Estas tres palabras, “querer, saber, poder” son las que utilizo en el inicio de los procesos terapéuticos. Son tres palabras mágicas, porque en ellas reside el secreto de la transformación interior. Cada una de estas palabras tiene una energía propia, indispensable para el camino de evolución que todas las personas pueden realizar.
Pero no siempre son comprendidas en toda su profundidad. Quiero exponer en este artículo cómo las entendemos en Noray Terapia Floral con el fin de que sirvan a un proceso terapéutico sanador o a un desarrollo interior enriquecedor y transformador.
¿Qué es querer?
Querer no solamente es un deseo, una declaración de intenciones o una disposición. Querer ha de implicar más, ha de implicar amplitud y profundidad, decisión y determinación, constancia y perseverancia. Cuando una persona llega a consulta a menudo dice “quiero cambiar”, “quiero volver a ser la de antes” o “quiero recuperar la salud”, pero ese querer no es suficiente, porque habla de una intención más que de una acción. Si se quiere cambiar las intenciones sólo son el punto de partida, el vestuario donde uno se cambia de ropa y se prepara para una carrera, para nadar unos metros en la piscina o para el entrenamiento de Judo. No basta con cambiarse de ropa, hay que salir al camino, tirarse a la piscina o entrar en el tatami. Y esto no todo el mundo lo entiende. El querer no sólo está en la mente como una idea que se tiene de algo sino que ha de ser aquello que se hace, la materialización de la intención.
Quiero sembrar un huerto en mí jardín, compro las herramientas, las semillas, los guantes y hasta un sombrero de hortelano muy bonito, pero no remuevo la tierra, no planto las semillas, no riego, me quedo en el sofá viendo la tele. Luego me asomo a la ventana y me digo “¿por qué no crecen las plantas? He tenido la idea, he comprado las herramientas y las semillas, lo tengo todo colocado en la caseta del jardín…, ¿por qué no crecen?, no me lo explico”.
- ¿Has sembrado?
- No, ¿había que hacerlo?
- Sí.
- ¿Cómo se hace?
- Arremángate, sal al jardín y ponte manos a la obra, en unos meses las plantas habrán florecido.
Querer implica varios pasos internos y externos que, necesariamente, hay que dar para conseguir la materialización y la resolución. Los divido en ocho pasos:
En primer lugar hacerse consciente de… lo que sea, es decir, darse cuenta de que hay una situación que cambiar o resolver. Si la persona no se da cuenta de ello es difícil que lo pueda cambiar, aquello que no se sabe es como si no existiese. También hay quien no quiere saber, pero la persona sabe y sabe que sabe, si no quiere dar el siguiente paso… allá ella.
En segundo lugar aceptar. Sobre este punto hay un artículo ya escrito que lo expone en profundidad. Por resumir diré que aceptar es recibir la realidad en la mente y en el corazón, aunque resulte dolorosa. Luego ya veremos qué hacemos con ese dolor.
En tercer lugar analizar, esta acción puede hacerse en un instante o puede requerir mucho tiempo, depende de la complejidad (o de lo que la persona lo complique). En ocasiones lo hace la persona por sí sola, otras veces hace falta la ayuda de un/una profesional que aporte cierta perspectiva y desapego respecto a las situaciones.
En cuarto lugar concluir, es decir, llegar a conclusiones, a ideas claras, amplias y profundas sobre lo que sucede, las motivaciones, las implicaciones, las consecuencias, etc.
En quinto lugar diseñar las opciones, establecer las acciones que es necesario llevar a cabo para cambiar o resolver la situación, sea ésta interna o externa a la persona, sea en el plano físico, energético, emocional, mental o espiritual.
En sexto lugar pasar a la acción, aplicar las soluciones sobre las situaciones a resolver. Esta aplicación es un proceso que puede llevar poco o mucho tiempo, puede hacerlo la misma persona o necesitar ayuda, pero la acción ha de nacer del corazón, la mente y el alma para que sea coherente y efectiva con las opciones elegidas.
