En todo momento, incluso cuando dormimos, los sentidos siguen alerta para informar al cerebro de posibles peligros que nos puedan acechar. Se trata de una herencia ancestral que ha permitido la supervivencia del Homo Sapiens Sapiens (es decir, nosotros) durante los últimos cien mil años.
La percepción sensorial: más allá de los cinco sentidos
Pero, si bien en la escuela siempre nos enseñaron que existían cinco sentidos (vista, oído, olfato, gusto y tacto) para informarnos de lo que sucedía en nuestro entorno, nunca nos han enseñado que también llevamos de serie unos sistemas para percibir lo que sucede dentro de nosotros. Es por ello que la mayoría de las personas son capaces de poner atención en lo que ocurre fuera de ellas, pero les resulta difícil reconocer lo que ocurre dentro. Si esto lo aprendiésemos en la infancia la vida nos iría mejor.
La percepción corporal humana es un fenómeno complejo que involucra varios sistemas sensoriales que nos permiten no sólo interactuar con el mundo exterior, sino también con nuestro propio cuerpo. Dos de estos sistemas, fundamentales en la forma en que percibimos nuestro estado interno y el movimiento, son el sistema interoceptivo y el sistema propioceptivo. A través de estos sistemas, somos capaces de sentir y reaccionar ante las necesidades de nuestro cuerpo, gestionar el equilibrio y coordinar nuestros movimientos. En este texto, hablaremos de las sensaciones interoceptivas y propioceptivas, su importancia en nuestra vida cotidiana, y cómo influyen en nuestro bienestar físico y emocional.
Propiocepción: nuestra guía en el espacio
Las sensaciones propioceptivas se refieren a nuestra capacidad para percibir la posición, el movimiento y el equilibrio de nuestro cuerpo en el espacio. Este sistema es esencial para el control motor, la coordinación y la orientación espacial. Los receptores propioceptivos están ubicados en músculos, tendones, articulaciones y la piel, y permiten al cerebro recibir información constante sobre la postura y el movimiento del cuerpo. Los propioceptores envían información sobre el estiramiento de los músculos, la tensión en los tendones y la posición de las articulaciones. Esta retroalimentación constante permite que, incluso sin mirar nuestras extremidades, podamos movernos de manera precisa y equilibrada. Por ejemplo, cuando caminamos o corremos, somos capaces de ajustar la posición de nuestros pies y piernas sin necesidad de verlos, gracias a la información propioceptiva que recibimos.
La propiocepción no solo es crucial para actividades cotidianas como caminar, escribir o comer. Un error en la propiocepción puede resultar en movimientos torpes o lesiones. La propiocepción también juega un papel esencial en el aprendizaje, ya que supone una retroalimentación constante y consciente de los movimientos del cuerpo y su adecuación a las necesidades del momento o las intenciones de la persona.
Interocepción: el mapa interno de nuestras emociones
Pero lo que en este texto más nos importan son las sensaciones interoceptivas. Estas hacen referencia a la capacidad de nuestro cuerpo para percibir estímulos internos, aquellos que provienen de los órganos internos, tejidos y sistemas que conforman nuestro cuerpo. Estas sensaciones permiten que estemos al tanto de nuestras necesidades biológicas, como el hambre, la sed, la respiración, la temperatura interna, la tensión muscular, la necesidad de orinar, o incluso el dolor visceral. Los receptores sensoriales que permiten la interocepción están ubicados en órganos internos, la piel y otros tejidos, y envían señales al cerebro para ayudar a regular los procesos homeostáticos que mantienen el equilibrio corporal. El sistema nervioso central es el encargado de procesar y dar sentido a las señales provenientes de estos receptores interoceptivos. A través de una compleja red de conexiones, el cerebro no sólo es capaz de detectar cambios en el estado fisiológico, sino que también nos da una sensación consciente de lo que está ocurriendo dentro de nosotros. Así, el hambre no es sólo una sensación de vacío en el estómago, sino una percepción profunda que nos incita a actuar para satisfacer una necesidad biológica. La sed, por su parte, es una señal que motiva a buscar agua para equilibrar los niveles de hidratación.
Esta percepción interna no es solo mecánica o fisiológica. Las emociones están profundamente conectadas con las sensaciones interoceptivas. Por ejemplo, una persona puede sentir ansiedad a través de una presión en el pecho o una respiración rápida y superficial, mientras que otra siente la ansiedad como un hormigueo en la parte derecha del pecho y una necesidad de moverse de manera rápida. Las emociones, los sentimientos y los estados de ánimo, aunque pudiésemos pensar que se inician en el cerebro, pueden surgir en otras zonas del cuerpo. Si somos capaces de poner parte de nuestra atención en el cuerpo, podríamos detectar, reconocer e, incluso, comprender el origen, el sentido y la resolución de todos estos estados.
Conciencia corporal: el puente entre cuerpo y mente
Para ello se hace necesaria la práctica de la conciencia corporal, entendida como la capacidad de poner atención a lo que le sucede al cuerpo, tanto interna como externamente, conectando cuerpo, mente, emociones (y alma). Esa conciencia, hoy conocida en ámbitos científicos, médicos, terapéuticos y docentes como mindfulness, atención plena, atención interior, metaposición, observador interno, etc., permite una toma de conciencia en el aquí y ahora de la información que el cuerpo físico está movilizando, sintiendo y procesando. Este tipo de conciencia corporal juega un papel clave en la autorregulación emocional, ya que ser consciente de las propias emociones facilita la comprensión de las acciones y reacciones que se ponen en marcha en respuesta a situaciones internas o externas.
Interocepción y salud mental: claves para el equilibrio emocional
La relación entre las sensaciones interoceptivas y la salud mental ha sido objeto de creciente interés en la investigación científica. En particular, se ha encontrado que las personas con trastornos como el trastorno de ansiedad, la depresión y el trastorno de estrés postraumático a menudo tienen alteraciones en la interocepción. Esto puede manifestarse en una disminución de la capacidad para reconocer o interpretar señales corporales, lo que contribuye a la desconexión emocional y las dificultades para manejar el estrés. Por otro lado, las personas con una aguda conciencia interoceptiva tienden a ser más sensibles a las señales internas, lo que, si no se maneja adecuadamente, puede llevar a una sobrecarga emocional e, incluso, a un desbordamiento, con estados de rumiación mental obsesiva, ansiedad, hipersensibilidades, exceso de empatía, sufrimiento emocional, miedos y otros procesos en desequilibrio que convierten el día a día en un verdadero suplicio. En el caso de las personas altamente sensibles, las personas con tendencia sufridora y otro tipo de actitudes emocionales insanas, muchas veces aprendidas por una inadecuada educación emocional, la conciencia interna de su sufrimiento pude derivar en graves consecuencias para la salud física, emocional, mental y relacional.
En base a lo expuesto, queda bastante claro que atender únicamente la sensibilidad exteroceptiva (los cinco sentidos clásicos) no sólo implica una limitación para la persona, sino que también tiene como consecuencia la desconexión respecto de la propia corporalidad, emocionalidad y mentalidad. Se hace necesario aprender a mirar dentro, conectar lo que sentimos y lo que pensamos con lo que somos y aprender a conocer, identificar y regular nuestro mundo interior de una manera diferente a como nos han enseñado hasta ahora. Para ello, los procesos y técnicas de nuestra Terapia Emocional Consciente ®, que utilizamos en el centro Noray Terapia y Formación Emocional han demostrado ser francamente eficaces en los últimos dieciocho años.
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