A lo largo de mis años como estudiante de Terapia Floral y como profesional, tanto en la consulta como en el aula, a menudo me he planteado qué hay que hacer para evolucionar, y la respuesta nunca ha sido la misma. Caminos para evolucionar hay tantos como personas, como técnicas, como terapias… Realmente cada persona ha de hallar su propio camino, fruto de su maestro/a interior, sus estudios y aprendizajes, sus experiencias vitales y su propio proceso de vida. Ahora bien, no todas las personas existen en el mismo grado de consciencia o en el mismo momento vital, por lo que ni siquiera todos estamos en la misma disposición para esa búsqueda interior que representa la evolución consciente. Señalo lo de “evolución consciente” porque de algún modo todos estamos en evolución inconsciente.

Explico el ejemplo más cercano que tengo en relación con la evolución personal, que es mi propia experiencia. En mi caso este proceso se inició de manera algo consciente en 1996, en el transcurso de una crisis existencial que afronté con Terapia Floral. Posteriormente, al iniciarme como alumno y más tarde como profesor y terapeuta floral, este proceso evolutivo se ha ido haciendo progresivamente más consciente. En el momento en que vivo, en este año 2017, siento que sigo avanzando y ampliando mi capacidad de contemplar la realidad y la Vida, y que cada vez lo hago con mayor humildad, honestidad y amor, aunque aún me falte la mayor parte del camino por recorrer.

Cuando en los cursos me preguntan cómo se hace un proceso de ampliación de la consciencia o de evolución personal no puedo dar una respuesta fija para la persona, pero sí puedo ofrecer mi opinión y cómo yo entiendo y practico este trabajo personal. Afortunadamente, cuento con el apoyo de las esencias florales, ya que no solamente sirven para sanar sino también para realizar procesos de ampliación de la consciencia. En palabras de Edward Bach:

“Estos remedios actúan elevando nuestras vibraciones y abriendo nuestros canales para la recepción de nuestro Yo Espiritual, inundando así nuestras naturalezas con la particular virtud que necesitamos, y lavándonos del error que nos causa el daño. Son capaces, como la música hermosa, o cualquier cosa maravillosa que nos eleve e inspire, de exaltar nuestras naturalezas, y acercarnos a nuestras Almas: y por este simple acto, traernos paz, y aliviar nuestros sufrimientos.”

Además de los remedios florales, cada día pongo en práctica una serie de hábitos que, con el tiempo, he conseguido incorporar a mi vida y convertirlos en parte de mi actividad cotidiana. Para presentarlos de manera concreta y entendible los organizaré en una serie de puntos que explicaré uno por uno. Estos hábitos son once: parar, silencio, atención, introspección, reconocimiento, comprensión, aceptación, serenidad, contemplación, trascendencia e integración. Cada uno de estos hábitos se convierte en un paso que lleva al siguiente, de una manera progresiva y casi diría que lógica (en mi mundo). Estos hábitos no han sido adquiridos de la noche a la mañana. Son fruto de un esfuerzo consciente a lo largo de muchos años de trabajo personal. Ahora puedo ser consciente de ellos y comentarlos con la certeza de que me han servido para avanzar en la vida. Puede que les sean útiles a otras personas. Sin embargo, no puedo dejar de comentar que si se carece de paciencia, determinación, perseverancia y algunas otras cualidades, mejor desarrollarlas antes de aplicar estos pasos, ya que hay muchas probabilidades de que terminen en fracaso, frustración y abandono. Antes de sembrar las semillas siempre hay que preparar la tierra.

Los once pasos:

Parar.

Silencio.

Atención.

Introspección.

Reconocimiento.

Comprensión.

Aceptación.

Serenidad.

Contemplación.

Trascendencia.

Integración

1) Parar. ¿Qué significa? Parar implica, fundamentalmente bajar el ritmo en el que muchas personas vivimos. En esta sociedad occidental parece que está mal visto estar parado, hacer las cosas a un ritmo pausado (o al propio ritmo). Todo es movimiento, acción, velocidad… Todo tiene que ir rápido y, sin darnos cuenta, muchos nos hemos contagiado de ese ritmo infernal en el que sentarse a leer, a disfrutar del sol en un parque o dar un paseo charlando se restringe, con suerte, a los fines de semana. Pararse implica ser capaz de tomarse un tiempo para cada cosa, no llenarse de actividades de modo que no haya un momento libre para hacer aquello que a uno le apasiona o simplemente para sentarse no hacer nada. Parar implica bajar el ritmo y la cantidad que cosas que se hacen, a menudo fruto de necesidades del ego, pero que no nutren ni aportan nada al Ser Interior, más bien lo acallan mientras el ego crece y se hincha en un proceso de autosatisfacción permanente.

