Ayer hablaba con una amiga por teléfono y le comentaba que estaba pasando una pequeña crisis existencial. Ella, extrañada, me preguntó qué era eso. Poniéndole un ejemplo le dije que una crisis existencial es como tener que cambiar los cimientos viejos de un edificio sin que se derrumbe, hay que ir quitando los más viejos y cambiándolos por otros nuevos. Este proceso no siempre es sencillo ni ajeno al dolor, hay que dejar atrás aspectos de la vida que se consideraban irrenunciables y adaptarse a nuevas maneras de relacionarse con el vivir. Vamos a profundizar en ello.
La palabra “crisis” deriva de la palabra griega χρίσις, “decisión”, derivado a su vez de χρίνειν, “separar”, “decidir”, “juzgar”. Así pues, podemos ver que una crisis no es, necesariamente, un estado negativo sino un punto en el que hay que tomar decisiones, separar o juzgar, en el sentido de diferenciar o discernir aquello que conviene de lo que no conviene. En cuanto al concepto de “existencial” se refiere a la existencia, al existir de la persona. Así que una crisis existencial es un estado o un momento en el que hay que diferenciar aquello que conviene de aquello que no conviene en la propia existencia y tomar decisiones sobre ello. Sigamos profundizando.
¿A qué se refiere eso de “conviene o no conviene”?, y… ¿cómo diferenciar uno de otro? Cada persona se relaciona con la vida desde diferentes estadios de consciencia (egóico, consciencia + ego, consciencia y espiritual), y cada uno de esos estadios fundamenta su “vivir” en una serie de programas emocionales y mentales inconscientes en su mayoría. Es como si en cada estadio de consciencia se utilizase un libro de instrucciones diferente para vivir. Para complicarlo un poquito más ese libro de instrucciones está relacionado con los aprendizajes que el Ser Interior necesita adquirir a través de las vivencias de la persona.
Al mismo tiempo que la persona vive, va pasando por diferentes etapas vitales, múltiples experiencias gratas e ingratas, situaciones que le van haciendo crecer (o no), digamos que vive la vida pero, sin darse cuenta, lo hace según ese manual de instrucciones interno. Llega un momento en que ese manual se le queda pequeño, unas veces porque el juego de la vida va adquiriendo mayor complejidad, profundidad o amplitud, otras veces porque hay instrucciones que la persona se da cuenta de que eran erróneas o que se han quedado desfasadas. El caso es que hay que cambiar partes de ese manual con el que se ha estado funcionando. Esto es una crisis existencial, la necesidad de decidir qué cambios hay que hacer en ese manual. Parte del problema radica en que no se enseña a las personas la existencia de ese manual y ello, unido a que se suele vivir la vida más hacia afuera que hacia dentro, provoca que no se vayan realizando esas pequeñas revisiones necesarias para el buen funcionamiento. Las pequeñas crisis se van quedando pendientes hasta que, finalmente, es el manual entero el que se queda obsoleto y la persona ya no tiene en qué fundamentarse para seguir relacionándose con la vida y con ella misma. Entonces estamos ante una CRISIS EXISTENCIAL con mayúsculas.
Esta CRISIS ya no puede ser ignorada, la persona ya no puede sustituir una instrucción por otra parecida para seguir adelante, porque ya ninguna sirve, es el momento de redactar un nuevo manual. Lo ideal hubiese sido ir cambiando sobre la marcha esas instrucciones internas que iban dejando de ser útiles, pero al no ser consciente de ello o no saber, poder o querer hacerlo, la persona ha acumulado tantas instrucciones fallidas para su existencia que no puede seguir adelante. ¿Qué es lo que se puede hacer?, y… ¿cómo hacerlo? Lo primero pararse y calmarse, no es grave, es un proceso natural y hay que tomárselo como tal. Una vez que la persona se ha parado y ha conseguido un momento de calma, hay que mirar hacia adentro, sobre todo en el aspecto emocional: ¿qué estoy sintiendo? La mayoría de las personas siente desasosiego, angustia, vacío, miedo, desestructuración, ansiedad…, señales de alarma típicas de la crisis existencial. Ante esta situación lo más sano sería acudir a un profesional que sea capaz de ayudar a la persona a diseñar un nuevo manual de instrucciones.
