Todas y cada una de las personas que habitan en todo momento el planeta son almas en proceso. Almas jóvenes y almas viejas se reencarnan en sucesivas vidas humanas hasta regresar a la Consciencia Creadora. Cada alma individual es hija de esa Consciencia Creadora que, nacida en la ignorancia de su origen divino, ha de ascender por la escalera de la consciencia individual hasta alcanzar su plenitud. Desde el nivel más básico de consciencia (la partícula más simple de materia y densa vibración) hasta la consciencia más elevada (la vibración más sutil alcanzable), el camino es arduo.
Una vez encarnada el alma en ser humano se inicia un ciclo nuevo de trabajo. Aunque la vibración es densa, el ser humano tiene dentro de sí los medios para avanzar desde la densidad de la Ignorancia y el Miedo hacia la sutileza infinita de la Sabiduría y el Amor. La herramienta fundamental es la Consciencia y el taller para la construcción es la propia vida. Imaginemos el taller de una granja, con su banco de trabajo, con un tablero encima donde cuelgan multitud de herramientas bien ordenadas: martillo, tenazas, alicates, destornilladores, sierras y serruchos, barrenas, llaves fijas…, decenas de herramientas a disposición de quien quiera usarlas. El niño las usará para fabricar sus juguetes, simples pedazos de madera cortados, clavados o dibujados que le servirán para sus juegos de infancia. El padre usará el banco de trabajo y las herramientas para arreglar lo que se vaya estropeando en el día a día de la granja, también para fabricar utensilios que le sirvan en su obligación de sacar adelante el trabajo diario. Por último, el abuelo puede utilizar esas mismas herramientas y ese banco de trabajo para enseñar a su nieto a fabricarse sus juguetes, para ayudar al padre en sus necesidades y, también, para distraerse disfrutando para sí mismo del simple acto de la creación.
Todo el mundo dispone de su propio banco de trabajo y de sus herramientas. La diferencia es que unas almas están en la edad del hijo (niño), otras en la del padre (hombre) y otras en la edad del abuelo (anciano). La capacidad de crear o reparar con esas herramientas está en función del grado de consciencia que el alma aporta a la persona. Las almas más jóvenes todavía han de jugar, practicar, tropezar, caer y aprender. Almas más avanzadas viven su vida de manera más consciente, satisfactoria y plena. Y las almas más viejas pueden estar en el planeta con el cometido de favorecer a otros para que sigan adelante en sus procesos de aprendizaje.
Ego y consciencia acompañan a cada persona desde el nacimiento hasta la muerte. El ego, programado para la supervivencia de la persona, es un compañero fiel que cree conocer lo que es adecuado y lo impone una y otra vez, como una pulsión inconsciente que la persona confunde con su naturaleza interior. De este modo, el ego-mente es el niño que juega con las herramientas creyendo ser el padre o el abuelo, sin ser consciente de que la vida en la granja es algo mucho más amplio y profundo que fabricar juguetes, subirse a los árboles a comer sus frutos, correr detrás de las gallinas o alimentar a los conejos y a los cerdos. El padre sabe que la granja ha de ser atendida, cuidada, arreglada…, que hay que sembrar para recoger, alimentar a los animales, arreglar lo que se rompe y crear nuevos modos de sacar rendimientos a su granja. El niño que fue se ha hecho hombre y comprende las necesidades amplias y profundas de la vida. Ya no juega a ser granjero sino que tiene que serlo, o las cosas no irán por buen camino. Esto no quiere decir que no disfrute de su día a día, pues quien consigue vivir según los dictados del alma se enriquece y se nutre en el esfuerzo y en el descanso, y la responsabilidad no pesa del mismo modo que quien vive por obligación.
¿Y el abuelo?, el abuelo contempla complacido al pequeño en sus juegos, sabiendo todo lo que le queda por experimentar, por vivir. Y contempla al padre, a veces con satisfacción, otras con preocupación, unas veces alegre, otras más triste, ya que está viviendo la etapa en la que ni se vive en la ignorancia del niño ni en la sabiduría del anciano, y éste sabe del arduo esfuerzo que requiere. Está en la etapa del despertar, del trabajar, del aprender de los errores y volver a empezar una y otra vez hasta que se da con el aprendizaje y se aprende la lección. De este modo, cada lección integrada amplía la consciencia sobre la vida y permite comprenderla un poco más. La compresión verdadera y profunda nutre al alma y la hace avanzar en su proceso de acercamiento a la Consciencia Creadora.
Como almas, el niño puede ser inteligente pero no será erudito ni sabio; el hombre podrá ser inteligente y erudito, pero todavía no es sabio; y el anciano ya no necesitará ser inteligente ni erudito, pues la Sabiduría no necesita ni de la capacidad ni de la acumulación, sólo Es.
Según estudios sobre los niveles de consciencia en el momento actual de la historia de la Humanidad, en torno al 80% de la población mundial está en la etapa del niño, algo más del 19% de la Humanidad se encuentra en la etapa del hombre y menos del 1% de las personas se sitúan en la etapa del anciano. En cuestión de consciencia hay niños cuyo ego les hace creerse hombres y hay hombres cuyo ego les hace creer que son ancianos. Las verdaderas almas ancianas, aunque se presenten disfrazadas de niño o de hombre, traslucen esa Sabiduría que sólo puede pertenecer a quien ha vivido y aprehendido a lo largo de muchas existencias.
Que el niño se convierta en hombre y que el hombre alcance a ser anciano, este es el camino de la compresión de la vida. En esto se advierte cómo todas y todos somos almas en proceso.