Entre artículos sobre el Amor, sobre el ego y la consciencia y sobre el desarrollo interior, ya van unos cuantos en estos años. Todos cuentan, de un modo u otro, que nos encontramos en un proceso de evolución, que nos dirigimos hacia un “algo”, que ese “algo” es el camino y el destino que nos ayuda a establecer el rumbo y otros argumentos en la misma línea o similar.
Pasando todas estas palabras por el tamiz de la conciencia (atención), vamos a poder quedarnos con su esencia y, quizás nos sorprendería que, al final, sólo tres palabras quedarían en el cedazo: amor, Amor y AMOR. Ésta es la esencia del camino que recorremos desde el nacimiento de nuestras almas hasta su disolución en la Consciencia Cósmica y, también, desde nuestro nacimiento como personas hasta nuestra propia disolución al llegar al tránsito que conocemos como muerte.
“No existen caminos para el Amor, el Amor es el camino»
Estos tres tipos de energía (amor, Amor y AMOR) alimentan a cada uno de los tres ordenadores internos con los que podemos funcionar en este mundo: ego, consciencia y Espíritu. Así, el amor es la energía que mueve al ego, el Amor la que mueve a la consciencia y el AMOR la que mueve a nuestro Espíritu. Lo que sucede es que, como bien sabéis, la primera fase de desarrollo de nuestras vidas transcurre en el estadio egoico (salvo para aquellos niños y niñas que ya desde edades tempranas se muestran como seres en un elevado nivel de consciencia), por lo que el ego es el motor y el amor la gasolina. Este amor, que está hecho de miedos, excesos, carencias y estrés, es una energía que va a permitir al ego seguir adelante, avanzar por la vida, pero ¡cuidado!, se puede vivir gastando el ego o alimentando el ego. En el primer tipo de acción estaremos avanzando hacia la consciencia, en el segundo viviremos en un bucle egoico en el que podemos sentirnos a gusto, pero no necesariamente ha de ser sano, aunque tampoco ha de resultar insano, dependerá del momento evolutivo de cada persona. A fin de cuentas, alimentar al ego hasta que no pueda más, también es una forma de gastarlo; más lentamente, pero también sirve. Este proceso de vivir en el amor probablemente perdure a lo largo de muchas, muchas vidas, en las que nuestra alma, experimente todas las vivencias posibles hasta quedar completado su aprendizaje en esta fase. Esto se explica de manera extensa y detallada en el libro El viaje del ego hacia la consciencia [1]. A modo de resumen se puede entender que el ego tiene dos fases: ego vulnerable y ego poderoso y que, a lo largo de muchas vidas, se evoluciona de uno a otro a través de necesidades (Maslow), conductas (Graves) y estados emocionales (Hawkins) hasta gastarlos y dejarlos atrás. Y todo esto, utilizando al amor como energía, como punto de partida, camino y destino.
Supongamos que hemos gastado ya esa primera fase y, afortunadamente para nosotras/os, podemos vivir un despertar de la consciencia. Necesitaremos un nuevo tipo de gasolina para este nuevo motor. Esa gasolina es el Amor. Este Amor está hecho de valor, justas medidas y serenidad, en contraposición a la gasolina del ego, que estaba compuesta de miedos, excesos, carencias y estrés. Con un nuevo motor y su correspondiente gasolina, nuestra alma puede continuar su largo viaje, experimentando otro tipo de experiencias vitales. Han quedado atrás, al menos, una parte de las experiencias egoicas, para dejar espacio a las experiencias de la consciencia, experiencias vinculadas a la pertenencia, el reconocimiento y la autorrealización. Aquí necesitaremos al Amor, mientras que en las experiencias de supervivencia y protección[2] necesitábamos al amor como fuente de energía. Este Amor, no lo olvidemos, está compuesto de valentía, justas medidas y serenidad, cualidades que, si nos fijamos bien y somos honestos y honestas, no son precisamente abundantes en la humanidad. No olvidemos que más del ochenta por ciento de la población mundial vive en ego puro y duro, alimentándolo o gastándolo, pero en ego.
