Hace unos días transitaba por la autovía cuando el coche comenzó a reducir su velocidad sin que yo levantase el pié del acelerador. En un par de minutos la velocidad se había reducido preocupantemente a 80 Km/h. Por más que pisaba el acelerador o reducía la marcha no había manera de que pasase de esa velocidad. Ese mismo día llamé a mi cuñado, que es mecánico.
– Manolo, que el coche ha perdido potencia y no pasa de ochenta por hora ni en la autovía.
– Tráetelo que le eche un vistazo.
Al día siguiente, a primera hora de la mañana, estaba en la puerta del taller Ureña y Celaya, en Almería, con la esperanza de que la reparación no me costase muy cara. Mi cuñado se subió en el coche, le dio unos acelerones y me dijo:
– Esto va a ser de la electrónica. Déjamelo y ya te diré algo.
Así que dejé el coche en el taller y me volví a casa en autobús.
Salvo excepciones (mecánicos, aprendices de mecánica y manitas), no conozco a nadie que cuando les falla el motor del coche se atrevan a algo más que abrir el capó y mirar con sentimiento de impotencia la cantidad de cables, tubos y válvulas que habitan bajo tapas y cubiertas varias.
La mayoría de las personas no se llevan el coche al garaje de su casa y desarman el motor, ni se compran un manual tipo “Desarma el motor de tu coche, arréglalo y vuelve a montarlo sin que te sobren piezas”. El común de los mortales suele llevar el coche a su mecánico de confianza para que haga “lo que tenga que hacer”, pero que lo tenga funcionando si es posible “esta misma tarde”.
Tampoco conozco a nadie que, no sabiendo de mecánica se atreva a contradecir el criterio del profesional con opiniones fundamentadas en teoría más o menos inciertas, suposiciones u opiniones en plan “todo el mundo sabe que…”, “lo normal sería que…”. Y, por supuesto, nadie se lleva el coche del taller cuando el mecánico aún está hurgando en el motor, con el capó abierto y el coche conectado al ordenador para dar con la avería.
Sin embargo… esto sí que lo hacen algunas personas cuando se trata de problemas en su motor emocional, cuando se percibe una bajada del rendimiento, un ruido raro (entiéndase síntoma), un no tener la fuerza, la energía o el ánimo considerado normal. En estos casos hay personas, y esto lo he oído yo, que dicen “esto se arregla poniendo lo huevos encima de la mesa”, o “con esto puedo yo por mis cojones (u ovarios que para el caso es lo mismo)”, o “o esto puedo conmigo o yo puedo con ello”, y otras sartas de babayadas que ni por asomo se les ocurriría decir si se tratase del motor de su coche. Otras personas se empapan de libros de autoayuda con muy buenas intenciones, pero con falta de cualidades personales para ponerlas en práctica.
¿Cómo es posible pensar que es más fácil arreglar el motor de las emociones que el motor de un coche? La respuesta es… por ignorancia. El motor de un coche tiene, a lo sumo, unos cientos de piezas, unas más grandes y otras más pequeñas, unas más importantes y otras menos, además de que cada pieza tiene su lugar y su forma de funcionar de manera fija. El motor emocional de una persona está configurado por miles de piezas (programas emocionales y mentales) que asumen diferentes funciones según el momento y la circunstancia, según los estímulos internos y externos, según lo aprendido o lo que uno cree y, para mayor dificultad, hasta el 97% de esas piezas no pueden ser percibidas por la persona, ya que son inconscientes. ¿Y aun así hay quien piensa que “esto lo arreglo yo”? Si se tuviese mayor consciencia de lo que es en realidad el mundo emocional, las personas se animarían a realizar procesos de desarrollo personal y ampliación de consciencia y, en los casos en los que su conocimiento no fuese suficiente, buscarían ayuda de un/una profesional que haya dedicado energía, voluntad y tiempo a comprender la naturaleza humana y a trabajarse a sí mismo/a en coherencia con sus conocimientos.
No puedo dejar de señalar que no todos los que se llaman a sí mismos psicólogos, coachs, terapeutas, maestros, etc. son personas coherentes con lo que dicen ni competentes en su trabajo. Hay quienes practican el “Haz lo que yo digo pero no lo que yo hago”. En mi opinión este tipo de “profesionales” están lejos de poder practicar una labor coherente. Pueden saber mucha teoría, pero ésta no se ve respaldada energética y moralmente por la aplicación de dichas teorías a sus propias vidas. Los profesionales no coherentes y los que se dicen o se creen profesionales del mundo emocional pero no trabajan sobre su propio desarrollo interior le hacen un flaco favor a las Terapias Naturales, dando una imagen que no se corresponde con lo que un verdadero profesional ha de practicar y mostrar.
No dudéis en acudir a profesionales que os ayuden a gestionar vuestro mundo emocional y, del mismo modo, no dudéis en entrar en sus páginas web y en preguntarles por su formación, recorrido profesional y capacidad de resolver vuestros problemas. Un buen profesional no tiene nada que esconder e, incluso en el caso de que vuestra situación represente un desafío, sabrá mostrarse agradecido ante la oportunidad de trabajar y estudiar más a fondo para ayudar en su resolución. Un buen profesional siempre está en proceso de aprendizaje y desarrollo, y ni lo sabe todo ni lo pretende.