Como padres y madres, todos queremos lo mejor para nuestros hijos e hijas. Queremos que crezcan felices, seguros de sí mismos y respetuosos con los demás. En el camino de la crianza es normal que surjan momentos de frustración, incluso de desesperación, especialmente cuando los niños tienen comportamientos que nos resultan difíciles de manejar o de aceptar. Sin embargo, es importante entender que reñir constantemente a los niños no sólo no es efectivo ni educativo, sino que puede tener consecuencias negativas y “deseducar” en lugar de educar.
Pero empecemos por el principio: ¿de dónde viene la palabra reñir?, ¿cuál es su origen? Consultando el imprescindible Diccionario crítico etimológico Joan Corominas, encontramos que el origen de la palabra “reñir” está en la expresión latina RĬNGĪ, que significa “gruñir mostrando los dientes” (aplicado a un perro) y, también, “estar colérico, enojado”.
Cuando hablamos de reñir nos referimos a esos momentos en los que, de manera emocional, reactiva o repetida, usamos un tono de voz alto, imperativo o incluso agresivo para corregir una acción o para “castigar” al niño con una reprimenda. Si bien esta manera de educar puede parecer efectiva en el corto plazo, porque detiene las conductas inadecuadas o parece que las va a evitar en el futuro, las investigaciones en psicología infantil y educación emocional nos muestran que es un enfoque poco saludable y menos educativo de lo que se cree, basado en una manera ancestral de relacionarse con los niños en la que los mayores ejercían poder sobre ellos de manera incontestable e incuestionable. Recordemos frases que se le decía a los niños antiguamente como “nunca le quites la razón a una persona mayor”, “esto es cosa de mayores, no tienes nada que decir”, “nunca le discutas a las personas mayores”, etc., esto, aunque el niño estuviese siendo tratado de manera injusta o humillante.
Pero, ¿por qué reñir constantemente a los niños y niñas no es adecuado? Y, más importante aún, ¿cómo reemplazar este hábito con prácticas más efectivas basadas en la educación emocional? Veamos algunas cuestiones que pueden responder a estas preguntas.
¿Por qué reñir constantemente no es adecuado ni efectivo?
Los niños no pueden procesar las reprimendas de la misma manera que los adultos
Es importante recordar que los niños, especialmente hasta los diez años, todavía están en pleno desarrollo emocional y cognitivo. Cuando un adulto riñe de manera habitual a un niño con un tono elevado, crítico o agresivo, el niño puede sentirse atacado o inseguro, más que comprender el comportamiento que necesita cambiar. Hay que tener en cuenta que el niño no necesariamente es consciente de que sus conductas son inadecuadas, sea por falta de experiencia, porque imita conductas que ha visto en otras personas, porque está tan ensimismado que no es consciente de ello o por otras causas (¿no hacemos los adultos conductas inadecuadas sin darnos cuenta?, la diferencia es que nadie viene a reñirnos por ello). En lugar de aprender de la reprimenda, los niños pueden experimentar miedo, ira, humillación, tristeza o confusión, lo que hace que la lección no se interiorice de manera efectiva. La reprimenda verbal sistemática, por tanto, no enseña lo que es correcto o incorrecto, sino que puede crear una sensación de rechazo, injusticia o humillación que afecta la autoestima del niño y la capacidad para regular sus emociones en el futuro.
La reprimenda constante puede deteriorar la relación afectiva
Aunque los padres y madres tengan una buena relación afectiva y comunicativa con sus hijos, el acto de reñir constantemente puede erosionar esta conexión e, incluso, la confianza que el niño tiene en el adulto. Los niños que se sienten amenazados, humillados, rechazados o incomprendidos por las reprimendas verbales (sobre todo cuando son constantes, excesivas o injustas) pueden empezar a temer la interacción con sus padres cuando cometen un error o se portan mal, lo que puede afectar a su capacidad de atreverse a tomar iniciativas de manera autónoma, pedir ayuda o compartir sus emociones. Una relación sana se basa en la confianza, y las reprimendas constantes pueden generar desconfianza o resentimiento, dificultando la comunicación abierta, afectiva y efectiva entre padres e hijos. La base de una buena educación no es el miedo, sino la comunicación sana, el respeto mutuo y la comprensión.
Reñir no enseña habilidades emocionales ni de autocontrol
La educación en el día a día debe ser un proceso de enseñanza-aprendizaje para el niño, no de castigo o reprimenda constante. Cuando los niños son reprendidos sin que se les expliquen las razones de su comportamiento y sin ofrecerles estrategias para mejorar, no desarrollan habilidades emocionales importantes como la autoconciencia o el autocontrol. En lugar de gritarles o reñirles, los padres pueden enseñarles a reconocer y gestionar sus emociones, a observar sus conductas y a valorar las consecuencias de sus acciones. Por ejemplo, cuando un niño se enfada o actúa de manera inapropiada, en lugar de gritarle, es más efectivo calmar la situación primero y luego hablar de las emociones que están en juego. Enseñarles a identificar sus sentimientos y expresar lo que están sintiendo les ayuda a tomar control sobre sus emociones a medida que crecen.
Algunas prácticas más efectivas basadas en la educación emocional.