2) Silencio. Al referirme al silencio hablo tanto del silencio exterior como del interior. Cada día desarrollamos nuestras actividades en entornos ruidosos, aunque no nos demos cuenta. Este ruido es un constante estímulo para nuestros sentidos y nuestra mente, por lo que parte de la actividad mental se aplica en recibir y procesar esos estímulos de manera prácticamente constante. Por si eso fuese poco, actualmente está el tema de los Whatsapps. Muchas personas tienen sus teléfonos configurados para que cuando reciben un mensaje haga algún sonido especial que puedan identificar. Con la existencia de grupos hay quien recibe un mensajes constantemente. Aunque pueda parecer una tontería, ese sonido no hace otra cosa que llamar la atención de la mente, distrayéndola de otras cuestiones. Ese interrumpir constante de la concentración también es un ruido. Televisiones encendidas, radios funcionando, música constante, el tráfico, etcétera son elementos que casi no permiten un minuto de silencio externo ni interno en nuestras vidas, por lo que vivimos sometidos a constante estimulación y, de este modo, se complica la escucha interior. Si aún así se consigue, luego están los ruidos internos: preocupaciones, problemas, deseos, obsesiones, miedos, temas pendientes y un largo etcétera de actividad interior que también impiden escuchar más allá, escuchar a nuestro Ser Interior. Conseguir el hábito del silencio exterior e interior es importante para poder evolucionar.

3) Atención. La atención es un estado y una actitud que se puede dirigir hacia la realidad exterior y hacia la realidad interior. Este prestar atención suele ser más habitual hacia el exterior, a través de los sentidos clásicos (oído, olfato, vista, gusto y tacto), pero también hay una atención que se puede orientar hacia el interior. “¿Y a qué hay que atender por dentro?” me han preguntado algunas veces. Nuestro Ser Interior se expresa a través de varios lenguajes: sensaciones, emociones, sentimientos, pensamientos e intuiciones. Cada uno de esos lenguajes se corresponde con un plano diferente: plano físico, plano emocional, plano mental y plano trascendente. Si se quiere evolucionar, esa realidad interior ha de ser atendida tanto como la realidad externa ya que, permanentemente, nos está ofreciendo información de lo que pasa dentro de nosotros, tanto en el consciente como en el inconsciente. La atención que se presta a esos lenguajes interiores requiere que nos paremos y estemos un poco en silencio, pues se trata de información a veces muy sutil. Es como si hubiese que escuchar un sonido apenas perceptible o como si quisiéramos saborear un nuevo plato, hay que poner toda la atención en ello. Este estado de atención, a base de entrenamiento, se puede convertir en un hábito y una actitud, y lo mismo que alguien puede estar siempre enfadado o siempre triste porque ha creado el hábito emocional, también es posible estar siempre atento a lo que sucede en la realidad interior de cada uno de nosotros.

4) Introspección. Este es el proceso por el cual se dirige la atención hacia el interior. Se trata de atender a las sensaciones, emociones, sentimientos, pensamiento, creencias, intuiciones y todo movimiento interior de cualquiera de los planos que configuran a la persona. Esta atención interna o introspección sirve para darse cuenta de lo que sucede por dentro, algo que no se nos suele enseñar a hacer ni en la familia ni en la escuela. A través de la introspección podemos hacer conscientes los programas emocionales y mentales que se ponen en marcha en cada momento, con cada situación, encuentro, palabra, etc. De este modo, al hacer consciente lo inconsciente, podemos plantearnos si es sano o insano, si está en justa medida o fuera de justa medida, aunque no siempre es fácil diferenciar los programas sanos de los insanos. La introspección favorece el descubrir la información que todos llevamos dentro, configurada como programas instintivos, emocionales y mentales, que son las instrucciones que determinan cómo nos relacionamos con la vida y con nosotros mismos.

5) Reconocimiento. La mayoría de los programas instintivos, emocionales y mentales (aprox. un 97%) desde los que nos movemos son inconscientes, y sólo un pequeño porcentaje (aprox. un 3%) son conscientes. La introspección implica una mirada interior con la finalidad de buscar esos programas, conscientes o preconscientes unos e inconscientes otros, que mediatizan tanto las acciones y las reacciones, como las interacciones y las relaciones. Ese “hacer consciente lo inconsciente” es el reconocimiento de los instintos, las emociones, sentimientos, las creencias, las ideas, los pensamientos, los complejos, los traumas y un largo etcétera de programas. Reconocer es darse cuenta de que están ahí, es tomar conciencia del “desde dónde”.

6) Comprensión. Este paso, siguiente al reconocimiento, nos lleva a entender cómo influye en nosotros nuestra programación instintiva, emocional y mental. De este modo podemos tomar conciencia de qué consecuencias vivimos y de cómo esos programas dejan su impronta en nuestro carácter y en nuestro destino. La comprensión es una mirada amplia y profunda sobre nuestras vidas, no solamente desde un punto de vista mental, lógico o racional, sino accediendo a la carga emocional, simbólica y trascendente de aquello que es nuestra vida, sea en lo cotidiano o en lo excepcional, en lo laboral o en lo personal, en lo íntimo o en lo social. Al comprender se amplia nuestro horizonte de consciencia sobre aspectos concretos o generales y nos permite ver un poco más allá. Se produce así una ampliación de consciencia. No hace falta que sea una iluminación que nos lleve a conocer “al Universo y a los dioses”, basta con que se amplíe un poquito nuestro horizonte para evolucionar en lo más profundo de nosotros. La suma de comprensiones es un camino para la ampliación de la consciencia de manera progresiva y efectiva.

