Un recién nacido no nace sabiendo hablar, correr, reflexionar o interpretar sus emociones, tiene que realizar todo un proceso de aprendizaje a lo largo de muchos años para poder desenvolverse en la vida y, aun así, nunca lo aprenderá todo. De la misma manera la especie humana ha ido evolucionando desde un estado infantil y, quizás, ha llegado el momento de que dé un salto madurativo.
Los dinosaurios vivieron sobre la Tierra aproximadamente 160 millones de años antes de extinguirse y el ser humano se calcula que lleva existiendo unos 300.000 años. Comparando una especie con otra es como si la especie humana aún no tuviese ni un año de vida. ¿Estamos aún creciendo?, ¿tenemos margen para desarrollarnos? Por supuesto. Desde el punto de vista físico ya hay cambios evolutivos en el cuerpo y se prevé que el tamaño del cerebro cambiará, pero ¿qué hay de las emociones?, ¿y de la consciencia? A este último concepto es al que quiero referirme en este artículo.
La consciencia es un mecanismo interno del ser humano y de la existencia, vinculado al Ser Interior, que tiene como función la relación e interacción con el yo, los otros y lo otro. Como se puede ver en artículos anteriores, esa relación con la vida se puede vivir desde el ego de una manera egocéntrica, egoísta y narcisista (a menudo inconscientemente) a través de diferentes estadios del Miedo y sus infinitos disfraces (vergüenza, culpabilidad, apatía, sufrimiento, miedo, deseo, ira, orgullo…). Sin embargo, llega un momento, el despertar de la consciencia, en el que la persona pasa a relacionarse consigo misma, con las demás personas y con el entorno con una profundidad y amplitud nuevas, con una serie de cualidades que poco a poco se van alejando del Miedo, tomando la dirección del Amor y hacia el AMOR. Este tránsito también pasa por varios estadios de consciencia reconocibles por sus necesidades, emociones y conductas predominantes: coraje, neutralidad, buena voluntad, aceptación, razón, amor, amor incondicional, paz, autorrealización e Iluminación.
¿Cómo transitar todos estos estadios? Este es un tema que, en ocasiones, sale al conversar con pacientes o alumnado y la respuesta es al mismo tiempo sencilla y compleja: gastando el ego, alimentando a la consciencia y evolucionando hacia el Espíritu. Maestros y maestras espirituales, místicos y místicas han dejado su legado sobre cómo despertar y evolucionar la consciencia: el camino del Amor. Textos, oraciones, poesías, libros espirituales… si se los estudia y se los contempla a la luz de la consciencia se verá que, en realidad, la mayoría hablan del mismo camino y el mismo destino, quizás con palabras diferentes, pero con los mismos significados: el amor es el punto de partida, el Amor es el camino y el AMOR es el destino. Los dos últimos, el Amor y el AMOR, son diferentes del amor egoico que la mayor parte de la población mundial vive y practica. Para conocer la diferencia recomiendo la lectura del artículo amor, Amor, AMOR.
Ahora bien, se puede saber el camino a recorrer, pero cómo recorrerlo es ciertamente complicado. Quizás dos de los aspectos más importantes para recorrer este camino hacia el AMOR sean la aceptación, y la capacidad de recibir el dolor en la vida. No se trata de los tan manidos conceptos religiosos de la resignación y del sufrimiento que “redimen del pecado”, nada más lejos de mi intención pues, en este caso, la aceptación es lo opuesto a la resignación y el dolor, lo opuesto al sufrimiento. Analicemos brevemente estas oposiciones.
Mientras que aceptar implica la capacidad de recibir lo que sucede y transformarlo, sea interiormente o exteriormente, la resignación se refiere a un conformismo (interno o externo) que no lucha o no puede luchar por la transformación. Confundir estos dos conceptos tiene como resultado una vulnerabilidad interior difícil de superar, ya que impregna la manera de entender la vida, propia de niveles de consciencia egoicos vulnerables. Aceptar es un mecanismo interno de transformación consciente que favorece el avance en la vida a través del desapego y el no apego, mientras que la resignación permanece atada al apego.
En el caso del dolor se trata de una reacción física, emocional, mental o espiritual ante una situación que resulta no querida para la persona. Este dolor puede ser abrazado, aceptado, integrado y transmutado o puede ser negado. ¿El resultado de la negación?: el sufrimiento, el encapsulamiento en el interior del ser de una situación no aceptada que, paulatinamente, va destilando su veneno, transformando a la persona en lugar de ser ella la que transforme el dolor. (Los artículos sobre el dolor y el sufrimiento que se pueden encontrar en los enlaces de la lista de abajo pueden ser esclarecedores).
Aferrarse al sufrimiento implica mantenerse apegado al pasado y, en este sentido, perder la oportunidad de evolucionar. Paradójicamente, la pérdida total que lleva al sufrimiento extremo puede impulsar a la persona a dar un paso en su proceso evolutivo, pues cuando no se tiene ya nada que perder, el apego y el miedo desaparecen y la consciencia puede elevar su voz sobre el ego. Éste calla desconcertado ya que estaba convencido de que al perderlo todo él moriría y con él la persona, y al no suceder se queda, momentáneamente, sin palabras. Ese silencio y el vacío que lo acompaña permiten a la consciencia hacer notar su presencia, pues habita allí donde el ego no se hace presente.
La aceptación, el dolor y la combinación de ambos, aceptar el dolor, son aspectos fundamentales del desarrollo de la consciencia. Hay otros factores como la contemplación, el silencio, la serenidad y el Amor. Todos estos factores, practicados con intensidad, frecuencia y duración, favorecen el despertar y desarrollo de la consciencia en cada momento de la existencia. Con ello se gana en amplitud y profundidad, en cualidad y cantidad a la hora de contemplar, relacionarse e interaccionar con el yo, los otros y lo otro. La persona que aprehende, integra y pone en práctica estas acciones va adquiriendo una sabiduría sobre la vida que no es fruto de las fórmulas mentales repetidas, sino de las experiencias vividas, unas gratas y otras ingratas, experiencias capaces de nutrir al Ser Interior de aquello que necesita para seguir evolucionando. Está en nuestra mano seguir el camino del Ser Interior o el del ser exterior o, como dijo el maestro Edward Bach “seguir el camino del Alma o el de la personalidad”. En el momento en que la consciencia despierta termina la primera etapa de un largo viaje que ha pasado por numerosas etapas. Ahora comienza un nuevo viaje, quizás más duro, pero al mismo tiempo más satisfactorio, porque se puede hacer disfrutando del paisaje interior y exterior, sin venda en los ojos. Quizás sea cierto que la ignorancia hace más felices a las personas, pero esta felicidad superficial ya no es anhelada, porque ahora se puede llegar a viajar hacia destinos más plenos, empezando por la serenidad interior y desde ahí hacia adelante, dejando atrás los caminos del amor para transitar la senda del Amor hacia un nuevo destino, desconocido aún pero anhelado, el AMOR. Esta es la función de la consciencia, permitir y favorecer el viaje que todos y cada uno de nosotros y nosotras realizamos, incluso quienes lo ignoran o lo niegan. Por esta razón todos y todas somos almas en proceso.
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2) Consciencia + coherencia + aceptar el dolor = sabiduría