Cada día paso consulta de Terapia Floral a tres personas, de lunes a domingo, excepto los jueves y los sábados, y cada día aprendo, comprendo y siento que, la mayoría de las veces, solamente hay un problema que solucionar, sólo hay una cuestión que resolver y sólo una carencia que completar: estamos alejados de la Consciencia. Y no me refiero a una Consciencia buena y consoladora o a una Consciencia estricta y castigadora, ni siquiera a una Consciencia escéptica y lejana que nos observa sin intervenir porque quiere que aprendamos por nuestros propios medios, me refiero a que estamos alejados del Amor, una energía tan presente como ignorada y tan sanadora como rechazada.
“¡¿Amor… a qué?!”, preguntan y exigen en igual medida algunas personas, enfadadas con el mundo, con la Vida, con Dios o consigo mismas. “¿Amor a qué”? me pregunto yo mismo a veces. Amor a la Vida, Amor a la Existencia, Amor a la Consciencia, Amor al Ser. Estamos tan invadidos por los problemas externos e internos (incluidos los que habitan nuestras ego-mentes), tan imbuidos de actividades externas, que no nos paramos a contemplar las necesidades y demandas de nuestro Ser Interior, la parte de nosotros que está en conexión con el Alma y, a través de éste, con el Espíritu. Vivimos hacia afuera porque no nos han enseñado a vivir hacia dentro. Es sólo un hábito, un aprendizaje, ya que en el cerebro existen estructuras preparadas para experimentar el sentido de la trascendencia, es decir, el sentimiento de que el yo-identidad está unido a un YO-TOTALIDAD. En este sentimiento de trascendencia habita el Amor, pues se pasa del “yo me amo” al “YO AMOR”, ambos extremos de un mismo espectro emocional (véase el artículo amor, Amor, AMOR en web de Noray Terapia Floral).
Hay personas que no se aman a sí mismas y que esperan que los demás les amen, hay quienes se aman tanto a sí mismas (desde su ego) que no queda sitio para amar a las demás o para que los demás les amen. Hay quienes en cada amor que ofrecen solamente se están amando a sí mismas a través del otro. Hay quienes ofrecen todo su amor a los demás de una manera aparentemente altruista, pero que en el fondo de sus corazones esperan que les sea devuelto de alguna manera. ¿Sabemos amar?, claro que sí, pero es que Amar tiene muchos grados, tantos como niveles de consciencia hay. Así que esa energía está en función de la consciencia de cada cual, de sus necesidades, emociones, conductas, lecciones de vida, aprendizajes pendientes de su alma, etc., y, como cualquier otro aprendizaje, necesita ser practicado. Hay que dotarle de intención, atención, pasión, energía (intensidad), hay que vivirlo cotidianamente, en cada gesto si podemos conseguirlo (frecuencia) y hay que mantenerse en esa actitud durante tiempo suficiente como para que se convierta en un hábito emocional y mental (duración) (véase artículo Intensidad, frecuencia y duración en web Noray Terapia Floral).
Tanto el amor humano como el trascendente tienen en el cerebro sus propias estructuras neurológicas y sus respuestas neuroquímicas ya establecidas, lo que nos indica que nuestro cerebro y, por tanto nosotros, estamos diseñados y destinados al Amor. Ahora bien, ponerlo en práctica ya es otra historia. ¿Nos enseñan?, ¿nos dejan?, ¿nos lo permitimos?
Parece que la lucha diaria por sobrevivir, por protegernos, por pertenecer, por ser reconocidos, ocupa gran parte de nuestro tiempo y consume la mayor parte de nuestra energía. ¿Qué nos queda para autorrealizarnos?, más aún, ¿qué nos queda para iniciar una acción de trascender?: dar el paso hacia el Amor. Para ello es necesario hacer un trabajo personal, en mi opinión consistente en una serie de aprendizajes: gestión emocional, evolución personal y desarrollo de la consciencia. Ni más, ni menos. Y esto requiere tiempo y energía (y algo de esa energía que compramos con nuestro tiempo: el dinero). Se aprende a amar como a montar en bicicleta: en movimiento, cayéndose y levantándose y practicando cada día hasta que uno/a adquiere cierta habilidad. Luego, ya está en manos de cada persona seguir avanzando, hacerlo mejor cada día, o quedarnos con ese primer aprendizaje, a veces torpe, con el que nos desenvolvemos medianamente y vamos tirando.
Si conseguimos dirigir la mirada a nuestro interior, si somos capaces de escuchar de vez en cuando a nuestro Ser Interior, nos daremos cuenta de que está ahí, de que nos habla, de que nos acompaña y de que también él tiene sus necesidades, que son las nuestras, aunque no nos demos cuenta. Las otras son necesidades externas, egoicas, que también pueden ser atendidas y cubiertas, pero en un justo equilibrio con las de la consciencia.
Me viene a la memoria un relato indio sobre dos lobos, creo que es un buen cierre para esta reflexión.
Una noche un anciano indio Cherokee le contó a su nieto la historia de una batalla que tiene lugar en el interior de cada persona. Le dijo: “Dentro de cada uno de nosotros hay una dura batalla entre dos lobos. Uno de ellos es un lobo malvado, violento, lleno de ira y agresividad. El otro es todo bondad, amor, alegría y compasión”. El nieto se quedó unos minutos pensando sobre lo que le había contado su abuelo y finalmente le preguntó: “Dime abuelo, ¿cuál de los dos lobos ganará?”. Y el anciano indio respondió: “Aquel al que tú alimentes”.
José Antonio Sande Martínez
Noray Terapia Floral