7) Aceptación. Etimológicamente aceptar deriva del término latino capĕre, cuyo significado es “coger”. Pero… ¿qué es lo que hay que coger?, lo que hay que coger es la propia vida, la propia existencia. En este sentido aceptar no tiene por significado alguno de los muchos conceptos que se le asignan habitualmente: resignarse, someterse, ceder, conformarse, rendirse, etcétera; significa recibir aquello que está sucediendo y pasar a la acción (interna o externa) sin hacer resistencia, desarrollando un movimiento o acción (emocional, mental, relacional, etc.) acorde a la situación que se da. En ocasiones aceptar implica pasar a la acción y en otras ocasiones implica la no acción. De cualquier modo lleva consigo un paso más en la evolución de la consciencia.

8) Serenidad. La serenidad se puede definir como un estado en el que el ánimo no está alterado por pasión alguna. En este estado de ánimo se incluye, simbólicamente, tanto a la cabeza (plano mental) como al corazón (plano emocional). Cada uno de los pasos anteriores, sea en temas concretos o de modo general, lleva a la persona a un estado de sosiego mental y emocional, un estado de “calma serena” que no interfiere con el sentir que nace en lo profundo del Ser Interior. La serenidad permite la percepción del Ser Interior, de su “sentir” y su “pensar” de una manera más clara, resultando que por fin es posible escuchar la voz de la consciencia, aquella que señala el camino a seguir, la opción a escoger o la decisión a tomar. Este estado se alcanza a través de un proceso de aprendizaje y no es fácil mantenerlo de manera constante, ya que la propia vida implica situaciones que sacan a la persona de la serenidad.

9) Contemplación. La acción de la contemplación tiene su origen en la consciencia. Ésta, a través de la mente-consciencia, percibe, comprende y aprehende la información interna o externa y la integra en el conjunto de la Sabiduría de la persona, más allá del ego-mente que puede observar pero no contemplar, del mismo modo que un ojo puede mirar pero es el cerebro el que ve. La contemplación implica una aprehensión amplia y profunda, poblada de matices sensoriales, emocionales, mentales e intuitivos, fruto de la acción conjunta de las diferentes dimensiones humanas: física, energética, emocional, mental y trascendente. Esta contemplación deja una impronta en el sentir y en el Ser que favorece el avance y la evolución de la propia consciencia.

10) Trascendencia. La palabra trascendencia significa “ascender más allá”. En el caso de la evolución de la consciencia ir más allá implica ampliar la consciencia sobre aspectos de la propia vida o de la existencia. Los pasos anteriores: parar, silencio, atención, introspección, reconocimiento, comprensión, aceptación, serenidad y contemplación, permiten la percepción, comprensión y aprehensión de la información interna o externa, enriqueciendo la visión de la existencia. Este “ir más allá” es ese incremento de la Sabiduría de la persona, no como conocimiento que se fija en el ego-mente sino como experiencia que se añade a la mente-consciencia. El acúmulo de conocimiento (erudición) no necesariamente lleva a trascender ya que, a menudo, crea estructuras de pensamiento rígidas que limitan esa evolución, mientras que la experiencia de la Sabiduría es un campo abierto, sin cercados que lo encierren y que permite ser recorrido y sembrado sin limitaciones egóicas.

11) Integración. Sería la última fase del proceso en el sentido en que la información desaparece como tal y se integra en la vida de la persona, formando parte de su mente-consciencia y de su sabiduría natural. Ya no hace falta pensar, reflexionar o recordar conscientemente algo para incorporarlo al vivir cotidiano, sino que queda normalizado como si siempre hubiese estado ahí. De este modo se amplía la sabiduría interior y la capacidad de percibir, comprender y aprehender la realidad interna y externa y la interacción entre ambas. La persona avanza en su evolución, se hace más consciente y comprende y acepta de manera más fluida la vida y la existencia.

Esta propuesta es una más de las numerosas y efectivas maneras de realizar un proceso de evolución personal y de ampliación de la consciencia. Si se practica lo suficiente se convierte en un acción inconsciente y automática, un recurso natural en el día a día de la persona. Ahora bien, no se puede pretender vivir procesos de evolución consciente y voluntaria si no se pone en ello intención y voluntad. Hay quien dedica un tiempo del día a hacer actividad física, otras personas a cuidar su imagen, a comer sano o simplemente a ver la televisión. Como la mayoría de las cosas en esta vida, el proceso de evolución de la consciencia precisa de intención, voluntad, acción y constancia para alcanzar ciertas metas. Lo que puedo decir con convicción es que si se siembra y se persevera, tarde o temprano se recoge la cosecha.

Espero que este artículo, más largo de lo habitual, sea constructivo y aporte su granito de arena en la evolución de la consciencia. Todos somos almas en proceso.

× ¿Cómo puedo ayudarte?
Ir al contenido