Cada día me encuentro en consulta con personas que hablan sobre diferentes cuestiones: emociones, sentimientos, creencias, valores, modelos educativos, política, estrategias para afrontar la vida…Y, a menudo, parte de mi trabajo consiste en ayudarles a contemplar su opinión con cierta perspectiva para comprobar su validez y adecuación a las circunstancias. Las y los pacientes recurren a mí porque además de su opinión, quieren escuchar mi criterio profesional.
Veamos qué significa cada uno de estos conceptos. Abro el Diccionario de uso del español María Moliner.
– Opinión: Cosa que se piensa sobre algo o alguien.
– Criterio: Capacidad o preparación de alguien para juzgar, seleccionar o apreciar ciertas cosas.
Obviamente, he escogido las acepciones que más se ajustan al contenido de este artículo, ya que en algunos diccionarios se puede llegar a plantear opinión y criterio como palabras sinónimas, idea que no comparto.
La opinión es la idea que se tiene en base a los propios programas internos que la mente pone a disposición de la persona. Esta opinión se crea a partir de recuerdos, aprendizajes, reflexiones, etc., deduciendo o infiriendo un razonamiento sobre algo, que la persona puede llegar a considerar como una verdad, pero que es fruto de su proceso de deducción interna y, en ocasiones, nada tiene que ver con la realidad que se está analizando.
El criterio va más allá de la opinión en cuanto que se basa en una preparación previa sobre el tema de reflexión. La persona ha leído, estudiado, comparado, experimentado e integrado sobre ello y su experiencia es reconocible. No se trata únicamente de una deducción fruto de una actividad mental teórica influida por creencias previas, sino de una inmersión en el conocimiento hasta tal punto que la persona puede mantener una visión global, integral, sistémica y holística de aquello a lo que se refiere.
Mientras la opinión de la persona es su punto de vista, el criterio puede contemplar varias perspectivas dada su mayor profundidad y amplitud de visión. Yo puedo opinar sobre un ruido del motor de mi coche, pero no tengo ningún criterio, eso se lo dejo a mi cuñado, que es el mecánico. Sin embargo, en cuestión de emocionalidad puede que sí tenga algo de criterio y que mi experiencia profesional, estudios e investigaciones me den cierta “capacidad o preparación para juzgar, seleccionar o apreciar ciertas cosas”.
En ocasiones, en mis cursos, aludo a la circunstancia de que las personas tendemos a creernos lo que creemos. Parece una perogrullada (verdad de Perogrullo, que a la mano cerrada llamaba puño), pero creer lo que se cree sin ponerlo en duda trae muchos problemas a las personas, ya que no se plantean que su opinión pueda, o no, tener criterio alguno. De este modo, hay personas que pretenden que sus opiniones se conviertan en una verdad irrefutable por el simple hecho de que es su creencia, a veces reforzada porque lo es en sus círculos de relación o lo era también de su padre o madre e, incluso, de su abuelo, lo que parece que le da mayor entidad. Como si no se pudiese mantener una opinión equivocada a lo largo de muchos años o generaciones, o mucha gente que cree lo mismo no pudiera estar equivocada.
Opiniones podemos tener todos y todas sobre cualquier tema, criterio… eso ya es otro cantar. Quizás deberíamos tener claro cuándo estamos en un lado o en el otro. Eso favorecería no sólo la comunicación y la escucha, sino también el enriquecimiento, el desarrollo, la ampliación de la consciencia y la tolerancia.
En mi opinión (que no criterio) hay personas que tienen opiniones para todo, pero criterio para nada, van por la vida dando lecciones de cuestiones que desconocen, siendo incapaces de reconocer esa ignorancia en el tema, no vaya a ser que se sepa que no tienen ni idea. Opinar es válido siempre que se sepa que se está opinando, y que la visión de quien opina suele tener menos amplitud y profundidad que la de aquel que tiene criterio, quién, aun teniéndolo, no está libre de equivocarse sobre las cuestiones que le son conocidas.
Recurro al Diccionario de frases y dichos populares de Pancracio Celdrán para contar esta breve anécdota histórica. Cuenta el historiador latino del siglo I, Plinio el Viejo, que el pintor Apeles (352 – 308 a.C.) había expuesto al público el retrato de un personaje de Atenas, momento en el que un zapatero que se hallaba entre el público criticó los zapatos pintados, que según su criterio, no estaban bien dibujados. Ante ello Apeles le dio la razón. El zapatero, envalentonado, comenzó a dar su opinión sobre otros aspectos de la obra, a lo que el pintor, le respondió: “zapatero a tus zapatos”. Así, quien opina ha de saber reconocer hasta dónde llega la opinión y dónde comienza el criterio. Con el debido respeto.