“El Amor está hecho de valor, justas medidas y serenidad”
Si somos capaces de seguir la máxima de Mahatma Gandhi: “Dios nos quiere atrevidos”, ya tenemos uno de los componentes del Amor: el valor. ¿Cómo conseguir las justas medidas y la serenidad?, ¿Se pueden comprar en alguna tienda…? Me temo que no, que estas cualidades las llevamos en nuestro interior y es a través del despertar de la consciencia y de un proceso de evolución personal como podemos ir adquiriéndolas. Este trabajo puede (y suele) comenzar con una crisis vital (física, emocional, mental, relacional…), puede derivar en un proceso de despertar y de sanación y continuar con un proceso de desarrollo interior, sea de manera autodidacta o a través de trabajo terapéutico y actividades de desarrollo emocional o personal. Poco a poco, iremos dejando atrás el camino del amor para entrar en el del Amor. Al principio, faltos de experiencias, nos resultará extraño, tropezaremos, repetiremos hábitos del pasado basados en el amor pero, dotando a todo el proceso de la suficiente intensidad, frecuencia y duración, conseguiremos acomodarnos a esta nueva manera de Amar, sin olvidarnos de que, aún, el motor del ego sigue (y seguirá) en funcionamiento. Hemos de intentar vivir cada día más en Amor y menos en amor, lo que es ciertamente complicado y requiere de un estado de atención constante. Tropezaremos, caeremos, nos levantaremos y seguiremos aprendiendo de ello.
Aprender a distinguir a las justas medidas de los excesos y carencias, al valor del miedo, a la serenidad del estrés y al Amor del amor es un proceso que requiere vivir, experimentar, gastar la vida, todo ello acompañado, unas veces del disfrute, otras del dolor y otras del sufrimiento. Cuanto más aceptemos el dolor, menos sufrimiento viviremos y menos alimentaremos al ego, porque el dolor está en el Amor y el sufrimiento en el amor. Aquí es donde debemos tener presente la reflexión de que “no hay caminos para el Amor, el Amor es el camino”.
El “qué” de las cosas es fácil decirlo, siempre resulta más difícil mostrar el “cómo” y materializarlo puede ser lo más complicado. ¿Cómo se Ama? Para empezar decir que una persona no puede Amar a los demás si no se Ama a sí misma desde la consciencia. Así que, el primer paso, es Amarnos, con valentía, sin miedo, en justa medida, sin excesos ni carencias y con serenidad, sin estrés o, al menos, gestionarlos y reducirlos en gran medida. Luego, hemos de trasladar estas mismas acciones a las demás personas, quizás empezando por seres queridos como plantas y animales, hijos e hijas, parejas, padres, madres y familiares cercanos, para luego ir ampliando estas acciones (reales, palpables) hacia las amistades, los conocidos, los desconocidos y la humanidad al completo. ¿Tiempo para realizarlo? Poca cosa, sólo unas cuantas vidas (muchas según ciertas filosofías) de la existencia de nuestras almas en este planeta. Si tiempo es lo que le sobra al Espíritu, dado que vive ajeno a él. Me vienen a la cabeza unas palabras del Doctor Edward Bach, creador de las Flores de Bach: “Debemos esforzarnos en aprender el amor por los demás, comenzando quizás con un individuo o incluso un animal, y dejar que este amor se desarrolle y se extienda cada vez más, hasta que sus defectos opuestos desaparezcan automáticamente. El Amor engendra Amor, como el Odio engendra Odio. La curación del egoísmo se efectúa dirigiendo a los demás el cuidado y la atención que nos dispensamos a nosotros mismos […]”[3]. Como vemos, primero tenemos que observar el Amor hacia nosotros y nosotras y luego, de esa misma manera, Amar a los demás, pero siempre desde el valor, las justas medidas y la serenidad.
Respecto al Espíritu y al AMOR, eso da para otro artículo o cientos de ellos. Por ahora, tenemos suficiente con vivir más en consciencia y menos en ego. Y no olvidemos que, en esto, todos y todas somos almas en proceso.
José Antonio Sande Martínez
Terapeuta emocional y floral
Socio COFENAT 3368
Noray Terapia Floral
[1] José Antonio Sande Mtnez., Ediciones Arcopress, 2019.
[2] Abraham Maslow. Motivación y personalidad. Ediciones Díaz de Santos S.A. Madrid, 1991.
[3] Dr. Edward Bach, La curación por las flores, Editorial Edaf, 1980.