Muchas son las maneras en que se entiende lo que es una pareja. Incluso dentro de una misma relación una de las personas puede entender la pareja de una manera y la otra de otra manera. Por ello quiero aportar mi idea sobre esta cuestión: para mí una pareja es un trío.
Antes de que una persona se encuentre con otra es un yo, con sus programas emocionales y mentales, sus manías, sus hábitos, etc. Cuando esa persona se encuentra con otra (entiéndase en relación) se acerca a otro yo, de nuevo con sus características en todos los ámbitos. Tenemos entonces a un yo y a otro yo que se sienten atraídos e inician un acercamiento. El tiempo del enamoramiento es un estado alterado de consciencia en el que la visión del otro queda algo (o bastante) distorsionada. En este periodo los yoes se entremezclan sin orden ni concierto, se funden, se separan, se disfrutan, se apasionan… Sin embargo llega un momento en el que ese estado de consciencia alterado se va calmando y se inicia una etapa en la que cada yo ha de plantearse construir la estructura en la que se pueda fijar el amor. Aquí empiezan los problemas, entre otros el que hay muchas personas que confunden enamoramiento con Amor. En esta nueva etapa de construir un amor el yo de cada componente de la relación recupera la visión de la realidad y toca entonces vivir el día a día al lado de otro yo. ¿Cómo lograr esto con armonía, con cierto equilibrio?
Quizás sea necesario hacer una aclaración inicial: que el amor no se entiende de la misma manera en los diferentes niveles de consciencia. De manera sencilla se puede entender que en los niveles más básicos de consciencia (ego) existe el “amor”, en los niveles medios (consciencia + ego, consciencia) se da el “Amor”, y en el nivel trascendente de consciencia (Espíritu) está presente el “AMOR”. Recomiendo leer el artículo El amor en los diferentes niveles de consciencia.
En el presente artículo quiero hablar del “Amor”, aquel en el que no es necesario poseer a la otra persona, aquel en el que no se vive en el sometimiento, en el sufrimiento, en la posesividad ni en el ejercicio del poder, aquel en el que el Amor al otro es desear que crezca y viva sin coartar la expresión de su Ser Interior y, a la vez, poder compartir un espacio-tiempo conjunto.
Hay parejas que son un yo al lado de otro yo; otras en las que predomina un yo y el otro se vuelve pequeño; en otros casos los dos yoes quieren ocupar la mayor parte del espacio y se relacionan en una especie de disputa por ver quién manda; también hay yoes que deciden incorporar a la pareja un tercer miembro: el “nosotros”. Estas últimas configuran un trío: yo, yo y nosotros. Parecería entonces que si a dos les cuesta entenderse con tres sería el acabose, pero no, resulta que en el trío puede haber mayor entendimiento que en el par.
En un inicio la presencia de los dos yoes ocupa todo el espacio energético y psíquico de la relación. Puede que un yo ocupe más espacio que el otro, o puede que se peleen por una cuota de espacio perteneciente a la otra parte, incluso puede que se repartan el espacio energético y psíquico de manera igualitaria (o no) y cada uno haga su vida, juntándose para cuestiones concretas. Ahora bien, si anhelan algún tipo de unión en la que el Amor esté presente no basta con un yo al lado de otro yo, hay que dar un paso más allá, crear un nosotros.
Este nosotros no es ni un yo ni el otro yo, es un miembro nuevo de la relación que ocupará un espacio energético y psíquico y que, al igual que los otros dos miembros de la relación, necesita su tiempo, su nutrición y su experimentación. He aquí que en este Amor una pareja es un trío. Lo que antes se repartían (mejor o peor) entre dos, ahora hay que repartirlo entre tres. ¡Menudo lío!