La educación emocional como herramienta positiva
La educación emocional es una de las mejores alternativas para gestionar los comportamientos de los niños de manera efectiva y respetuosa. Los padres y madres pueden aplicar estrategias que promuevan el autoconocimiento, la empatía y la gestión de emociones. Aquí algunos ejemplos:
Establecer límites claros y coherentes: Los niños necesitan saber qué comportamientos son aceptables y cuáles no. Esto debe hacerse siempre de manera calmada y con explicaciones claras para que el niño entienda por qué está bien o mal lo que ha hecho. Explicarlo una vez no implica que el niño o la niña lo entienda. Es necesaria una actitud paciente y constante en el diálogo y la explicación, así como ser coherentes en el ejemplo dado y que los límites no dependan del estado de ánimo que el padre o la madre tengan ese día. También resulta favorecedor que ambos padres estén de acuerdo en los límites a establecer y los practiquen de manera coherente y conjunta.
Fomentar el diálogo: En lugar de gritar, se puede fomentar una conversación abierta sobre lo que está ocurriendo. Por ejemplo, si un niño tiene un arranque de ira, podríamos decir: «Veo que estás muy enfadado, ¿quieres contarme qué ha pasado?» Esto les ayuda a poner nombre a sus emociones y encontrar una forma adecuada de expresarlas y gestionarlas. Esta manera de abordar la situación no siempre se puede poner en práctica en el momento en el que está sucediendo el conflicto. En ocasiones es mejor esperar hasta que los ánimos (del adulto y del niño) se hayan calmado para poder hablar de manera serena. Esto puede implicar esperar desde unos minutos hasta horas. Recordemos que el objetivo es educar, no solamente corregir una conducta concreta o dejar salir la rabia del adulto.
Reforzar los comportamientos positivos: En lugar de centrar la atención en lo negativo, es fundamental reconocer y alabar los esfuerzos y logros de los niños. Esto fortalece su autoestima y confianza. Elogiar el esfuerzo y no solo el resultado les ayuda a entender que pueden aprender de sus errores sin sentirse mal por ellos. Si nos damos cuenta, a lo largo de un solo día un niño o niña puede recibir decenas de noes y muy pocos síes, esto es algo que hay que ir cambiando, sobre todo en la manera de hablar de los adultos hacia los niños. Es cierto que estos cambios requieren un estado de atención y una paciencia que, a menudo, los adultos no saben o pueden hacer, es por ello que la educación emocional ha de convertirse en un hábito o una actitud natural en el adulto, para que no requiera invertir en cada situación una energía de la que muchas veces no se dispone.
Algunas alternativas a la reprimenda: técnicas de disciplina positiva
En lugar de recurrir a los gritos o las reprimendas constantes, existen enfoques más saludables y efectivos para educar a los niños.
Tiempo fuera positivo: Proporcionar un espacio tranquilo donde el niño pueda calmarse y reflexionar sobre su comportamiento o, al menos, para que se calme sin tener a un adulto encima gritándole o riñéndole.
Reformulación: Cambiar un comportamiento inapropiado por uno adecuado. Por ejemplo, si un niño grita, se le puede enseñar a expresar lo que necesita con palabras.
Modelado de conducta: Los niños aprenden principalmente por imitación. Si un niño ve a su padre o madre manejar las emociones de manera calmada y respetuosa, es más probable que repita esa conducta.
Estas técnicas y otras integradas dentro de la educación emocional no son milagrosas ni dan resultado por realizarlas una vez. La educación del niño y la niña es un proceso constante de siembra y recogida. Lo que se siembra un año se recoge meses después, cuando el niño va integrando la información y convirtiéndola en hábitos sanos y normalizados. Si a un adulto, incluso poniendo voluntad en ello, le cuesta cambiar sus hábitos físicos, emocionales o mentales, pensemos lo que le puede costar a un niño, que no tiene suficiente consciencia sobre sus propias conductas. No pidamos a los niños cambios en días que, a nosotros, los adultos, nos llevarían semanas o meses.
Conclusión: Educar con amor y respeto, no con miedo
En resumen, reñir a los niños no es solo ineficaz, sino que puede tener consecuencias emocionales duraderas, como la disminución de su autoestima, su capacidad de autorregulación y su relación afectiva con los padres. La clave de una buena educación está en enseñar, no en regañar o castigar constantemente. Los padres pueden fomentar una educación emocional positiva, ofreciendo actitudes alternativas que promuevan el respeto, la empatía y el autocontrol.
Al optar por estrategias como el diálogo, la comprensión y el modelado de conductas positivas, los niños aprenderán a gestionar sus emociones de forma saludable y desarrollarán una relación más fuerte y respetuosa con sus padres. La educación emocional es una herramienta poderosa para la crianza, y los padres y madres tienen un rol fundamental en enseñar a sus hijos cómo vivir con armonía y bienestar emocional, sobre todo a través del ejemplo, los límites y la coherencia. Y, ojo, no hay que pensar que existen fórmulas mágicas ni inmediatas. Lo que funciona para unos niños no funciona para otros, aunque sean de la misma edad o, incluso, puedan ser hermanos. Y también hay que aceptar que no todas las conductas de los niños y niñas dependen de la educación recibida de sus familias y centros educativos, ya que todas las personas nacemos con información en nuestro temperamento, nuestra psique y nuestro alma que nos hace únicos, para bien y, en ocasiones, para menos bien.
Para terminar, decir que una cierta formación en educación emocional infantil puede ayudar a los adultos a comprender mejor a los niños y su forma de comportarse e, incluso, a conocerse mejor a sí mismos, pues todos llevamos un niño dentro alrededor del cual se ha formado el adulto que ahora somos.
José Antonio Sande Martínez
Maestro de Primaria, educador emocional, terapeuta emocional
Noray Terapia y Formación Emocional