A menudo, en las clases, tengo que explicar la diferencia entre “dolor” y “sufrimiento”, ya que hay muchas personas que no son capaces de ver y menos entender la diferencia, y esto es grave, más de lo que pudiera parecer ya que, cuando no se sabe diferenciar entre dos opciones, tampoco se puede decidir con conciencia y libertad cuál de las dos es la más adecuada en un momento dado.
La sociedad actual ha conseguido convencer a las personas de que el dolor es una situación anormal y totalmente prescindible, que no es necesario, que es molesto e inútil. Nada más lejos de la realidad… en su justa medida. Ya desde la infancia hay padres y madres que no pueden soportar que sus hijos vivan la experiencia del dolor, sea físico, emocional o mental, por lo que les envuelven en algodones para que no les pase nada, es la sobreprotección. Más tarde, a partir de la adolescencia y la juventud, se enseña a los hijos a ocultar el dolor “para que nadie lo vea”, y a tomarse una pastilla en cuanto algo duele. La cantidad de analgésicos, ansiolíticos y antidepresivos que se toman cada día es inimaginable y su función no es eliminar el dolor, sino ocultar las causas originales que lo ocasionan. Con esto no estoy diciendo que no haya que tomarse algo cuando es necesario pero… ¿cuándo es necesario? y ¿cuál es el precio que se paga por ocultar el dolor?
En este artículo me voy a referir, concretamente, al dolor emocional, el dolor que se pone de manifiesto cuando las cosas no salen como uno espera, cuando se produce una pérdida, un fracaso, una frustración, una ruptura, un desamor, una muerte… A veces ese dolor es llevadero, en otras ocasiones es tan profundo e intenso que llega uno a sentir que la propia esencia se parte en dos, y sería preferible dejar de existir a seguir viviéndolo. Todo esto forma parte de la naturaleza humana y de las experiencias que el Ser interior ha de vivir. Aquí es el punto en el que hay que diferenciar entre dolor y sufrimiento.
En el caso de los seres humanos el dolor emocional advierte de que el sistema emocional o mental está viviendo una experiencia que no le es grata. Sin embargo, eso no quiere decir que siempre sea perjudicial, solamente que no somos capaces de aceptar que algo está cambiando en esos planos.
Se hace necesario un pequeño análisis de las cualidades del dolor.
El dolor emocional avisa, despierta los sentidos, mantiene alerta, tiene un principio y un fin, implica aceptación, conlleva una enseñanza, fortalece, amplía la conciencia, libera, sana, moviliza, empuja a la evolución y el cambio, es vida en la vida. Todas estas virtudes son atribuibles al dolor cuando se sabe aprovechar para el propio proceso vital.
Y entonces… el sufrimiento ¿qué es? El sufrimiento es la consecuencia de no querer vivir el dolor. El sufrimiento se configura cuando la persona, por la razón que sea, opta por no aceptar el dolor de una situación y recurre a estrategias emocionales, mentales o químicas para ocultar ese dolor en algún lugar donde no pueda hacerle daño.
¿Es esto posible? No. ¿Por qué? Porque la experiencia que ya ha sido vivida por el Ser interior no puede ser ignorada. Se puede ocultar en algún lugar profundo de la memoria o, incluso, enterrarla en lo más profundo del inconsciente, pero no puede hacerse desaparecer de la esencia de la persona. Por eso, allá donde se haya escondido ese dolor, comenzará a pudrirse y a destilar, gota a gota, su veneno de sufrimiento. De este modo, un dolor que podría haber durado un mes, o un año, se convierte en un sufrimiento que puede durar toda la vida, porque mientras ese dolor no sea aceptado como experiencia que ha de ser vivida, permanecerá encerrado, oculto y tóxico, envenenando día a día la existencia.
En contraposición a las cualidades del dolor, el sufrimiento emocional oculta, adormece los sentidos, implica negación, atonta, tiene principio pero no tiene fin, mantiene en la ignorancia, debilita, aliena, esclaviza, enferma, paraliza, imposibilita evolucionar y cambiar, es muerte en vida.
Aceptar el dolor no solo es necesario para evolucionar y permanecer equilibrados, es un aprendizaje del Alma que esta sociedad se empeña en evitar a base de distracciones, pastillas y educación, una sociedad que ha normalizado el evitar el dolor como sea, convirtiéndolo en sufrimientos, grandes o pequeños, que mantienen a las personas en la ignorancia y la esclavitud.
No se trata de ignorar el dolor, se trata de reconocer las causas profundas que lo originan y actuar sobre éstas, comprendiendo y aceptando la naturaleza de las cosas y la capacidad de la persona para transformarlas y/o aprender de ellas.
El gran maestro Buda dijo: “El dolor es inevitable, el sufrimiento es opcional”. Ahora, sabiendo distinguir entre ambos concepto y sus diferentes naturalezas, quizás más personas acepten el dolor que sana frente al sufrimiento que enferma. La clave: aceptar.
NOTA: el próximo artículo tratará el tema “aceptar”, ya que hay muchas personas que lo confunden con someterse, resignarse o rendirse, cuestiones con las que no necesariamente tiene que ver.