Los niños suelen tener un mundo de fantasía propio en el que se mezclan lo real y lo imaginario. La imaginación y la creatividad residen en el hemisferio derecho del cerebro, mientras que la racionalidad reside en el izquierdo. Lo racional se desarrolla a través de la educación “formal”, mientras que la creatividad, la imaginación y la fantasía se desarrollan a través del juego y las artes. Para que el niño se desarrolle de manera equilibrada es necesario atender a ambos aspectos de su ser, lo racional y lo creativo, sin embargo, muchos niños estudian más que juegan y copian más que crean. La diferencia es que mientras que el conocimiento y lo racional ha de ser adquirido, la imaginación y la fantasía están presentes desde los primeros años del niño y se conforman con todo lo que percibe y recoge de la vida misma, creando un mundo interior e imaginario propio. Lo primero se crea de afuera adentro, lo segundo de dentro hacia fuera. Esto es de suma importancia para desarrollar aspectos de la emocionalidad infantil, fundamentales para el proceso evolutivo y madurativo, ya que, al igual que las crías de animales en la naturaleza, los niños necesitan acercarse a la realidad de manera segura y paulatina, y esto lo pueden hacer a través de la imaginación y el juego simbólico. No solo esto, sino que todo lo relacionado con la creatividad y la imaginación se convierte en un medio de conexión con aspectos del inconsciente, fundamento de la propia identidad y de la más profunda naturaleza humana. Si el niño se desarrolla como ser imaginativo y creativo su evolución personal será más gratificante y completa.
El hemisferio izquierdo (racional) del niño tiene muchas cosas que aprender para poder estar en la realidad, el derecho (imaginación) funciona libre y sin reglas, está activo desde muy temprana edad. Es con el uso de la mente racional que el niño va perdiendo la capacidad de estar en su imaginación. Pero hay niños que utilizan la fantasía de su hemisferio derecho como medio para escapar de la realidad que su hemisferio izquierdo le muestra. Otros niños prefieren su mundo de fantasía al real porque les gusta más, porque ellos son los protagonistas, porque en él se cumplen sus deseos, etc. Que el niño esté en “su mundo” de fantasía es natural y necesario, que lo use como “refugio” se convierte en una limitación, ya que le encierra en un mundo alejado de la realidad y le desconecta de la vida. Aunque esto, en ocasiones, pueda ser una necesidad, convertirlo en una forma de vida puede no ser tan beneficioso.
La R.A.E. define “fantasía” como la “facultad que tiene el ánimo de reproducir por medio de imágenes las cosas pasadas o lejanas, de representar los ideales en forma sensible o de idealizar las reales”. Esta facultad, en su justa medida, es una herramienta que enriquece a la persona, fuera de justa medida le limita y distorsiona la interacción con la vida. ¿Cuál es la justa medida?, la respuesta ya la he comentado en otros párrafos del libro: la justa medida es aquella que no crea tensión ni sufrimiento a la persona que lo vive. Por ello, la justa medida de un mundo imaginario o de fantasía no es la misma para todas las personas y menos en el caso de los niños, en los que es un elemento de vital importancia para su desarrollo y que no debe ser medido según parámetros adultos.
El problema en el niño no está en la fantasía y la imaginación, sino en el uso que hace de ella. Si utiliza esta cualidad como medio para huir de una realidad que le provoca sufrimiento, miedo o rechazo, habrá que analizar las situaciones externas al niño de las que trata de evadirse, si no hay causas externas puede que las haya internas, por lo que es necesaria una atención profesional. Pero también hay que tener en cuenta la posibilidad de que sea un mero comportamiento infantil, natural en el niño concreto y que, medido y valorado desde los parámetros del adulto, pueda resultar excesivo o extraño, no siéndolo realmente.
En este punto quiero comentar una situación que viví en mi primer año de maestro. Un alumno de primaria era para mi un tormento porque siempre estaba “en su mundo”, no atendía ni parecía entender nada, siempre con sus dibujos y distraído, hasta el punto de que hablé con su tutora para reunirnos con los padres y pedirles permiso para una valoración del equipo psicopedagógico. La tutora me disuadió de la intención porque decía que al niño no le pasaba nada, que él era así. Hoy en día, diecisiete años más tarde, este niño es un diseñador gráfico excelente, creativo y muy profesional. ¿Él vivía en el exceso de fantasía o mi criterio adulto lo estaba “juzgando” inadecuadamente? La respuesta es clara, yo estaba equivocado y él no. Que el niño esté en su mundo de fantasía es natural y necesario, que lo use como refugio se convierte en una limitación.