Queda bien decir que todas las personas somos iguales, y en parte es cierto: somos o hemos de ser iguales ante la ley y la justicia, ante Hacienda, ante los servicios médicos, etc. Pero no es así, ni somos iguales ni lo seremos. Quizás todos seamos iguales en la muerte y ante Dios, ahí no puedo decir que no. ¿Y por qué esa afirmación de que no somos iguales? Sencillamente porque existen los niveles de conciencia.
Empecemos por definir conciencia: 1. Conocimiento que el espíritu tiene de sí mismo. 2. Conocimiento de las cosas mediante el cual el individuo se relaciona con el mundo. (Diccionario de uso del español María Moliner). Cualquiera de las dos definiciones sirve para este artículo, empezaré por la segunda.
¿Es que no todas las personas tienen el mismo conocimiento sobre las cosas?, ¿es que no todos somos iguales percibiendo el mundo e interactuando con él? Pienso que no, y mi experiencia como terapeuta floral y emocional me lleva a esa misma conclusión. Para empezar cada persona es un mundo, yo tengo mi mundo, tú tienes tu mundo… Ese mundo se construye a través de la percepción de lo externo, de lo interno y de los programas instintivos, emocionales y mentales que cada quien utiliza para procesar la información. Hay programas con los que se nace, pero muchos otros se adquieren a través de la familia, la educación, las experiencias vitales, la televisión, etc. De esta forma, nuestro modo de ver el mundo (y de relacionarnos con él) está mediatizado por todos esos programas. Alguien se puede preguntar:
– ¿Y esos programas dónde están?
– En nuestro consciente y en nuestro inconsciente.
– ¿Son todos buenos?
– Unos son sanos y otros insanos.
– ¿Y sabemos que los tenemos?
– Unos sí y otros no.
¿Y la primera definición?, ¿la que dice que conciencia es el conocimiento que el espíritu tiene de sí mismo? Esta es la cuestión que me lleva a escribir esta reflexión, porque resulta que no todas las personas tienen el mismo grado de conciencia sobre su ser interior, alma o como cada uno lo denomine, ni todas las almas tienen en mismo grado de evolución. No lo puedo decir como una verdad absoluta, pero vivo en la creencia (y no solo yo) de que las almas son entidades de naturaleza procesal que precisan de experiencias a lo largo y ancho de múltiples existencias para alcanzar su completitud. Por ello debería haber almas más experimentadas y almas menos experimentadas, y almas más jóvenes y almas más viejas.
Según ciertas filosofías y líneas de pensamiento un alma joven manifiesta un grado de conciencia sobre sí y sobre la vida menos amplio y profundo que un alma vieja. Sería comparable a la diferencia de percepción y concepción de la vida entre un niño de primero de primaria y sabio profesor a punto de jubilarse. ¿Es que los dos tienen el mismo grado de conciencia sobre la existencia, el mundo y las cosas de la vida? Creo que no. ¿Y por eso el niño es inferior al sabio profesor? No, pero iguales tampoco, ya que su capacidad para percibirse a sí mismo y al mundo es menor en la mayoría de los aspectos, así que el grado de conciencia de uno y otro son diferentes. Lo mismo sucede entre las personas sin necesidad de recurrir a su edad. Sus almas están en diferentes momentos de su proceso y su conciencia sobre la vida es diferente, y nada tiene que ver con ser más joven o más viejo. He tratado a jóvenes con un elevado grado de conciencia y a viejos con grados muy básicos de conciencia.
Si percibimos el mundo y la vida de diferente manera, entonces pensamos y vivimos la realidad de diferente manera. Eso se manifiesta en distintos grados o niveles de conciencia que hace que no seamos iguales ni nos relacionemos desde los mismos parámetros, no solo educativos o éticos, sino de conciencia. Y también al revés: en función de nuestro grado de conciencia desarrollamos diferentes percepciones y concepciones de la vida, lo que influye sobre la manera de relacionarse con ella. Según la Teoría de la Dinámica Espiral se dan ocho niveles o grados de existencia que determinan los diferentes niveles de conciencia (hay otras teorías que señalan más o menos niveles), y esos grados de conciencia sirven para clasificar a las personas. Esto no es malo ni bueno, nadie está arriba o abajo, simplemente unas almas tienen una experiencia más amplia y profunda de la existencia y otras menos.
En el sentido expuesto, y a mi modo de verlo, pretender que todos seamos iguales es una quimera, y empecinarse en que todos hemos de contemplar la vida de la misma manera es una intención vacía e imposible. La parte negativa es que los grados de conciencia de menor amplitud suelen emplear en mayor medida la fuerza e, incluso, la violencia, para imponerse a los grados de conciencia más amplios y profundos, que no creen en la intimidación como medio de relación e interacción.
Cuando me encuentro en situaciones en las que personas con grado de conciencia menos amplio tratan de imponer su criterio, en ocasiones por la fuerza, con malas maneras y torpes palabras, utilizo un mantra personal que muchas veces se me ha oído decir en las clases: “almas en proceso”. Creo que todos y cada uno de nosotros y nosotras tenemos que tratar de ampliar nuestra conciencia lo más posible a lo largo de la vida, para alcanzar una concepción más amplia y profunda de la existencia y para favorecer el proceso de completitud de nuestra alma.