La perfección y el infierno
“El único lugar donde la perfección existe no está en la tierra y tampoco en el cielo, sino en el infierno, donde la perfección existe para torturar a las almas humanas”.
Este texto (del que desconozco la autoría) y una conversación con un paciente perfeccionista en extremo, me han llevado a escribir este artículo sobre la búsqueda de la perfección fuera de justa medida.
La perfección es una noción que, desde tiempos inmemoriales, ha sido perseguida y, en muchas ocasiones, llevada hasta la obsesión. Sin embargo, detrás de esa imagen irreal de una vida sin fallos ni imperfecciones, pueden ocultarse conflictos, complejos y sombras oscuras. La perfección, al igual que un espejismo de agua en un desierto, atrae y, al mismo tiempo, desgasta a la persona, devorando lentamente el bienestar emocional y mental. Hablamos, claro está, del perfeccionismo obsesivo o excesivo en el vivir cotidiano, no de la necesidad o intención de hacer las cosas lo mejor posible.
En un mundo saturado de imágenes cuidadosamente editadas por ordenador, estándares sociales inalcanzables y expectativas irreales, la perfección se convierte en una prisión invisible, donde los individuos se sienten constantemente obligados a ser más, hacer más, lograr más. Pero, en este afán, las personas terminan por perder de vista lo que verdaderamente importa: la salud mental, el bienestar emocional y la aceptación de la propia naturaleza humana.
La presión de ser perfectos afecta a todas las áreas de la vida, desde el ámbito personal y profesional hasta las relaciones interpersonales. La búsqueda constante y a menudo inconsciente de la perfección no sólo genera ansiedad, sino también un profundo sentimiento de inadecuación. Cuando alguien se siente constantemente insuficiente, la autoestima y el sentido de valía personal se pueden ver gravemente alterados. La persona puede llegar a identificar su valor únicamente a través de los logros, el reconocimiento externo y la aprobación ajena. Esta concepción de sí mismo, fragmentada y dependiente de factores externos o idealizados, es un caldo de cultivo para el estrés crónico, la ansiedad y la depresión potenciales, consecuencia de hábitos emocionales y mentales insanos como la comparación constante, la autoexigencia elevada, la autocrítica, el autojuicio, la autoculpabilización, el autoboicoteo y un largo etcétera.
Coste emocional del perfeccionismo
El coste emocional de buscar la perfección es muy alto. No se trata sólo de la fatiga mental que conlleva la constante autoexigencia y actividad mental, sino de las heridas invisibles que se provocan en la emocionalidad de la persona. Cada pequeño fallo, cada error, se convierte en un testimonio doloroso de «imperfección» que no se puede aceptar ni soportar. La culpa y la vergüenza, la autoflagelación y el desprecio interior se instalan interiormente, mientras que la rumiación mental y la autocrítica se transforman en una constante. Se pierde la capacidad de perdonarse a uno mismo, de ser indulgente con los propios errores, y en su lugar, se sobrecarga el sistema emocional con la idea de que no se es lo suficientemente perfecto, no se es merecedor del halago o no se es digno de ser amado. Puede que estos argumentos parezcan un poco exagerados, pero casi veinte años ejerciendo la terapia emocional dan para conocer muchas mentes y muchas emocionalidades y os puedo asegurar que esto que os cuento hay personas que lo viven en el día a día como su normalidad, insana, pero normalidad.
Coste mental del perfeccionismo
Mentalmente, el perfeccionismo fuera de justa medida exige un estado de alerta y un control constantes. El pensamiento perfeccionista es como una voz interna (la voz del ego diríamos en terapia) que nunca deja de hablar, evaluando cada acción, cada palabra, cada gesto, revisando constantemente conversaciones, situaciones, escenarios. Esta crítica interna crea un bucle interminable de comparación y autoevaluación, lo que aboca a un estado de tensión, desgaste y agotamiento. Las personas que buscan la perfección (fuera de justa medida) a menudo se sienten atrapadas en una dualidad: por un lado, se sienten impulsadas por el deseo de hacer todo bien, y por otro, temen profundamente al fracaso. En lugar de experimentar la satisfacción de un trabajo bien hecho o el aprendizaje que conlleva la equivocación, el perfeccionismo obsesivo genera una sensación de vacío, ya que nunca se alcanza el nivel idealizado que se tiene en mente.