En séptimo lugar asumir las consecuencias. Quizás ésta sea la parte más difícil para muchas personas. Cuando una persona inicia el cambio, éste acaba por irradiarse a los sistemas que le rodean (pareja, hijos, familia de origen, amistades, ámbito laboral, etc.). Estos cambios pueden ser bienvenidos, pero también pueden ser mal recibidos cuando alguna persona considera que esa transformación no es adecuada, va en contra de sus ideas o, simplemente, le hace perder algo que, en la situación anterior ganaba. En un proceso terapéutico con Flores de Bach, al producirse cambios en la persona, éstos nunca van en contra de ella sino a favor de su Ser Interior, por lo que otras personas pueden sentir o interpretar que les perjudica al perder poder, territorio, comodidad, energía, influencia o cualquier otro tipo de ganancia. Esto puede llevarles a reaccionar, unas veces a favor de la persona sabiendo que es un beneficio para ella y otras en contra, por la negativa a esa pérdida. Las reacciones son de manual: chantaje emocional, enfado, resistencia a los cambios, alusión a lo mal que está resultando el proceso terapéutico, amenaza de que deja la relación, alusión a que la persona está loca o ha entrado en una secta…, todo ello destinado a impedir ese cambio que les hace perder “cuota de poder”. Asumir las consecuencias es aceptar que algo de esto puede suceder y que, cuando así sea, habrá que seguir adelante sea cual sea la estrategia empleada por cualquiera de los sistemas para impedir el cambio, ya que se trata de elegir entre la salud, la armonía y el equilibrio de la propia persona y el beneficio insano que obtienen los demás. Entre ambos aspectos la persona debe elegirse siempre a sí misma y seguir avanzando en su proceso como primera prioridad, los demás se tendrá que adaptar, negociar, pactar o apartarse. Esto es asumir las consecuencias.
En octavo lugar aprehender, trascender e integrar. La última fase del querer es la más importante. Se trata de aprehender (con h) las enseñanzas de la experiencia vivida, de modo que nutran al alma y dejen el poso de sabiduría para que dicha situación quede trascendida e integrada. De este modo, la próxima vez que dicha situación se vaya a dar, la persona será capaz de percibir las señales y evitar la situación o de resolverla desde un lugar diferente, con mayor sabiduría y menor coste energético y emocional.
El querer implica e impregna todos estos aspectos y la persona ha de iniciar el proceso terapéutico convencida de, al menos, el primero, el segundo y el séptimo, si no es así va a ser difícil avanzar en el proceso de cambio. Esta convicción no está reñida con tener miedo, ya que no hay que esperar a no tener miedo para hacer los cambios sino que éstos se hacen con miedo, a pesar del miedo y atravesándolo hasta llegar al final del mismo. En palabras de Jack Canfield: “Todo lo que deseas está al otro lado del miedo”.
¿Qué es saber?
De vez en cuando llega a consulta alguna persona que ha estudiado Psicología, que lee mucho sobre desarrollo personal, que es muy buena aconsejando y solucionando los problemas de los demás o que ha realizado muchos cursos relacionados con el mundo de las emociones. Todo esto es acumulación de conocimientos, pero no se acerca a la sabiduría si no se pone en práctica. Y ahí está el quid de la cuestión, porque admiten tener mucho conocimiento pero sentirse incapaces de poner en práctica aquello que saben en la teoría. Este saber no da lugar a la sabiduría de la consciencia sino a la erudición del ego, lo que se convierte más en una limitación que en una ventaja.
Al igual que el querer, el saber está configurado por varios aspectos que, juntos, aportan el aspecto de sabiduría que se necesita para el viaje interior y la transformación.
