A menudo, en las clases, uso la expresión “gastar la vida” para referirme al hecho de vivir lo que se ha de vivir, de no dejar nada por ser vivido, no ahorrarse experiencias ni escatimar en la profundidad en la que se vivencian. Esta idea tiene que ver con el hecho de que la sabiduría no se alcanza siendo tacaña o tacaño a la hora de vivir sino justo al revés, atreviéndose a vivir las alegrías y las penas, las satisfacciones y las frustraciones, los placeres y los dolores.
¡Volvemos al tema del dolor! ¿Por qué alguien no querría vivir la Vida (con mayúscula)?, ¿por miedo quizás?, ¿porque causa dolor? Sea la razón que sea, al negarse a ello (o enseñar a otros a no hacerlo como en el caso de algunos padres y madres con sus hijos e hijas) lo que se logra es quedarse uno quietecito en su zona de confort. Y esto, permanecer en la zona de confort, es no gastar la vida, mientras que salir de ella, curiosear, explorar, experimentar, equivocarse… ¡eso es “gastar la vida”!.
Como padre, como maestro y como terapeuta he escuchado innumerables veces reglas, premisas, razones, justificaciones y excusas para no salir de la zona de confort: que si es peligroso, que si da miedo, que si más vale lo malo conocido, que si más vale pájaro en mano, que si es que se está más cómodo, me da pereza, es que yo soy así, etc., etc., etc. Sin embargo, estas mismas personas luego se quejan de que no les ha salido bien algo, de que no les va bien o de que a otras personas parece que la vida se lo pone más fácil. Pues no amigos y amigas, no es así ni lo va a ser, y para que se comprenda un poco mejor voy a utilizar una frase de la escritora francesa Anaïs Nin: “La vida se contrae y se expande en función de nuestro coraje”.
Hace unos años impartí clase a un grupo de teatro. Eran actrices y actores y debían trabajar con su mundo emocional. La propuesta comenzaba con la exploración de su propia emocionalidad, con sus aspectos buenos y sus miserias, con sus conflictos y complejos, sus virtudes y sus defectos. Algunas de esas personas se negaron a hacer este curso alegando diversas excusas. Recuerdo especialmente una pareja que aludió al miedo a explorarse interiormente. Mi escaso sentido de la diplomacia (en aquel tiempo) me llevó a comentar que las personas que, por falta de valentía, no se conocen interiormente viven una vida mediocre, lo que les sentó como una patada en el estómago pues ellos se estaban negando a mirar hacia dentro. Este ejemplo refleja el caso de muchas personas que no sólo tienen miedo a explorar y gastar su vida exterior sino que tampoco se atreven a explorar su vida interior, su emocionalidad, sus programas emocionales y mentales. En mi opinión, quien pudiendo y sintiéndolo decide no gastar su vida no le saca todo el partido, no crece todo lo que podría crecer. Claro que no todo el mundo ha nacido con el objetivo de crecer con consciencia de ello, y eso ha de ser respetado.
Para los que sí queremos crecer, evolucionar y sacarnos partido, además de un proceso de introspección, conciencia y evolución, creo necesario que gastemos la vida. Imaginemos a una de esas personas que tienen mucho dinero, miles y miles de euros guardados en una cuenta corriente, pero que luego, en su vida cotidiana, se visten con ropa vieja y remendada, compran los productos de oferta o caducados, no se permiten un capricho y no digamos un lujo. Personas que no son capaces de disfrutar porque han caído en la tacañería, llevando una vida miserable, escatimando unos céntimos aquí y allá por no gastar. ¿Qué pensaríamos de ellos? Pues lo mismo pasa con la vida. Tenemos una cuenta corriente en el Banco de la Vida. A priori tenemos por delante una serie de años, aunque nunca se sabe, porque el banco puede entrar en crisis y hacernos perder todos nuestros ahorros. Hay personas que parece que no quieren gastar ni una pizca de esa vida, no vaya a ser que se les pierda. No se dan cuenta de que la vida que no se gasta ¡ya está perdida! Cada segundo, cada minuto que no se vive, sea por miedo, por pereza, por comodidad, por no molestar, por no arriesgarse al dolor, cada minuto no vivido es un minuto perdido y nunca más volverá.
Hasta determinado nivel de consciencia el tiempo es la unidad de vida del ser humano. Prácticamente todas las personas vivimos dentro de ese fluido que es el tiempo. ¿Alguien se negaría a vaciar sus pulmones por si luego no puede volver a coger aire? Para inspirar, para llenarse de aire, antes hay que soltar el que ya hay dentro, si no uno se ahoga. Con la vida pasa lo mismo, para abrazar cada nuevo instante antes hay que haber gastado el anterior, si no es así no hay manera de seguir adelante, de experimentar, de aprender. Por ello quien ahorra y acumula su vida no sale ganando, sino perdiendo, y quien la gasta sale ganando. Pero cuidado, tampoco se trata de malgastar la vida, de derrocharla sin miramientos ni consciencia, en esto, como en todo, la justa medida para cada uno es una garantía de buen hacer.
Por eso os invito a que hagáis la prueba. Elegid algo que sea de vuestro gusto y vividlo, incorporadlo a vuestras vidas, dadle parte de ese tiempo que tantas veces malgastamos intentando satisfacer a los demás dejándonos de lado a nosotros mismos. Démonos nuestro pequeño (o grande) placer diario, atrevámonos a vivir lo que deseamos, aunque ello implique equivocarse, lo que también es bueno para la vida porque… “unas veces se gana y otras veces se aprende”.
Termino con un poema de la poetisa brasileña Martha Medeiros, atribuido a menudo a Pablo Neruda, titulado Muere lentamente, que expresa con mucho más arte que yo esta idea de “gastar la vida”.
Muere lentamente quien no viaja,
quien no lee, quien no escucha música,
quien no halla encanto en sí mismo.
Muere lentamente
quien destruye su amor propio;
quien no se deja ayudar.
Muere lentamente
quien se transforma en esclavo del hábito
repitiendo todos los días los mismos senderos,
quien no cambia de rutina,
no se arriesga a vestir un nuevo color
o no conversa con quien desconoce.
Muere lentamente
quien evita una pasión
y su remolino de emociones;
aquellas que rescatan el brillo de los ojos
y los corazones decaídos.
Muere lentamente
quien no cambia la vida cuando está insatisfecho con su trabajo, o su amor,
quien no arriesga lo seguro por lo incierto
para ir tras de un sueño
quien no se permite,
por lo menos una vez en la vida,
huir de los consejos sensatos…
¡Vive hoy!
¡Arriesga hoy!
¡Haz hoy!
¡No te dejes morir lentamente!