“La salud es una cuestión de consciencia”. Para comprender esta afirmación se hace necesario conocer el significado de los conceptos salud y consciencia. Para mis lectoras y lectores “antiguos” estos conceptos ya son conocidos y comprendidos, para los nuevos paso a definir de manera clara y breve qué significan para, a partir de ello, fundamentar la explicación.

Salud deriva del sánscrito sárva: “todo entero”, creando la raíz sol, cuyo significado es “entero”.

Por contraposición defino el origen etimológico de enfermedad, del latín infirmus: “sin firmeza, sin equilibrio”.

Por último aporto una definición sencilla de consciencia de la que hago uso a menudo en mis textos: “capacidad y cualidad de relación e interacción con el yo, con los otros y con lo otro”. (Para profundizar en este concepto recomiendo la lectura de mi libro El viaje del ego hacia la consciencia, Editorial Arcopress).

Tenemos entonces que estar sano (estar entero o sin desequilibrio) es una cuestión de consciencia (de relación e interacción con uno mismo, con los demás y con la vida). ¿Seguro que la salud depende de cómo me relaciono conmigo, con los demás y con la vida? Esto me suena un poco raro…

La salud es un estado de equilibrio físico, energético, emocional, mental y espiritual. En la medida en que todos los aspectos vinculados a estos planos están en consonancia (y justa medida), y su interrelación también lo está, la persona presenta un grado de armonía interior que se relaciona con la falta de estrés y con una neuroquímica favorecedora para el equilibrio homeostático de las células, órganos y sistemas del cuerpo.

El concepto de homeostasis apareció por primera vez en 1860, cuando el fisiólogo Claude Bernard (1813-1878) describió la capacidad que tiene el cuerpo para mantener y regular sus condiciones internas. Esta homeostasis es crítica para asegurar el funcionamiento adecuado del cuerpo, ya que si las condiciones internas están reguladas pobremente, el individuo puede sufrir grandes daños o incluso la muerte.

Posteriormente, en 1933, Walter B. Cannon (1871-1945) acuñó la palabra «homeostasis» (gr. homeo- constante + gr. stasis, mantener) para describir los mecanismos que mantienen constantes las condiciones del medio interno de un organismo, a pesar de grandes oscilaciones en el medio externo. Esto es, funciones como la presión sanguínea, temperatura corporal, frecuencia respiratoria y niveles de glucosa sanguínea, entre otras, son mantenidas en un intervalo restringido alrededor de un punto de referencia, a pesar de que las condiciones externas pueden estar cambiando.

(www.facmed.unam.mx/Libro-NeuroFisio/FuncionesGenerales/Homeostasis/Homeostasis.html)

En esta explicación sobre la homeostasis se puede ver cómo en ella entran parámetros como la presión sanguínea o los niveles de glucosa en sangre (además de otros) que están directamente relacionados con estados emocionales en equilibrio o en desequilibrio. Por ejemplo, la hipertensión arterial está relacionada con la acumulación, durante largos periodos, de pensamientos y emociones que no son expresadas (Gran diccionario de las dolencias y las enfermedades de Jacques Martel). Otro ejemplo de cómo un estado emocional fuera de justa medida y permanente puede alterar la homeostasis es el caso de la diabetes, que se puede relacionar con la vivencia de estados de carencia, represión o incapacidad de vivir el autoamor y el amor de una manera equilibrada. Es decir, que un programa emocional y/o mental desequilibrado y experimentado un cierto tiempo puede acabar alterando el equilibrio homeostático de células, órganos y sistemas del cuerpo y causando síntomas (enfermedades) que merman la calidad de la salud de la persona.

Como ejemplo puedo señalar el caso de un hombre con hipertensión que llegó a la consulta hace unos años. Este hombre llegaba a tener episodios de temblores incontrolables, además de alteraciones graves del ánimo, bajones emocionales profundos, explosiones de ira y conflictos con su sistema familiar y laboral. Esta hipertensión arterial estaba directamente relacionada con su incapacidad de gestionar y expresar emociones. Ello se debía a una carencia grande de educación emocional en su infancia (como la mayoría de las personas). Este hombre era incapaz de mostrar en justa medida su enfado, su frustración, su intolerancia, su sentido excesivo de la responsabilidad y otros aspectos, por lo que recurría a la represión y a tragárselo todo. La acumulación de estos estados de ánimo estresantes a lo largo de años tuvo dos consecuencias: por un lado experimentaba explosiones de mal carácter periódicas, incontrolables y agresivas, eso hacia afuera, hacia adentro creaba tal grado de tensión interior que terminaba por afectar a su tensión arterial, provocando desequilibrios internos que se manifestaban como síntomas. Tratar esos síntomas de manera alopática, es decir, atendiendo exclusivamente al síntoma, no era la solución, pues la causa primigenia estaba en la incapacidad para expresar y gestionar. Una vez que este hombre aprendió a no acumular y moderó su intolerancia, su sentido de la responsabilidad y su baja tolerancia a la frustración, sus síntomas se fueron desvaneciendo paulatinamente hasta desaparecer casi por completo, salvo cuando vuelve a caer en los mismos programas emocionales fuera de justa medida (y ya se cuida él de que esto no suceda).

¿Cómo recuperó nuestro amigo la salud? Se dio cuenta de que había algo que no sabía: no sabía frustrarse de manera sana, no sabía ser tolerante y responsable en justa medida y no sabía expresar lo que sentía y pensaba, es decir, carecía de esa educación emocional. A medida que fue adquiriendo esos programas o ajustándolos se hizo conocedor de las justas medidas, se hizo más consciente de en qué circunstancias se activaban en su interior y cómo expresarlo hacia los demás o respecto a la vida para que ello resultara más armonioso. Su capacidad de relacionarse consigo mismo, con los demás y con la vida se hizo más amplia y profunda (más consciente), por lo que ya no acumulaba tensión y el equilibrio homeostático no se veía comprometido, y esto le devolvió la armonía interior y el equilibrio, es decir, la salud.

Esto, que he explicado de manera sencilla y con relación a un caso muy concreto, se puede ampliar ad infinitum para tantas y tantas problemáticas de salud que presentan las personas en su día a día. Ayer mismo otro paciente me comentaba que había estado en varios terapeutas, psicólogos y psiquiatras y que nunca le habían planteado cambiar su programación emocional y mental para no tener problemas de salud. A mi entender (y al de muchos profesionales de la salud), esta mirada atiende a las verdaderas causas de la enfermedad, aquellas que están relacionadas con maneras insanas o fuera de justa medida de relacionarse consigo mismo, con los demás y con la vida.

A mayor consciencia mayor armonía, a mayor armonía mayor equilibrio homeostático y a mayor homeostasis mayor salud. La fórmula es sencilla, lo complicado es conocer las reglas de funcionamiento interno y externo para poder jugar al juego de la vida de manera equilibrada. Para ello hace falta aplicarse en el desarrollo de la consciencia… pero esto ya es otro tema: el tema del desarrollo emocional y personal.

José Antonio Sande Martínez

Noray Terapia Floral

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