Coste relacional del perfeccionismo
Además de lo dicho anteriormente, este deseo de perfección puede llegar a afectar a las relaciones interpersonales. Muchas de las personas que están atrapadas en la búsqueda de la perfección tienden a proyectar esa misma expectativa sobre los demás. Esto puede generar tensiones, porque la perfección en niveles obsesivos, no sólo es una meta inalcanzable, sino que también implica control, crítica, juicio e incluso, castigo. Las personas que buscan la perfección pueden volverse exigentes y poco tolerantes con las imperfecciones de los demás, sin darse cuenta de que, al hacerlo, causan dolor o alejan a las personas que más valoran. En última instancia, el perfeccionismo puede crear una desconexión emocional, aislando a aquellos que intentan alcanzar este ideal de las personas que les rodean y que podrían aportarles otros valores propios de las relaciones interpersonales.
Coste físico del perfeccionismo
En el plano físico, las consecuencias de perseguir la perfección también son evidentes. La constante presión y la sobrecarga emocional tienen un impacto directo en el equilibrio y la salud del cuerpo. El estrés crónico, la ansiedad y la falta de descanso (sobre todo mental y emocional) activan el eje HPL del estrés, afectando al sistema inmunológico, aumentando el riesgo de enfermedades cardiovasculares y alterando el equilibrio hormonal, entre otras consecuencias. Además, la preocupación constante o la obsesión por los detalles puede llevar a problemas de insomnio, trastornos alimentarios o agotamiento. El cuerpo, al igual que la mente, no está diseñado para soportar una carga constante de perfeccionismo insistente y, cuando esta sobrecarga se prolonga, los efectos a largo plazo son evidentes en forma de diversas somatizaciones.
Sin embargo, la cuestión no radica sólo en los efectos dañinos del perfeccionismo exagerado, sino también en la falsa idea, alentada hoy en día desde múltiples direcciones (redes sociales, películas y series y un poderoso mercado basado en la imagen estética y física), de que la perfección es el único camino hacia la felicidad y el éxito. La realidad es que la perfección, por su naturaleza, está en constante cambio. Lo que hoy se considera perfecto mañana puede ser visto como insuficiente, ya que una vez que se ha alcanzado esa cima, siempre se contemplan otras que están por detrás y que no se veían. Esto crea una espiral interminable de insatisfacción, donde la felicidad o, al menos, la calma, se muestran inalcanzables, ya que el objetivo siempre está un paso más allá. Al enfocarse sólo en lo que no se tiene o lo que no se ha alcanzado, se pierde la capacidad de disfrutar el presente, de celebrar los logros pequeños y grandes, de sentir la satisfacción del aprendizaje implícito en el error y de reconocer el valor intrínseco que reside en ser humano, con todas las imperfecciones que le definen.
En lugar de buscar la perfección a toda costa, es crucial aprender a aceptar las imperfecciones y los errores como una parte fundamental del aprendizaje, el crecimiento personal y la experiencia humana. La verdadera fortaleza, consciencia y sabiduría residen en la capacidad de abrazar los errores, aprender de ellos y crecer. La belleza de la vida no está en la ausencia de fallos, sino en la forma en que aprendemos cada día de ellos, en la resiliencia que mostramos ante las adversidades y en la autenticidad con la que vivimos nuestras “perfectamente imperfectas” vidas. La perfección es una ilusión, un concepto vacío que sólo nos aleja de lo que realmente importa: el proceso, el aprendizaje, la evolución y, sobre todo, el amor (a uno mismo, a los demás y a la Vida).
Conclusión
En conclusión, la persecución de la perfección de manera constante, excesiva u obsesiva es una carga mental y emocional, una idea peligrosa que, lejos de ofrecer paz, genera caos y destrucción en la mente, la emocionalidad y el cuerpo. El coste de su búsqueda es, a largo plazo, muy alto y sus consecuencias para la salud y la armonía interior evidentes. En lugar de perseguirla, debemos aprender a abrazar nuestras imperfecciones, a aceptarnos tal como somos y a reconocer que la verdadera plenitud se encuentra en el aprendizaje, la evolución y la aceptación de nuestra naturaleza humana y falible. Sólo entonces podremos liberarnos de la prisión de la perfección y encontrar algo de la paz que tanto anhelamos en nuestras mentes y nuestros corazones.