona, sino también del entorno, apoyando, comprendiendo y sosteniendo a la persona hasta que pueda ver la luz al fondo de la oscura cueva en la que se halla.
La depresión es una señal de alarma de que ha llegado la hora límite para hacer cambios en la vida interior y exterior de la persona y no se debe esperar más. Si se quiere vivir la experiencia como un proceso de aprendizaje y transformación, habrá cumplido su función de advertir y, una vez hechas las transformaciones, se apagará y no volverá a encenderse a no ser que se vuelva a caer en el error de no escuchar al Ser Interior y no evolucionar con la vida. Si se recurre a enfoques más tradicionales, donde la química externa sustituye a la voluntad, se puede vivir en la ilusión de que se ha salido de la cueva pero, en realidad, se sigue en ella, sólo que con la sensación de que no es así. Una de las opciones requiere hacerse cargo de la propia vida, la otra, cede la responsabilidad a una pastilla; una, implica aprendizajes, evolución y consciencia, la otra, parálisis, cronificación y alienación; una, alimenta a la consciencia y acerca al Amor, la otra, alimenta al ego y mantiene en el Miedo. ¿Qué opción conviene a los hombres y a las mujeres valientes y libres y qué opción conviene a un sistema que mantiene a las personas doblegadas a la alienación y al consumo? La respuesta la ofreció Mahatma Gandhi hace muchos años: “Dios nos quiere atrevidos”.
José Antonio Sande Martínez
Terapeuta emocional y floral
Noray Terapia Floral