“Todo ser humano, si se lo propone, puede ser escultor de su propio cerebro”.
Santiago Ramón y Cajal, premio Nobel de Medicina en 1906, dijo esta frase que, en su momento, se entendió de manera metafórica. Ahora sabemos que se sabe que es una verdad literal. Como muchos otros genios, iba cien años por delante de la mayoría.
Esculpir el propio cerebro puede realizarse como un acto de voluntad consciente, en el que la persona participa con conciencia y fuerza creadora, sin embargo, a menudo es la propia vida la que, a través de sus procesos, esculpe la fisiología profunda del cerebro.
¿Cómo podemos ser los arquitectos de nuestro cerebro y, por tanto, de una parte importante de nuestra mente? Esta pregunta tiene una fácil respuesta y una compleja aplicación. La respuesta es que cada día, del mismo modo que proporcionamos al cuerpo descanso, alimentos y protección, podemos proporcionar a nuestro cerebro y a nuestra mente su necesario entrenamiento, descanso y nutrición. Para ello no hay que dedicarle demasiado tiempo, menos del que muchas personas dedican a su facebook, wassap, televisión o espejo. De hecho, nutrir y entrenar la mente es algo que se hace mientras se vive.
Hay muchos libros de filosofía, autoconocimiento, autoayuda, desarrollo personal, etc. que aportan fórmulas más o menos complejas mostrando el camino de la transformación. Unos son más sencillos, otros más profundos, unos muy americanos, otros más europeos u orientales… Sin embargo, todos esos libros no sirven para nada si quien los lee se dedica, únicamente, a acumular en su mente frases hechas, consejos prácticos o fórmulas de acción, sin pasar a la práctica.
A veces llega a mi consulta alguna persona que me advierte que tiene la colección completa de libros de autoayuda de tal o cual escritor o maestro/a, pero que su problema es que no consigue llevarlos a la práctica. Ese es uno de los inconvenientes que surgen en las personas que confunden recopilación de conocimiento mental con sabiduría. Una frase de la que desconozco su origen dice así: “el conocimiento acumula, la sabiduría tira”. Estoy de acuerdo. Las personas que construyen un amplio currículo de lecturas y cursos de autoconocimiento, que coleccionan terapeutas y psicólogos, que se saben todos los consejos aplicables a los demás pero no a sí mismas, pueden saber mucho, pero no es otra cosa que palabras escritas en un manual que nunca se ha llevado a la práctica. Luego se quejan de que tal libro no les ha servido o que tal psicólogo/a o terapeuta no les ha ayudado. ¿Por qué sucede esto?, en muchas ocasiones porque estas personas no necesitan tantas fórmulas ni consejos ni libros ni terapias, lo que necesitan es salir de su miedo, que les mantiene bloqueadas, sean conscientes de ello o no. Ese miedo se pone de manifiesto a través de emociones y sentimientos como apego, culpabilidad, comodidad, miedo al cambio o a la incertidumbre, lealtad o sentido de la obligación, sentimiento de sacrificio o no merecimiento y decenas de programas emocionales y mentales limitantes.
La erudición y acúmulo de conocimientos no sirve de nada cuando la persona no es capaz de aplicarlos a la vida cotidiana y transformarlos en sabiduría. La sabiduría requiere de experiencias vitales, éxitos y fracasos, aciertos y equivocaciones, alegrías y penas, satisfacciones y desilusiones, y estas personas siguen empeñadas, desde su ignorancia, en que todo tiene que salir bien, y si no es que las fórmulas no son válidas. Las fórmulas pueden ser la brújula y el mapa con indicaciones manuscritas, pero el terreno hay que pisarlo, sentirlo, mancharse del polvo y el barro, tropezar con las piedras, meter el pie en un hoyo inesperado y aprender de ello para convertirnos en exploradores de nuestro mundo interior, del exterior y de la vida. Quien no quiera tropezar ni caerse puede comprar todos los libros del mundo, que ninguno le podrá asegurar una fórmula en la que recorra su vida sin el menor traspié.
La sabiduría es consecuencia de la experiencia vital, a veces con guía, otras sin ella. Las personas que desean alcanzar la sabiduría tendrán que vivir la vida a fondo, atendiéndola, aceptándola y comprendiéndola. Quien no quiere que nada suceda en su vida fuera de lo grato, lo controlado o lo perfecto se está moviendo desde el infantilismo, el miedo, la ignorancia (confundida con racionalismo) o la inmadurez, y no desde la aceptación profunda de la vida comprendiendo su esencia fundamental para el ser humano ya que, en última instancia, más allá de Unidad-Totalidad todo es incertidumbre.