El perfeccionismo es una cualidad que, a priori, parece ser necesaria y deseable para desenvolverse en la vida, sobre todo en la faceta profesional. Sin embargo, no es algo que, generalmente, se enseñe en la escuela o en las familias de manera directa, como un valor en sí mismo. El perfeccionismo es “enseñado” al niño a través del ejemplo que se le da en la casa, a través de la exigencia, la crítica u otras maneras “emocionales” de transmitir los patrones de conducta. El niño también puede aprender él sólo a mantener una actitud perfeccionista por diferentes vías. La cuestión no es tanto si el niño es perfeccionista o no, sino el grado en que lo es: ¿está esa cualidad en su justa medida o fuera de justa medida?
Según define María Moliner en su “Diccionario de uso del español”, perfeccionismo es “minuciosidad y deseo de perfección, a menudo exagerado, en la realización de cualquier trabajo o tarea”. A su vez minucioso se define como “que cuida en lo que hace hasta los menores detalles; que se preocupa de los detalles en lo que examina o cuida”. Como en cualquier cualidad, la justa medida en función de edad, nivel de desarrollo, necesidad de la situación, naturaleza de la persona, etc., es la manera de encontrar el equilibrio.
El perfeccionismo es una cualidad que, a partir de un cierto grado, se convierte en obsesión. Esta obsesión tiene una causa que la origina y unos efectos sobre el niño, sobre su mundo mental, sobre el desarrollo de su personalidad y su emocionalidad. Convertir la perfección en un exceso, en el juego, en las tareas escolares, en la limpieza, en la imagen, en la ropa, en el cuerpo, en la conducta, en el orden, etc., provoca una tensión mental y emocional en el niño, sea su entorno familiar consciente de ello o no. En el caso de que sean los padres los que proyectan el perfeccionismo sobre los hijos, el niño puede imitar este “programa” en diferentes aspectos de su vida, sin embargo, hay que tener claro que un niño perfeccionista no es más feliz, no es mejor hijo, no tiene serenidad interior, no tiene garantizado el éxito en la vida ni muchas otras falsas ideas y creencias en base a las cuáles se fomenta esta actitud.
Las causas originales del perfeccionismo en el niño pueden ser variadas: satisfacer a los padres, ser aceptado, llamar la atención, ser el mejor, cumplir con un ideal y otras. Esto puede llevarse hasta el extremo, desarrollando el llamado síndrome del perfeccionista o “síndrome anancástico”, desequilibrio que se sitúa dentro del espectro obsesivo y se define como un patrón de personalidad con unos rasgos característicos, aunque no por ello fácilmente identificables como problemáticos para la persona:
– inflexibilidad
– rigidez
– anticipación
– afán por acabar las cosas
– reiteración
– inseguridad
– prevalencia del sentido del deber
– subjetivismo muy marcado al enjuiciar los hechos
– hiperexigencia propia
– hiperexigencia hacia los demás
Ello le hace ser propenso a los trastornos de ansiedad, de pánico y de tipo depresivo o afectivo. En mi experiencia profesional, puedo afirmar que un porcentaje elevado de pacientes que vienen a mi consulta por trastornos de ansiedad, depresión o alteraciones graves del estado de ánimo, son personas excesivamente perfeccionistas en aspectos concretos de su vida (imagen, trabajo, limpieza, etc.) o de manera general, lo que les lleva a hacer un elevado grado de tensión que afecta a su plano emocional. Prácticamente todos aprendieron a ser perfeccionistas en la infancia. Es aquí donde quiero incidir al analizar esta estructura emocional, pues es de suma importancia dentro del ámbito de la Educación Emocional Infantil.