Son muchas las mujeres que padecen, consciente o inconscientemente, este síndrome, el del arquetipo del príncipe azul. Y no tiene que ver con la edad, el estrato social, económico o cultural sino, a mi modo de ver, con dos cuestiones principales: 1. Que dicha información está presente en el inconsciente colectivo femenino desde tiempos inmemoriales. 2. Que el modelo de educación recibido de la familia y el entorno implica los conceptos de príncipe y princesa.
Me explico. En los dibujos animados, en las películas, en los tebeos, en los cuentos, en los complementos de moda para niñas… en todas partes encontramos referencias a alguna de las princesas que el imaginario, el cine y la literatura han machacado hasta la saciedad: Bella durmiente, Cenicienta, Ariel, Bella, Yasmine, Tiana, Rapuncel… Las nombradas son únicamente las creadas o plasmadas por la compañía Disney, pero hay cientos de ellas repartidas por cuentos, libros, películas y miles de productos de consumo infantil y adulto ¿Cuánto se tiene que machacar una idea para que se convierta en un engrama en el cerebro de una niña? En ocasiones con una sola vez es suficiente. En el caso que concierne al artículo una niña puede leer, ver o jugar cada día con una referencia al príncipe azul y a un mundo de princesas del orden de una a diez ocasiones cada día. Esto, sin duda, refuerza la información en el inconsciente colectivo y en el personal.
Cumpleaños de princesas, fiestas de princesas, celebraciones de princesas, bailes de princesas… Quizás quien desconozca cómo se configura la personalidad y la emocionalidad no sepa que este bombardeo educativo, publicitario y consumista acaba por crear un mundo de creencias y emociones que se graban en los planos consciente e inconsciente de la niña y futura mujer, creando una serie de expectativas sobre lo que significa el amor y la relación con el hombre totalmente improcedentes. Así se crea el modelo príncipe con una serie de patrones fáciles de identificar:
– El pelo siempre es importante, les dota de una personalidad concreta: rebelde, formal, aventurero, educado…
– Ojos y cejas con expresión pícara, seductora, simpática…
– Sonrisa impecable, blanco que deslumbra, dientes perfectos.
– Mandíbula fuerte y marcada, varonil.
– Hombros fuertes. Pecho ancho y marcado. Cintura estrecha. Casi siempre con pantalones ajustados, marcando… códigos. ¿Por qué los príncipes de los dibujos animados siempre llevan mallas, lo mismo que los superhéroes?
Todos estos aspectos parecen estar grabados a fuego en el inconsciente colectivo femenino hasta tal punto que muchas mujeres, de todas las edades, viven en el anhelo de que aparezca su príncipe, aunque sea vestido de rana o sapo, que ya luego ellas lo cambiarán. Porque… eso sí, al hombre luego hay que cambiarlo. Parece increíble que aún hoy en día haya mujeres que llegan a confesar: “pensé que con el tiempo cambiaría”, “yo pensaba que al irnos a vivir juntos cambiaría” o al casarse, o al tener el primer hijo… Este tipo de creencias, arraigadas en el inconsciente y transmitidas de madres a hijas, provocan que cuando la esperada mutación no se produce, la mujer se sorprende, se decepciona, se enfada, se desespera y puede llegar, incluso, a castigar al hombre porque no le ha dado la vida que esperaba o no ha hecho los cambios que tenía pensado que se producirían. Y, además, todo aderezado con una de las grandes mentiras en las relaciones entre mujeres y hombres: “si me ama de verdad sabrá lo que espero sin que yo se lo diga”. Queridas amigas, me siento en la obligación de desmontar dos de las grandes expectativas de las mujeres respecto a los hombres: 1) el hombre no lee el pensamiento. Ame o no ame, no lee el pensamiento. 2) El hombre no cambia si no está en su vida evolucionar o no lo desea, aunque se case, aunque se vaya a vivir con vosotras, aunque tenga hijos… el hombre no cambia si no es por sí mismo.
Todas estas cuestiones llevan a muchas mujeres a crearse un mundo de expectativas sobre esa rara especie que es el hombre, expectativas que, al no cumplirse, llevan consigo consecuencias como las que enumero a continuación:
– Comparación inconsciente con el modelo anhelado. Lo que implica que el hombre real sale perdiendo comparado con el ideal principesco.
– Esperanza del hombre “salvador”. Que el hombre ha de salvar a la mujer de las situaciones complejas. Sin embargo muchas veces a quien hay que salvarlo es a él.
– Esperanza del hombre que “la haga feliz”. Cuando es ella misma la que ha de hacerse feliz y ya llegará el hombre que le estropee la felicidad.
– Anhelo de sentirse “princesa por un día” (entiéndase boda). Con el consiguiente gasto económico porque “solo me voy a casar una vez en la vida”. Hay mucha ilusa.
– Frustración porque “no hay hombres a la altura”. Comparados con el ideal…por supuesto. Y sin comparar con el ideal…igualmente. La cosa está fatal, hay que reconocerlo. Los hombres se están quedando atrás en cuanto al desarrollo de la consciencia y la educación emocional.
– Conformismo: “es lo mejor que he encontrado”. Condena de muerte segura para la relación. La diferencia excesiva en los niveles de consciencia no es buen pegamento.
– Creencia de que el amor puede cambiar al hombre. Ya comentado anteriormente, “mentira mentirosa”.
– Idealización del AMOR. Confundir “amor” con “otras cosas”. El amor no es sexo, ni sufrimiento, ni entrega ingenua, ni servilismo, ni esclavitud, ni humillación, ni aguantar, ni callar, ni aislamiento, ni embobamiento, ni nada de todo eso. Es otra cuestión bien diferente.
Queridas amigas, el hombre es lo que es: primitivo y moderno, bueno y malo, santo y demonio, amoroso y distante, aplicado y distraído, sincero y mentiroso, comprometido y huidizo, sano e insano… vamos, igual que vosotras o cualquier otro ser humano. Dejad atrás el síndrome del príncipe azul y aceptad a los hombres como son y no como algunas mujeres principescamente programadas esperan que sean. Al final todos somos almas en proceso.