A priori parece que la percepción del fracaso es algo que todo el mundo tiene claro: fracasar no es agradable. Sin embargo, la cuestión no está tanto en si es agradable o no, sino en si es necesario o no. Efectivamente, este cambio de perspectiva plantea una nueva cuestión: ¿para qué es necesario el fracaso? La respuesta, en la E.E.I., es obvia: para aprender. Ya he comentado, a lo largo del texto, el hecho de que el ensayo – error es una estrategia de la Vida cuya finalidad es la evolución. Tal y como está concebida la existencia en nuestro mundo, el ensayo – error es una de las vías de evolución para la vida, ¿cómo es posible, entonces, que haya personas que se nieguen la posibilidad del error a sí mismas o a sus hijos? Quizás por ignorancia o inconsciencia.
La definición usual de fracaso es “no dar una cosa el resultado perseguido con ella”. Ahora bien, una vez que esto ha sucedido y las cosas no han salido como se esperaba… ¿quien fracasa es un fracasado? Esta asociación entre “fracasar” y “ser un fracasado” puede ser muy peligrosa a la hora de utilizarla en la educación de los niños.
En un curso de Educación Emocional Infantil, pregunté al grupo de alumnas y alumnos cuántos vivían el fallo como un fracaso y cuántos lo vivían como una oportunidad de aprendizaje. Tras unos instantes de introspección en el mundo de cada uno, el resultado fue que tres personas vivían el concepto de fallo como un fracaso, otras tres ya lo estaban transformando hacia un concepto más sano y seis contemplaban el fallo como una oportunidad de aprendizaje. Lo más problemático de estar “enganchado” a un patrón emocional de este tipo no es vivirlo con normalidad, es no ser consciente de ello.
El miedo al fracaso en el niño es un sentimiento que tiene, como mínimo, una doble vertiente. Por un lado se dirige hacia el interior, haciendo que el niño rechace el fracaso para evitar sentir que se falla a sí mismo. Por otro lado, hay una vertiente externa, que es la de evitar sentir que falla a otras personas a las que considera, de una u otra manera, importantes: padres, abuelos, maestros, amigos, etc.
El miedo al fracaso se implanta como programa en la mente y en la emocionalidad del niño en un nivel inconsciente. Este programa responde a órdenes, mandatos y frases del estilo: “equivocarse es de tontos”, “tienes que hacerlo perfecto”, “hay que hacerlo bien a la primera”, “si no lo consigues serás un fracasado”, “siempre te equivocas, no vales para nada” y muchas otras que el entorno del niño expresa, directa o indirectamente, y que pueden acabar afectándole. Otras veces no hacen falta las frases, padres o sistemas que dan ejemplo de lo que es la perfección y lo “correcto” trasladan el mismo mensaje.
Cuando el niño falla en algo, se equivoca, comete un error, no da con la respuesta o el resultado esperado, la actitud del entorno frente a ello puede influir de manera importante en cómo el niño conceptualice y emocionalice su relación con el fracaso. Si el entorno acepta el fallo como natural y como medio a través del cual se aprende, entonces el niño tendrá más posibilidades de aceptar el fallo en su proceso de aprendizaje, desarrollando un elevado umbral de tolerancia al fracaso, a la frustración y a la decepción. Si, por el contrario, el entorno no acepta el fallo como natural, le pone “peros”, reproches, chantajes, castigos, etc., entonces el niño, probablemente, tampoco aceptará el fallo en su proceso de aprendizaje, desarrollando un bajo umbral de tolerancia al fracaso, a la frustración y a la decepción, así como otros aspectos emocionales reactivos.
El ejemplo de los padres y la filosofía del sistema educativo en el que el niño crece, a menudo, determinan su relación con el fracaso, tanto para bien como para mal. Siendo este una herramienta que puede servir para avanzar en la vida ¿por qué optar por convertirlo en un inconveniente, en un impedimento? Ya Séneca, filósofo nacido en Córdoba el año 4 a.C. pronunció la sentencia: “Errare humanum est”, “errar es de humanos”. Es algo ingénito a la esencia de la naturaleza humana, y querer cambiarlo por la perfección no es posible más allá de la vana ilusión de algunos.
Por ello, la pretensión de que un niño no falle, no solo no es natural, sino que es antinatural. Desde la E.E.I. la propuesta pasa, sencillamente, por enseñar al niño a que no considere el fallo como algo grave ni negativo y a sacar partido de sus tropiezos sin, por ello, considerarse un fracasado. Dicho de manera paradójica: “hay que enseñar al niño a fallar bien”.
Grandes personajes de la historia han dejado interesantes frases sobre el tema del fracaso. A modo de pincelada destaco estas cuatro que me parecen especialmente educativas.
“El fracaso es una gran oportunidad para empezar otra vez con más inteligencia.” (Henry Ford)
“Cada fracaso le enseña al hombre algo que necesitaba aprender.” (Charles Dickens)
“Una experiencia nunca es un fracaso, pues siempre viene a demostrar algo.” (Thomas A. Edison)
“No puedo darte la fórmula del éxito, pero si la del fracaso: trata de complacer a todos.” (Anónimo)