En artículos anteriores (Grados de conciencia y ¿Por qué la democracia no sirve para elegir a los mejores dirigentes?) hacía una reflexión basándome en los diferentes grados de consciencia en los que el ser humano puede desarrollarse. Estas reflexiones se fundamentan en el estudio de la Dinámica Espiral, una teoría desarrollada en los años 70 y 80 por el Dr. Clare W. Graves (1914-1986) y sus colaboradores. Según esta teoría, el ser humano puede desarrollar diferentes niveles de existencia en función de condiciones internas (capacidades cerebrales) y condiciones externas (condiciones de vida). Estos niveles de existencia son asimilables a diferentes niveles de consciencia sobre la existencia, es decir, a los diferentes grados de consciencia sobre la vida, su naturaleza, su profundidad y su sentido.
Mi labor profesional, estudios y propio proceso de vida me llevan a reflexionar a menudo sobre estos aspectos, llegando a conclusiones que suelo plasmar tanto en mis clases como en mis escritos. Este artículo, “Destino o muerte”, profundiza sobre la coherencia entre Ser interior y ser exterior y su relación con los niveles de consciencia.
Los grados de consciencia se pueden clasificar en nueve que, a su vez, se reúnen en tres estados: los grados 1, 2 y 3 pertenecen al estado prepersonal, los grados 4, 5 y 6 al estado personal y los grados 7, 8 y 9 al estado transpersonal. El ser humano comienza a tener cierta conciencia sobre lo que hay fuera de él a partir del grado de consciencia 4, en el 5º se observa el exterior y el “yo” trata de aprovechar las circunstancias externas de una manera más consciente y en el 6º lo externo cobra gran importancia como factor de completitud o autorrealización. Pienso que el Ser interior, a lo largo del desarrollo en los grados de consciencia entre el 1º y el 4º, no cuenta demasiado con la persona para sus procesos, simplemente vive las experiencias, las recibe, las integra y espera. Ahora bien, cuando la persona, a lo largo de las vidas, llega un momento en que está preparada para alcanzar el grado de consciencia suficiente como para mirar hacia dentro en lugar de hacia afuera, entonces el Ser interior le hace partícipe de sus designios.
Ser consciente hacia adentro, ser consciente de la profundidad del Ser, encontrar el Ser dentro de uno, permite conectar con lo profundo y trascendente, con lo infinito, con el Amor, con la Totalidad. Es entonces cuando el Ser interior decide hacernos partícipes de sus necesidades y planes para que, desde esa consciencia, le ayudemos a transitar la vida que ha venido a vivir. Es como si cada persona fuese el timonel de un barco en el que el capitán no está, y se mantuviese al timón pero sin saber hacia dónde orientarse. Llegado ese grado de consciencia, ya no es necesario navegar a ciegas, el capitán ha aparecido y puede señalar el rumbo hacia el que desea dirigirse.
No siempre es fácil. El ser exterior ha transitado la vida, generalmente, mediatizado por los programas emocionales y mentales grabados en el cerebro a lo largo de la infancia y la adultez. Ahora una nueva voz en el interior propone nuevos caminos, nuevas acciones, experiencias y metas. ¿A quién hacer caso?, ¿al ser exterior o al Ser interior? A veces cuesta decidirse. Uno, el ser exterior, es el que se identifica con el “yo soy”, el de toda la vida. El otro, el Ser interior, parece un recién llegado que quiere tomar el mando y cambiar el estado de las cosas. Llegado este punto la persona se encuentra ante una puerta con un cartel que dice “Punto de no retorno”. Cruzar esa puerta implica un despertar al Ser interior, una ampliación de la consciencia que deja atrás al antiguo “yo soy”, disociado del “Sí mismo”, para unir ambos en una nueva dimensión, un “yo soy el Sí mismo”, una unión del ser exterior en el Ser interior para caminar juntos hacia un nuevo destino.
Ante esta perspectiva hay quien responde que, si realmente existiese ese Ser interior trascendente, viviríamos una existencia predeterminada, y eso es inaceptable porque no sólo somos libres, sino que existe el libre albedrío. Creo que si esas personas tuviesen una perspectiva sistémica sobre lo que es la vida interior de una persona y como funciona su emocionalidad y su mente, comprenderían que el nivel de condicionamiento del ser humano a su genética, a sus instintos, sus emociones, sus sentimientos, sus pensamientos, sus creencias y su entorno deja prácticamente anulado el libre albedrío al que se refieren. A partir de cierto grado de consciencia (pienso que el 5º en la escala de la Dinámica Espiral) el libre albedrío no está en hacer o deshacer según una fantasía de control sobre la propia vida, sino en elegir seguir o no el camino del Ser interior que, quizás por primera vez, se deja escuchar claramente. Si la persona se niega a atender a esa voz interior, surge el conflicto entre ambas dimensiones, la interna y la externa. Es en este punto en el que se puede producir una crisis existencial, disimulada tras situaciones externas conflictivas o desarmonizadoras que obligan a cuestionar la vida tal y como se ha vivido hasta ese momento.
Es el inicio del cambio, al menos la posibilidad de iniciarlo. Aprender a escuchar al Ser interior es un proceso, un entrenamiento. Ese Ser interior se comunica a través de las emociones y los sentimientos, de las intuiciones, de las sincronicidades, de las “casualidades”, de lo simbólico y lo trascendente. Este proceso aleja del Miedo y acerca al Amor, dando por buena la máxima “Lo que no es miedo es amor, lo que no es amor es miedo”. Seguir el camino del Ser interior es hacerle caso al capitán, pues el timonel, el ser exterior, sabe manejar el barco, pero no sabe a dónde dirigirlo.
Cuando se llega al grado de consciencia en el que el Ser interior habla, él establece el camino a seguir, y el ser exterior puede asociarse para caminar juntos o puede decidir caminar por su cuenta. Esta separación de intereses lleva a al conflicto interior y, a menudo, a la alienación o la enfermedad, a la muerte en vida e, incluso, a la muerte. La elección de caminar juntos, Ser exterior y ser interior, en la misma dirección lleva a una vida plena de experiencias, dolorosas unas, gratificantes otras, pero siempre llena de aprendizajes y comprensiones profundas.
A partir de ese momento de consciencia en el que el Ser interior se hace presente, está en manos de la persona elegir un camino u otro: caminar juntos hacia un destino común o tirar cada uno por su lado. Cada decisión tendrá unas consecuencias, ninguna de las opciones libra del dolor, pero una acerca al Amor y otra lleva al Miedo. Una lleva al destino y otra a la muerte, no necesariamente física, pero sí emocional, mental y espiritual. Es el momento de elegir: destino o muerte.