Desgraciadamente, la reacción habitual es acudir a profesionales que atienden a los síntomas y tratan de eliminarlos utilizando sustancias químicas “muy suavecitas” que calman pero no sanan, ya que eliminar el síntoma no sólo no soluciona la situación sino que la agrava al dejarla desatendida en su verdadero origen: la necesidad profunda de un cambio interior.
Ante esta delicada situación lo mejor es acudir a profesionales que miren más allá de los síntomas y sean capaces de guiar a la persona en el cambio de aquellas instrucciones internas que han quedado desfasadas o en el desarrollo de un nuevo manual. Para este tipo de trabajos emocionales las Flores de Bach (Terapia Floral) aplicadas por un/a buen/a profesional son muy eficaces. Atender a la crisis pasa por revisar aquellos aspectos de la forma de relacionarse con uno/a mismo/a, con los demás y con la vida que ya no resultan operativos. Hay que explorar los ámbitos o territorios de la persona (uno/a mismo/a, familia, trabajo, amistades, ocio, pasiones, etc.), de modo que se localicen aquellas instrucciones y programas emocionales y mentales que siente que ya no le sirven, y cambiarlos por otros, sean modificación de los anteriores o sean nuevos, para poder volver a funcionar de manera sana y estable.
Hay personas que van pasando por sus pequeñas crisis casi sin darse cuenta, otras que están en crisis y no lo saben y otras que reconocen la necesidad de entrar en una pero se niegan a hacerlo de lleno y conscientemente por el miedo o la incertidumbre que les provoca ese “cambiar el manual de instrucciones”. Llevan tanto tiempo funcionando de una manera que plantearse cambiar les causa miedo y bloqueo y no quieren hacerlo. Entonces la situación es peor todavía, ya que se mantienen apegadas a programas que ya no funcionan y no se atreven a avanzar hacia los que sí les van a ser útiles. Se quedan a medio camino entre un estado y otro, lo que acaba por influir negativamente en su salud, su existencia y, a menudo, en la de las personas cercanas.
Un buen trabajo terapéutico, una guía profesional y un trabajo interior de voluntad consciente ayudarán a la persona a transitar su crisis de manera sana, enriquecedora y constructiva. Diseñando un nuevo manual de instrucciones, más acorde con su momento evolutivo y de consciencia. De este modo podrá seguir avanzado en su proceso de vida durante unos años más, hasta que llegue la hora de renovarse de nuevo. También es posible aprender a solucionar estas crisis cuando son una oportunidad o una necesidad, y no cuando se llegue a los momentos de urgencia o de ruptura, momentos en los que ya se ha entrado en sufrimiento. En este sentido recomiendo la lectura del texto El arte de tomar decisiones, publicado en la Web de Noray en mayo de 2018.
Sea como sea os puedo asegurar que una crisis existencial es un proceso natural que, aunque resulta molesto y doloroso, es la oportunidad de cambiar interiormente, de hacerse más consciente y de favorecer un mejor proyecto vital y la evolución del Ser Interior. Tratar de eludir el proceso a base de ignorarlo o de ocultarlo con sustancias que eliminan los síntomas es totalmente contraproducente y no sólo no aporta nada al proceso evolutivo y de consciencia sino que lo perjudica y le hace perder tiempo y energía psíquica que podría dedicarse a evolucionar y seguir adelante.
Elegir entrar en la crisis y trascenderla es elegir el dolor temporal, elegir ignorarla y evitarla es elegir el eterno sufrimiento. Está en manos de cada persona qué opción tomar, pero como le digo a mis alumnas, “entre dolor y sufrimiento… dolor”.