El sentimiento de culpabilidad es, según mi experiencia profesional, la estructura emocional más limitante en nuestro entorno social. En bastante más de un cincuenta por ciento de mis pacientes, alumnas y alumnos, este sentimiento mediatiza su vida con mayor o menor fuerza, pero está permanentemente presente. Ahora bien, este programa emocional no siempre se vive de manera consciente, en muchas ocasiones es totalmente inconsciente.
En los cursos suelo comentar que nadie llega a la consulta diciendo “vengo porque me siento culpable y quiero eliminar la culpa de mi vida”. La mayoría de las veces este sentimiento se oculta tras sensaciones, emociones y conceptos de lo más curiosos: “siento un come-come”, “me da cosita”, “tengo un algo…”, “me da penita”. Pero nadie reconoce, de primeras, el sentimiento de culpabilidad como tal. Esto ya es un primer obstáculo, porque se ha llegado a normalizar hasta tal punto, y se ha convertido en algo inconsciente hasta tal medida, que la persona no se da cuenta o bien piensa que todo el mundo se siente igual, que eso es lo natural. “¿Un poco todo el mundo se siente culpable, no?”, es una medio pregunta medio afirmación habitual, en la convicción de que este sentimiento lo tiene todo el mundo, de que es “lo normal”.
Sin duda y con firmeza mantengo que, según mi experiencia, en la sociedad española el sentimiento de culpabilidad supera a la emoción del miedo a la hora de limitar la libertad de las personas. Y es un programa que, la mayoría de las veces, se instala en la infancia y se mantiene el resto de la vida, siendo el causante de muchos desequilibrios físicos, emocionales y mentales.
Según María Moliner, en su Diccionario de uso del español, culpabilidad se define como “circunstancia de ser culpable”. Y culpable “se aplica al que ha cometido un delito o una falta. También a la persona o a la cosa que son causa, aunque involuntaria, de una cosa mala”.
“Delito”, “falta”, “cosa mala”… palabras con una carga simbólica que, utilizada de la manera “equivocada”, a sabiendas o no, pueden causar mucho sufrimiento. En España, el programa emocional y mental de la culpabilidad ha sido utilizado por el poder y la religión para someter a las personas durante décadas. Ha sido, y sigue siendo, una herramienta poderosa que se utiliza a todos los niveles, tanto en las relaciones personales, como dentro del marco familiar, en la pareja, en el trabajo, en la religión y en la sociedad. Es un medio de manipulación tan extendido, sutil y efectivo que, a mí entender, es el programa emocional más importante a considerar dentro de la Educación Emocional Infantil.
El sentimiento de culpabilidad es un medio a través de cuál se somete al niño a los deseos de los adultos, aunque sea disfrazado de amor. A nivel personal, familiar y social la culpabilidad ha sido utilizada como programa, implantado en los planos emocional y mental de los niños y niñas para que hagan cosas que no desean hacer y dejen de hacer cosas que sí desean hacer, todo ello por miedo a hacer sufrir, dañar, enfadar, molestar, ofender o dejar de recibir amor de sus padres u otras personas.
Esto se debe a que el sentimiento de culpabilidad ejerce presión desde el inconsciente, haciendo que el niño “se sienta mal”, “le de pena”, “le de cosa”, “sienta que traiciona”, “piense que decepciona”, “crea que va a hacer daño” o muchas otras creencias de las que se le convence a través de la experiencia cotidiana, o porque él mismo adopta esos patrones por propia iniciativa. Todos estos sentimientos son programas emocionales y mentales que el niño integra, cuyos códigos son pulsados consciente o inconscientemente por otras personas, condicionando y/o manipulando su conducta.
Este programa, en el ámbito educativo, familiar, escolar, relacional o social, se crea cuando las acciones, palabras o actitudes del niño provocan en el adulto una respuesta de sufrimiento, real o fingida, y esta respuesta se repite a menudo, creando en el niño un condicionamiento que relaciona “expresarse o actuar” con “hacer sufrir al otro”. Pongo algunos ejemplos que facilitarán la comprensión de este mecanismo. Hay que tener en cuenta que este libro se dirige a la E.E.I. en niños entre cero y siete años, aunque este programa es posible que se desarrolle a cualquier edad, incluso de adulto.