Tal y como lo vemos en Noray Terapia Floral el saber está configurado por los siguientes pasos, ya explicados en un artículo del libro El arco del triunfo:
En primer lugar parar. ¿Qué significa? Parar implica, fundamentalmente bajar el ritmo en el que muchas personas viven. En esta sociedad occidental parece que está mal visto estar parado, hacer las cosas a un ritmo pausado (o al propio ritmo). Todo es movimiento, acción, velocidad… Todo tiene que ir rápido y, sin darnos cuenta, muchos nos hemos contagiado de ese ritmo infernal en el que sentarse a leer, a disfrutar del sol en un parque o dar un paseo charlando se restringe, con suerte, a los fines de semana. Pararse implica ser capaz de tomarse un tiempo para cada cosa, no llenarse de actividades de modo que no haya un momento libre para hacer aquello que a uno le apasiona o simplemente para sentarse a no hacer nada. Parar implica bajar el ritmo y la cantidad de cosas que se hacen, a menudo fruto de necesidades egóicas, pero que no nutren ni aportan nada al Ser Interior, más bien lo acallan mientras el ego crece y se hincha en un proceso de auto(in)satisfacción permanente.
En segundo lugar silencio. Al referirme al silencio hablo tanto del silencio exterior como del interior. Cada día desarrollamos nuestras actividades en entornos ruidosos, aunque no nos demos cuenta. Este ruido es un constante estímulo para nuestros sentidos y nuestra mente, por lo que parte de la actividad mental se aplica en recibir y procesar esos estímulos de manera prácticamente constante. Por si eso fuese poco, actualmente está el tema de las notificaciones de infinidad de redes sociales como Whatsapps, Facebook, Instagram y otras muchas que desconozco que existen. Muchas personas tienen sus teléfonos configurados para que cuando reciben un mensaje haga algún sonido especial que puedan identificar. Aunque pueda parecer una tontería, ese sonido no hace otra cosa que llamar la atención de la mente, distrayéndola de otras cuestiones. Ese interrumpir constante de la concentración también es un ruido. Televisiones encendidas, radios funcionando, música constante, el tráfico, etcétera son elementos que casi no permiten un minuto de silencio externo ni interno en nuestras vidas, por lo que vivimos sometidos a constante estimulación y, de este modo, se complica la escucha interior. Si aún así se consigue, luego están los ruidos internos: preocupaciones, problemas, deseos, obsesiones, miedos, temas pendientes y un largo etcétera de actividad interior que también impiden escuchar más allá, escuchar a nuestro Ser Interior. Conseguir el hábito del silencio exterior e interior es importante para poder evolucionar.
En tercer lugar atención. La atención es un estado y una actitud que se puede dirigir hacia la realidad exterior y hacia la realidad interior. Este prestar atención suele ser más habitual hacia el exterior, a través de los sentidos clásicos (oído, olfato, vista, gusto y tacto), pero también hay una atención que se puede orientar hacia el interior. “¿Y a qué hay que atender por dentro?” me han preguntado algunas veces. Nuestro Ser Interior se expresa a través de varios lenguajes: sensaciones, emociones, sentimientos, pensamientos e intuiciones. Cada uno de esos lenguajes se corresponde con un plano diferente: plano físico, plano emocional, plano mental y plano trascendente. Si se quiere evolucionar, esa realidad interior ha de ser atendida tanto como la realidad externa ya que, permanentemente, nos está ofreciendo información de lo que pasa dentro de nosotros, tanto en el consciente como en el inconsciente. La atención que se presta a esos lenguajes interiores requiere que nos paremos y estemos un poco en silencio, pues se trata de información a veces muy sutil. Es como si hubiese que escuchar un sonido apenas perceptible o como si quisiéramos saborear un nuevo plato, hay que poner toda la atención en ello. Este estado de atención, a base de entrenamiento, se puede convertir en un hábito y una actitud, y lo mismo que alguien puede estar siempre enfadado o siempre triste porque ha creado el hábito emocional, también es posible estar siempre atento a lo que sucede en la realidad interior de cada uno de nosotros.
