Escribe el maestro Carl Gustav Jung en su libro Los complejos y el inconsciente:
“Siempre hay gente que cree que lo que ellos juzgan bueno es válido para el mundo entero. Todos éstos son rasgos primitivos, que estamos muy lejos de haber superado.”
Se ve que la historia no es nueva y se repite… Hay quien piensa que lo que piensa es lo único razonablemente pensable y lo demás o no es racional, o no es de sentido común, o no es pensable o vete tú a saber. Por eso invito a mis pacientes y alumnado que, frente a personas con tal grado de inteligencia y, por supuesto, sentido común, le contesten con esta frase: “Eso será en tu mundo, en el mío es diferente”. La persona receptora de tan atrevida expresión suele quedar desconcertada, ya que su mentalidad y su emocionalidad no están preparadas para entender (y mucho menos comprender o aceptar) que el mundo no es como ella lo ve y que otras personas habiten en otros mundos diferentes.
“Es de sentido común que…”, “cae de cajón que…”, “lo lógico es que…”, “ya todos somos mayores para saber que…”, “desde que hay Dios que…”, tantas y tantas expresiones falsamente validadoras de una única visión de la realidad, quedan repentinamente desarmadas cuando alguien, irreverentemente, se atreve a cuestionar o a vivir en otra realidad. Quien las esgrime no sólo considera que “su visión” de la realidad es la real, si no que, además, es “la verdad”.
– Pero… ¿qué verdad?, ¿la de tu mundo o la del mío?
– ¿Cómo que la de tu mundo o la del mío? ¡Pues la del único mundo que existe!
– Ya, la del tuyo…
No se trata tanto de convencer a la otra persona de que hay realidades más allá de la suya como de no permitir que su “única realidad verdadera” (la suya) invada e invalide la propia de la persona. Ni es convencer ni vencer, es mantenerse en consciencia mientras que el ego de la otra persona pugna por no entrar en cortocircuito ante quien se arroga el derecho a cuestionar “la única realidad existente”. El problema es el de siempre: egos que se creen su propia realidad, la proyectan sobre los demás e, incluso, tratan de imponerla. Egos primitivos (lo dice Carl Gustav Jung) que se creen mayores de edad, cargados de tanta erudición como ignorancia, para los que la sabiduría es tontería, la consciencia locura y la sensibilidad ñoñería (por no decir una palabrota).
¿Y qué hacer frente a la persona que apabulla con su realidad?, aquella que golpea (energética y simbólicamente) en la cara con sus palabras y gestos abruptos… La opción es tan sencilla como respetuosa para no caer en la misma trampa que ella, bajarse del cuadrilátero donde los egos combaten hasta el KO o hasta la extenuación, hacerle caso a la consciencia y comprender que pretender el entendimiento entre el ego y la consciencia es como querer entenderse hablando uno/a en japonés y el otro/a español y sin lenguaje corporal observable. Cada cuál vive su realidad según su ego, su consciencia y su Espíritu le dan a entender, no hay sentido común, lógica o razón que alcance la Verdad, sólo retazos de verdades parciales que cada persona contempla a través de sus propios filtros. Por ello una de las opciones, más que convencer o vencer, puede ser negociar y pactar, llegar a acuerdos en los que ambas partes ceden algo de su posición para alcanzar un punto de encuentro, aunque esto resulta complicado porque no siempre quien pacta luego cumple. A veces es mejor no sólo bajarse del cuadrilátero, sino cambiar de gimnasio, de barrio o de ciudad. En otros lugares habrá personas cuyos mundos sean más parecidos y donde el encuentro entre consciencias sea más aceptado que el combate entre egos.
¿Dónde nos vemos, en tu mundo o en el mío? Mejor creemos un mundo que sea nuestro y habitémoslo hasta que un día la sincronicidad nos lleve al encuentro y podamos hablar desde la consciencia en lugar de desde el ego. Esto es más fácil que suceda cuando el nivel de consciencia en el que se mueve predominantemente cada persona es el mismo o contiguo. En el caso en que los niveles de consciencia sean demasiado distantes el entendimiento en consciencia será realmente complicado.
Una de las cuestiones menos gratas es que en los niveles de consciencia egóicos la resolución de las situaciones tiende a realizarse a través de diferentes modos de violencia (sutil o directa), mientras que en los niveles por encima del egóico las estrategias de resolución tienden al diálogo, la negociación y el pacto. Quien trata de imponerse a las bravas o con subterfugios sin dar otra opción al sistema no debería conseguir su objetivo, entre otras cosas porque los niveles de consciencia más bajos (egóicos) tienen una visión de la realidad más limitada, egocéntrica y endogámica, mientras que a mayor nivel de consciencia (bien empleado) mayor amplitud, solidaridad y cooperación. Desgraciadamente, el mundo está habitado por un porcentaje muy elevado de personas en estado egóico, más del ochenta por ciento de la población mundial. Basta recordar la sentencia atribuida a otro gran maestro, Mahatma Gandhi: “En cuestión de conciencia la mayoría no cuenta.”