En el momento de nacer, el niño depende totalmente de los padres para su supervivencia. Esta dependencia es natural, más de la madre que del padre, y así ha de ser para un adecuado desarrollo del niño. Ahora bien, el niño va creciendo, y sus necesidades al año de vida no son las mismas que a los tres años, a los cinco o a los siete. La evolución del niño en los primeros años de vida es constante en todos los planos, físico, emocional, mental… y la atención que se le da también ha de evolucionar teniendo en cuenta esos cambios que se están produciendo. La finalidad natural del desarrollo en el niño es que, llegado el momento, se convierta en un ser maduro capaz de desarrollar su vida con autonomía e independencia en todos los ámbitos de su existencia. El proceso por el que el ser humano alcanza esa madurez es progresivo, y se desarrolla a lo largo de la etapa de crianza, adaptándose a los cambios físicos, emocionales y mentales que el niño va experimentando. ¿Sería concebible alimentar a un niño de siete años con papillas de bebé? Dicho así parece que no, sin embargo hay padres y madres que, a niños en edad de tomar alimentos sólidos, todavía recurren a los purés como única manera de alimentar a sus hijos porque “aunque ya tiene dientes le cuesta mucho comer”. La limitación en esta situación, generalmente, no está en el niño, sino en los padres, ya que por comodidad, porque “me da penita”, por una manera de amar sobreprotectora o por otras razones, no son capaces de seguir el ritmo natural en las necesidades alimenticias del niño. Este ejemplo no es algo fuera de lo habitual, y lo mismo que sucede en la cuestión alimenticia, se puede aplicar a los planos mental y emocional. Cuando a un niño se le impide desarrollarse al ritmo que su proceso natural le marca, se le aboca a estados de desarrollo inferiores, provocando una dependencia de esta “atención especial”, por comodidad en él y por inadecuada actitud de los padres o de quien haga la crianza y desarrollando patrones de dependencia en el niño.
La palabra “depender” deriva del latín ependeré, que significa:colgar, pender. La primera acepción del diccionario de la R.A.E. dice así: “estar subordinado a una autoridad o jurisdicción”. La tercera señala: “vivir de la protección de alguien, o estar atenido a un recurso solo.”
La dependencia física y emocional en el niño es un proceso natural que ha de evolucionar según se va haciendo mayor. Mantener a un niño dependiente más allá de su necesidad implica frenar su autonomía, condicionando su desarrollo físico, emocional, mental y social. En ocasiones, las madres y padres, por ignorancia, por motivos inconscientes o a propósito, hacen a sus hijos dependientes de ellos, de manera que el niño no consigue desarrollar la autonomía necesaria para una adecuada evolución emocional e, incluso, intelectual. Varias son las causas de esta actitud en el sistema familiar: miedos, complejos, creencias, autoritarismo, necesidad de mantener un roll en el sistema familiar, jerarquías, traumas familiares, egoísmo, etc.
Cuando se educa a un niño en la dependencia emocional, se condiciona su desarrollo de tal manera que puede llegar a convertirse en una persona “desvalida”, necesitada de la protección y el refugio del que depende e incapaz de relacionarse con la vida y con su entorno de manera natural. Llevado al extremo, el niño se convierte en un ser con miedos, complejos, inseguridades, necesidad de ser atendido constantemente, incapaz de actuar con autonomía ni tomar decisiones según su propio criterio, necesitado de la presencia constante de alguien, vulnerable y falto de voluntad interior. Esto implica desequilibrios en todos los planos.