En cuarto lugar introspección. La introspección es el proceso por el cual se dirige la atención hacia el interior. Se trata de atender a las sensaciones, emociones, sentimientos, pensamiento, creencias, intuiciones y todo movimiento interior de cualquiera de los planos que configuran a la persona. Esta atención interna o introspección sirve para darse cuenta de lo que sucede por dentro, algo que no se nos suele enseñar a hacer ni en la familia ni en la escuela. A través de la introspección podemos hacer conscientes los programas emocionales y mentales que se ponen en marcha en cada momento, con cada situación, encuentro, palabra, etc. De este modo, al hacer consciente lo inconsciente, podemos discernir si es sano o insano, si está en justa medida o fuera de justa medida, aunque no siempre es fácil diferenciar los programas sanos de los insanos. La introspección favorece el descubrir la información que todos llevamos dentro, configurada como programas instintivos, emocionales y mentales, que son las instrucciones que determinan cómo nos relacionamos con la vida y con nosotros/as mismos/as.
En quinto lugar reconocimiento. La mayoría de los programas instintivos, emocionales y mentales (aprox. un 97%) desde los que nos movemos son inconscientes, y sólo un pequeño porcentaje (aprox. un 3%) son conscientes. La introspección implica una mirada interior con la finalidad de buscar esos programas, conscientes o preconscientes unos e inconscientes otros, que mediatizan tanto las acciones y las reacciones, como las interacciones y las relaciones. Ese “hacer consciente lo inconsciente” es el reconocimiento de los instintos, las emociones, sentimientos, las creencias, las ideas, los pensamientos, los complejos, los traumas y un largo etcétera de programas. Reconocer es darse cuenta de que están ahí, es tomar conciencia del “desde dónde”.
En sexto lugar comprensión. Este paso, siguiente al reconocimiento, nos lleva a entender cómo influye en nosotros nuestra programación instintiva, emocional y mental. De este modo podemos tomar conciencia de qué consecuencias vivimos y de cómo esos programas dejan su impronta en nuestro carácter y en nuestro destino. La comprensión es una mirada amplia y profunda sobre nuestras vidas, no solamente desde un punto de vista mental, lógico o racional, sino accediendo a la carga emocional, simbólica y trascendente de aquello que es nuestra vida, sea en lo cotidiano o en lo excepcional, en lo laboral o en lo personal, en lo íntimo o en lo social. Al comprender se amplía nuestro horizonte de consciencia sobre aspectos concretos o generales y nos permite ver un poco más allá. Se produce así una ampliación de consciencia. No hace falta que sea una iluminación que nos lleve a conocer “al Universo y a los dioses”, basta con que se amplíe un poquito nuestro horizonte para evolucionar en lo más profundo de nosotros/as. La suma de comprensiones es un camino para la ampliación de la consciencia de manera progresiva y efectiva.
En séptimo lugar aceptación. Etimológicamente aceptar deriva del término latino capĕre, cuyo significado es “coger”. Pero… ¿qué es lo que hay que coger?, lo que hay que coger es la propia vida, la propia existencia. En este sentido aceptar no tiene por significado alguno de los muchos conceptos que se le asignan habitualmente: resignarse, someterse, ceder, conformarse, rendirse, etcétera; significa recibir aquello que está sucediendo y pasar a la acción (interna o externa) sin hacer resistencia, desarrollando un movimiento o acción (emocional, mental, relacional, etc.) acorde a la situación que se da. En ocasiones aceptar implica pasar a la acción y en otras ocasiones implica la no acción. De cualquier modo lleva consigo un paso más en la evolución de la consciencia.
En octavo lugar serenidad. La serenidad se puede definir como un estado en el que el ánimo no está alterado por pasión alguna. En este estado de ánimo se incluye, simbólicamente, tanto a la cabeza (plano mental) como al corazón (plano emocional). Cada uno de los pasos anteriores, sea en temas concretos o de modo general, lleva a la persona a un estado de sosiego mental y emocional, un estado de “calma serena” que no interfiere con el sentir que nace en lo profundo del Ser Interior. La serenidad permite la percepción del Ser Interior, de su “sentir” y su “pensar” de una manera más clara, resultando que por fin es posible escuchar la voz de la consciencia, aquella que señala el camino a seguir, la opción a escoger o la decisión a tomar. Este estado se alcanza a través de un proceso de aprendizaje y no es fácil mantenerlo de manera constante, ya que la propia vida implica situaciones que sacan a la persona de la serenidad.