Un niño de cuatro años empieza a demandar cierto grado de autonomía, quiere ir al baño solo, comer sin ayuda, o realizar alguna actividad sin la ayuda de sus padres. Sin embargo, el padre o madre no quiere dar esa libertad, sea por miedo, por comodidad, por no perder su roll, etc. Si cuando el niño hace algo solo, sea que lo haga bien o no, el padre o madre hace un drama de ello, se echa las manos a la cabeza con expresiones tipo “vaya susto que me has dado, pensé que te había pasado algo”, “me va a costar una enfermedad”, “con tu actitud me haces sufrir”, está creando en la mente del niño una asociación entre hacer las cosas sin sus padres y que ellos sufran.
Ya un poco más crecido, el niño hace algo que el padre o madre no quieren que haga, y éstos recurren al chantaje emocional con frases como “si sigues haciendo eso me vas a hacer sufrir y dejaré de quererte”, “nos haces tanto daño con esa conducta que nos vas a enfermar”. Este tipo de mensajes ponen en el niño la responsabilidad de que sus padres sufran o se enfermen, lo que se convierte en una carga emocional para él, porque siente miedo de que eso suceda. En realidad, el responsable de ese dolor o esa enfermedad es el propio padre o madre, sea porque lo finge o porque su manera de reaccionar es esa y no otra más sana y de búsqueda de soluciones. En vez de hablar con el niño o, incluso, hacerle que asuma su responsabilidad, recurren al chantaje emocional, por lo que lo que están haciendo es programándole para que se sienta mal, es decir, culpable.
La creencia de que si algo le hace sufrir a los padres y éstos muestran ese sufrimiento, fingido o no, va a servir para que el niño se porte como ellos quieren, es una falsa creencia porque, si bien puede conseguir su objetivo, no lo hacen a través del desarrollo de la consciencia y la responsabilidad en el niño, sino a través del desarrollo de la culpabilidad, condenando al niño a la esclavitud bajo ese sentimiento.
En esta estructura emocional aludo a que la reacción de los padres u otras personas puede ser fingida o no. Esto puede parecer ilógico o surrealista, pero es real y cotidiano. Hay personas, niños o adultos, padres o madres, parejas o amigos, conocidos o desconocidos que, consciente o inconscientemente, fingen que se les ocasiona un sufrimiento para conseguir algo de los demás. Todo aquel que hace chantaje emocional está fingiendo ese sufrimiento. Aunque él o ella crean que es cierto, lo que sucede es que, en algún momento de su vida, aprendieron que si algo les hacía sufrir podía influir sobre algunas personas de su entorno y esa conducta la han automatizado y pasado al inconsciente, por lo que se creen lo que está viviendo. También hay personas que saben muy bien cómo manipular a aquellos que viven en la culpabilidad, y son verdaderas actrices y actores a la hora de manipular los sentimientos de los demás y de hacerse las víctimas.
Quiero comentar algunos de los muchos casos de culpabilidad que he tratado y trato en mi consulta. Espero que sirvan de ejemplo y sean suficientemente esclarecedores del gran daño que se hace al niño cuando se utilizan estas estrategias para educarle.
Dos hermanos que estoy tratando actualmente, la chica tiene veinte y ocho años, el chico veinte y dos. Desde pequeños, cuando hacen algo que a su madre no le gusta, ella se va a su habitación y se mete en la cama “actuando” como si se hubiese puesto enferma. Esto ha creado el sentimiento de culpabilidad en ellos, porque han aprendido que su conducta inadecuada causa enfermedad en su madre que, en realidad, les está haciendo chantaje emocional.
Mujer de treinta años, dependiente de su madre y muy sometida. Cuando ella hace algo en contra de las ideas de la madre, ésta se echa en el suelo y se tira del pelo diciendo que su hija la quiere matar a disgustos. Chantaje emocional.
Tres hermanos cuyo padre es un médico con cierto prestigio. Tanto el padre como la madre les repiten constantemente lo que pueden y no pueden hacer con sus vidas porque eso influye en la imagen que el padre da ante los pacientes, y ellos siempre tienen que quedar bien. Chantaje emocional relacionado con el estatus.
Hombre de cuarenta años. Cuando llegan fiestas o fines de semana su madre se pone enferma, en cuanto va a buscarla para llevarla al hospital se le quitan los síntomas. Chantaje emocional relacionado con la enfermedad.
