Existe un silencio de la mente y un Silencio de Dios. El silencio de la mente es el que se alcanza de fuera hacia adentro. El Silencio de Dios se alcanza de dentro hacia fuera.
El silencio de la mente sólo es eso, la mente en silencio, pero no por ello deja de haber mente sino que ésta, a través de la disciplina y el esfuerzo ha conseguido ser acallada por la voluntad y la técnica.
El Silencio de Dios es un pensar sin pensamiento. Es un vacío en el que conocimiento y comprensión son una misma cosa sin necesidad de entender. No hay palabras que interfieran entre lo externo y lo interno, entre lo observado y el observador. Este pensar sin pensamiento no es pues pensar sino sentir y ser con lo otro y no hay necesidad de procesar la información que llega a los sentidos a través de la mente pues lo percibido y lo procesado se dan en el mismo instante. Es como si no hubiese un filtro entre lo que hay fuera y la imagen que de ello se produce dentro, ni filtros, ni sonidos, ni imágenes… sólo percepción directa y silenciosa.
El flujo de la existencia no es desde el hombre hacia Dios, sino desde Dios hacia el hombre. No va desde lo externo hacia el interior sino desde el interior hacia el propio interior. San Agustín escribió: “Él es más íntimo a mí que yo mismo”. Esa intimidad está situada más allá de la mente, el ego y cualquier función interior que pueda derivar de ambos. No es posible alcanzarla si no es a través de ese flujo de lo espiritual hacia lo humano. Dios construye la escalera dentro de nosotros, nosotros hemos de transitarla en una paradoja de ascensión descendente, ya que no está fuera sino dentro, en el silencio más íntimo, el Silencio de Dios. Al subir se ha de bajar, dejando atrás ego y mente, estructura y pensamiento, pues al vacío lleno de Totalidad interior no puede llegarse más que desnudo de uno mismo.
San Juan de la Cruz (1542-1591), en sus Coplas hechas sobre un éxtasis de alta contemplación, nos ofrece una descripción poética y bellísima del Silencio de Dios:
Entréme donde no supe
y quedéme no sabiendo
toda ciencia trascendiendo.
1. Yo no supe dónde entraba,
pero, cuando allí me vi,
sin saber dónde me estaba,
grandes cosas entendí;
no diré lo que sentí,
que me quedé no sabiendo,
toda ciencia trascendiendo.
2. De paz y de piedad
era la ciencia perfecta,
en profunda soledad
entendida, vía recta;
era cosa tan secreta,
que me quedé balbuciendo,
toda ciencia trascendiendo.
3. Estaba tan embebido,
tan absorto y ajenado,
que se quedó mi sentido
de todo sentir privado,
y el espíritu dotado
de un entender no entendiendo
toda ciencia trascendiendo.
4. El que allí llega de vero
de sí mismo desfallece;
cuanto sabía primero
mucho bajo le parece,
y su ciencia tanto crece,
que se queda no sabiendo,
toda ciencia trascendiendo.
5. Cuanto más alto se sube,
tanto menos se entendía,
que es la tenebrosa nube
que a la noche esclarecía;
por eso quien la sabía
queda siempre no sabiendo,
toda ciencia trascendiendo.
6. Este saber no sabiendo
es de tan alto poder,
que los sabios arguyendo
jamás le pueden vencer;
que no llega su saber
a no entender entendiendo,
toda ciencia trascendiendo.
7. Y es de tan alta excelencia
aqueste sumo saber,
que no hay facultad ni ciencia
que le puedan emprender;
quien se supiere vencer
con un no saber sabiendo,
irá siempre trascendiendo.
8. Y, si lo queréis oír,
consiste esta suma ciencia
en un subido sentir
de la divinal esencia;
es obra de su clemencia
hacer quedar no entendiendo,
toda ciencia trascendiendo.