Allá por finales de los años noventa era maestro en un colegio público de Motril. En ese colegio había dos hermanos que eran un modelo de niños, de alumnos y de compañeros, sin por ello dejar de ser niños que jugaban, reían y trasteaban como todos, pero tenían algo especial, un saber estar, una educación especiale. Al conocer a su padre le pregunté cómo lo hacía con sus hijos, pues me parecían excepcionales. Este hombre, con aires de hippy barbudo y curtido por la intemperie me miró a los ojos con una serenidad y profundidad que veinticinco años después aún recuerdo y me dijo sólo tres palabras: “les dedico tiempo”.
El axioma “el tiempo es dinero” enfoca la atención en el concepto de productividad, de rendimiento. Es una de las máximas de un sistema capitalista en el que “el trabajo es lo primero” y “tanto tienes, tanto vales”, en el que producir para alimentar una filosofía de consumo es el eje y directriz para satisfacer a la mayoría de la población y (¿para?) mantenerla en un estado egoico. El sistema sabe bien lo que hace. Cuanto más en ego más en miedo, más en alienación, más vulnerable y manejable es la población. Mano de obra esclava que vende su valioso tiempo por poco y compra productos que no necesita por mucho.
Pero un axioma, al fin y al cabo, es solo una idea que parece tan clara y evidente que todo el mundo la admite sin necesitar que se le demuestre. Si hubiésemos sido educados en “el tiempo es Amor”, lo aceptaríamos con la misma facilidad. Sin saberlo en su momento, ese “les dedico tiempo” de aquel padre hippy cambió mi paradigma. Sólo repetir la frase mentalmente conmueve mi corazón y me hace consciente de que aquellas tres palabras hicieron de mi mejor padre, mejor maestro, mejor terapeuta y mejor persona. Entonces no lo vi, pero hoy soy consciente de que así fue.
El tiempo es la sangre de la vida y corre por las venas de nuestra alma. Nuestra dimensión humana necesita el tiempo para existir, nuestra dimensión trascendente utiliza el tiempo para aprender. Hay quien aprovecha el tiempo en evolucionar, hay quien lo utiliza en sobrevivir. Hay quien saca partido del tiempo y quien no. Pero el tiempo puede proporcionarnos algo más que segundos, minutos y horas de existencia.
El tiempo es un fluido maleable que podemos guardar, invertir o gastar, lo que importa es cómo le damos forma, porque, además de ser una dimensión, es una sustancia que se puede transformar en muchas cosas. Así, el tiempo se convierte en una moneda (siempre lo fue) con la que podemos comprar y vender. Yo les vendo a mis pacientes una hora y cuarto de mi tiempo a cambio de unos papeles y monedas con los que luego compro plátanos que otra persona cultivó utilizando su fuerza de trabajo y su tiempo. Siempre está el tiempo por el medio.
El tiempo se puede transformar en disfrute, en sufrimiento, en dinero, en trabajo, en vacío y, también, en Amor (como bien me enseñó aquel padre hippy). Pero, ¿cómo se hace eso de transformar el tiempo en Amor? Un medio para transformar el tiempo en Amor es a través de la atención, es decir, de situar los sentidos internos y externos sobre algo para que la mente esté concentrada en ello. Otro medio de convertir el tiempo en Amor es a través de la consciencia, que es la relación e interacción con aquello hacia lo que se dirige la atención. También la intención es una buena manera de transformar el tiempo en Amor, entendiendo la intención como el origen y fin de la acción que se lleva a cabo, el “de dónde nace” y “qué quiero obtener” con esa atención y consciencia. De este modo, dirigiendo la atención (los sentidos), la consciencia (la relación e interacción) y la intención (desde dónde y para qué) sobre algo, el tiempo se convierte en algo que nuestro cuerpo, nuestra mente y nuestra emocionalidad pueden percibir, sentir y materializar, se convierte en un aquí y ahora. Y, en el aquí y ahora, podemos conectarnos conscientemente con la energía de Amor. No se trata de una acción sencilla, al contrario, a menudo no se sabe ni por dónde empezar. No obstante, fuera del instante presente el Amor será algo únicamente recordado, imaginado o proyectado, pero no materializado.
Ahora bien, ¿vivimos nuestra vida con atención, intención y consciencia? Muchas veces vivimos tan en automático, tan metidos en prisas, dinámicas y condicionados por instrucciones insanas de nuestro libro de instrucciones, que es difícil estar aquí y ahora, más bien se está en el pasado, en el futuro, en la fantasía, en las responsabilidades o en huir de ellas, en las preocupaciones, en los pensamientos anticipatorios, en tantas cosas a la vez que el aquí y ahora no tiene hueco y tampoco el Amor, sea en forma de autoamor o de amor a los demás.
Entonces… ¿cómo conseguir un poquito de aquí y ahora?, la respuesta es aprendiendo a vivir más en consciencia, más en atención y siendo los dueños de nuestras intenciones. Algo así como dejar de vivir en automático, dejar de vivir dirigidos por nuestros egos, que se esconden detrás de creencias, mandatos y hábitos insanos que ni siquiera sabemos que lo son o que están ahí. Haciendo consciente lo inconsciente y transformando lo insano en sano. Esto implica hacer un trabajo personal en el que aprendemos a mirar hacia dentro y dirigimos, quizás por primera vez, esa atención, esa intención y esa consciencia hacia nosotros mismos. De ese modo, ese tiempo lo convertimos en atención y Amor hacia nosotros y nosotras, haciéndonos conscientes de nosotros y de nuestras circunstancias, del yo y del tú, de lo de dentro y lo de fuera. Es en este momento en el que, quizás, nos demos cuenta del estrés en el que vivimos e iniciemos la búsqueda de la serenidad interior.
Una vez que hayamos encontrado nuestra armonía interior, podremos ofrecerla a los demás, no dando lo que nos sobra o lo que no tenemos, sino ofreciendo lo que somos interiormente, con nuestros defectos y virtudes, pero desde el Amor. En esto confluyen el tiempo y el Amor, en un aquí y ahora pleno de atención, intención y consciencia dirigidas al yo y al tú desde la serenidad y la armonía interior.
Noray Terapia y Formación emocional
José Antonio Sande Martínez