Hombre de cuarenta y cinco años. Los fines de semana que tiene partido de futbol con sus amigos su mujer se pone enferma con dolor de cabeza y él se tiene que quedar para cuidar de los niños. Chantaje emocional relacionado con la dependencia emocional.
Chica de treinta y cinco años, no puede dejar a su pareja porque él, según le dice, sufrirá mucho y si le deja su vida quedará destrozada. Chantaje emocional relacionado con la dependencia emocional.
Estos son algunos ejemplos, solo esbozados, de cómo se manipula a las personas utilizando el sentimiento de culpabilidad.
Cuando un niño “aprende” que sus actos, palabras o actitudes causan sufrimiento a sus papás, se instala en su cerebro un programa mental que dice “mi papá y mi mamá son las personas que más amo en el mundo y no quiero provocarles ningún sufrimiento”. Este programa no es consciente, y tampoco el niño lo puede verbalizar de la manera en que lo he escrito, pero es real en su mente. En el plano emocional el programa que se configura es “cuando hago algo que no le gusta a mis papás ellos sufren y yo soy culpable de ese sufrimiento, tengo que intentar evitarlo”. Se configura así un programa en el que, cuando los padres manifiestan, fingen o dramatizan que su hijo les hace sufrir, el sentimiento de culpabilidad se activa y el niño se siente culpable. Si esta manera de relacionarse se mantiene a lo largo de los años el programa se normaliza, se automatiza, se graba en el inconsciente y queda permanentemente activo. Si a esto se le añaden frases como “si haces esto ya no te voy a querer más”, “como no dejes de comportarse así dejo de quererte”, “si tomas esa decisión olvídate de nosotros como padres”, o se mantienen esas actitudes sin necesidad de verbalizarlo, entonces, además de la culpabilidad, se añade el miedo a no ser querido. Todo esto se convierte en programas emocionales y mentales, que condicionan la capacidad de relacionarse del niño y del adulto de una manera tan profunda que no puede ser libre de vivir su vida a su manera, porque siempre habrá alguien a quien se le haga daño.
El sentimiento de culpabilidad, a menudo, es una forma de “amar” mal entendida, que se une al sentimiento de “deuda” y al de “sacrificio” y que convierte al “amor infantil” en una pesada carga. Esta “programación” del amor, supeditado a la “culpa”, la “deuda” y el “sacrificio”, desarrolla en el niño una emocionalidad desequilibrada, dependiente, insana, que le llevará a relaciones interpersonales inadecuadas de sometimiento, sacrificio, servilismo y compensación.
También se da el caso de adultos que, en consulta, dicen que nunca se han sentido culpables, sin embargo yo percibo la estructura emocional de la culpabilidad en ellos. ¿Cómo es posible? Ellos tienen razón, nunca se han sentido culpables porque han tenido mucho cuidado de no activar el programa. Explicaré cómo. El sentimiento de culpabilidad es un programa que, una vez instalado, siempre está alerta, como si fuese la “llama piloto” de un calentador de gas que siempre está encendida pero que solo se dispara para calentar el agua cuando se abre el grifo del agua caliente. Pues bien, lo que estas personas hacen es evitar abrir ese grifo, es decir, evitan las situaciones que activarían totalmente el programa y que harían que el sentimiento de culpabilidad se activase totalmente. ¿Cómo las evitan? Eligiendo someterse a las instrucciones del programa: no causar sufrimiento a los demás, no hacer aquello que pudiese ofender, no diciendo nunca “no” a las demandas de los demás, cediendo territorio emocional ante sus “seres queridos”, evitando entrar en conflicto y tragándoselo, no oponiéndose a los otros aunque no estén de acuerdo con las decisiones o hechos sucedidos y otras conductas que impiden que el programa se active. De este modo, han vivido toda su vida sometidos al programa sin que éste tenga que ponerse de manifiesto, porque solo con esa “llama piloto” ya es suficiente como para que la persona se mantenga dentro de los límites que le marca dicho programa.
Vuelvo a afirmar, esta es la estructura emocional que más personas de cualquier edad y condición tienen desequilibrada. Sin embargo, el trabajo para eliminar esta y otras limitaciones en el plano mental y emocional es posible a través de la Terapia Floral, técnica natural con la que entré en contacto en 1993 y que utilizo en mi labor profesional desde el año 2006.