Me viene a la memoria una frase de Freud que hace años me encantó: “Si dos individuos están siempre de acuerdo en todo, puedo asegurar que uno de los dos piensa por ambos.” Y siempre asocio esta frase con unas declaraciones de una mujer en la radio que decía que en cuarenta años nunca había tenido un desencuentro con su marido, que no entendía por qué ahora las parejas discutían tanto entre ellas. Esta mujer, probablemente, había anulado su “yo” y vivía en el “yo” del marido (o quizás fuese al revés). Casi con seguridad su relación no eran ni dos yoes ni, por supuesto, un nosotros, sólo un yo (el de su marido o el suyo), así que no había con quien discutir.
Ahora imaginemos dos personas con una idea diferente del amor, por ejemplo, una relación en la que un yo quiere vivir protegido o sometido al otro o, una relación en la que un yo de manera insanamente egoísta, quiere que el otro yo esté a su servicio, así, por las buenas, “porque yo lo valgo”. En estos casos un yo predomina sobre otro, adquiriendo más derechos y menos obligaciones, lo que desequilibra el sistema, aunque la otra parte se empeñe en decir “no, si a mí no me importa” (aunque las diversas dolencias y somatizaciones digan lo contrario). Todas estas formas de relación apuntan a un desequilibrio, consciente o inconsciente, que más que nutrir a la consciencia acaba nutriendo a los egos, que siguen luchando en contra de un nosotros que aportaría la parte de consciencia de la relación. Es en ese nosotros donde la relación crece y donde las consciencias de las dos personas pueden seguir avanzando hacia el Amor. Por ello es necesario darle su cuota de tiempo, de protagonismo, de atención, de disfrute, de responsabilidades y de derechos. De esta manera se va configurando un espacio de consenso en el que el encuentro es constructivo y enriquecedor.
Hay quienes dicen “es que si no fluye no es amor”, “es que si tenemos que pactar eso, o tratar de lo otro no es amor”. Creo que hay personas que idealizan el amor y dejan de lado que hay aspectos de la convivencia que requieren de gestión además de amor, por ejemplo el reparto de las tareas domésticas, la economía del hogar, los tiempos de ocio o las responsabilidades con los hijos e hijas. Hay personas que creen que si se quieren todo eso ha de fluir, pero no tienen en cuenta que cada persona es un mundo y que cada uno siente y piensa la realidad de una manera diferente. Además, vivir en diferentes niveles de consciencia hace que se interprete la vida de manera distinta. Luego vienen los conflictos, el “yo esperaba que…”, los “lo lógico es que…”, etc., etc., etc., propios de una relación en la que dos yoes no han creado un espacio psíquico común y pretenden que cada uno se incorpore al mundo del otro porque “mi modo de ver las cosas es el mejor”.
Una pareja consciente requiere la creación de un espacio consciente, de consenso, en el que el Amor y el respeto mutuo aleje los egoísmos, los egocentrismos y los complejos egóicos, en el que cada persona dedique una parte del tiempo y la energía al yo y otra al nosotros, incluso un poco de energía al yo del otro si es necesario, y que ese reparto de energías sea justo y equilibrado para ambos. Dependiendo del nivel de consciencia en el que se viva esta construcción será necesaria o no, será comprendida y aceptada o no, incluso uno de los miembros de la pareja la verá necesaria y otro puede que no. Por eso, en muchas ocasiones, una relación de pareja parece más una lucha que una unión, porque cuando los egos de los yoes no ceden terreno a un nosotros, esos mismos egos quieren hacer las cosas sólo a su manera, sea esta someterse o ejercer de poder, victimizarse o abusar. En un sentido profundo da igual quien sale aparentemente más perjudicado, al fin y al cabo cada persona se ve obligada a alimentar a su ego con lo que éste se ha acostumbrado a comer. Al final, si no se construye un nosotros honesto, los yoes y sus egos seguirán compartiendo casa pero no Amor, si acaso, sólo amor. Insisto y completo el título del artículo: en una relación consciente, una pareja es un trío. El siguiente paso ya es más complicado, ya que en una relación Espiritual, una pareja es un solo Ser. Pero esto ya es un tema para un próximo artículo.