En noveno lugar contemplación. La acción de la contemplación tiene su origen en la consciencia. Ésta, a través de la mente-consciencia, percibe, comprende y aprehende la información interna o externa y la integra en el conjunto de la Sabiduría de la persona, más allá de la ego-mente que puede observar pero no contemplar, del mismo modo que un ojo puede mirar pero es el cerebro el que ve. La contemplación implica una aprehensión amplia y profunda, poblada de matices sensoriales, emocionales, mentales e intuitivos, fruto de la acción conjunta de las diferentes dimensiones humanas: física, energética, emocional, mental y trascendente. Esta contemplación deja una impronta en el sentir y en el Ser que favorece el avance y la evolución de la propia consciencia.
En décimo lugar trascendencia. La palabra trascendencia significa “ascender más allá”. En el caso de la evolución de la consciencia ir más allá implica ampliar la consciencia sobre aspectos de la propia vida o de la existencia. Los pasos anteriores: parar, silencio, atención, introspección, reconocimiento, comprensión, aceptación, serenidad y contemplación, permiten la percepción, comprensión y aprehensión de la información interna o externa, enriqueciendo la visión de la existencia. Este “ir más allá” es ese incremento de la Sabiduría de la persona, no como conocimiento que se fija en la ego-mente sino como experiencia que se añade a la mente-consciencia. El acúmulo de conocimiento (erudición) no necesariamente lleva a trascender ya que, a menudo, crea estructuras de pensamiento rígidas que limitan esa evolución, mientras que la experiencia de la Sabiduría es un campo abierto, sin cercados que lo encierren y que permite ser recorrido y sembrado sin limitaciones egóicas.
En undécimo lugar integración. Sería la última fase del proceso en el sentido en que la información desaparece como tal y se integra en la vida de la persona, formando parte de su mente-consciencia y de su sabiduría natural. Ya no hace falta pensar, reflexionar o recordar conscientemente algo para incorporarlo al vivir cotidiano, sino que queda normalizado como si siempre hubiese estado ahí. De este modo se amplía la sabiduría interior y la capacidad de percibir, comprender y aprehender la realidad interna y externa y la interacción entre ambas. La persona avanza en su evolución, se hace más consciente y comprende y acepta de manera más fluida la vida y la existencia.
Como se puede ver, saber es mucho más que repetir una serie de frases y fórmulas bien intencionadas o tenerlas en la cabeza como teorías que luego no se es capaz de aplicar.
¿Qué es poder?
Al igual que en los conceptos de saber y querer, el “poder” no solamente es una palabra o una única acción sino un conjunto de acciones que, sumadas, aportan ese tipo de energía indispensable para conseguir los cambios profundos. Poder está configurado por: consciencia, valentía, voluntad consciente, libertad, desapego, coherencia interior, aceptar el dolor (conflicto, frustración, desencuentro, decepción, chantaje, etc.) y autopriorizarse.
El primer aspecto a tener en cuenta es la consciencia. De manera muy resumida la consciencia es “la cualidad y capacidad de relación e interacción con el yo, lo otro y los otros”. Si una persona no tiene capacidad de relacionarse consigo misma… mal vamos, se hará necesario que aprenda a establecer esta relación, a escucharse, atenderse, entenderse, cuidarse, tratarse bien. Este es el primer paso del poder en consulta, de modo que la persona no sólo exista, sino que preste atención a su existencia y se relacione con esa existencia que es ella misma. Puede parecer una broma o algo surrealista, pero hay personas que no se han relacionado con ellas mismas en años.
El segundo aspecto es la valentía. En este sentido la valentía es la cualidad de “ser valiente”, y nada mejor que mi querida María Moliner para aclarar este concepto. Valiente: “Se aplica a la persona capaz de acometer empresas peligrosas o de arrostrar los peligros o dificultades sin eludirlos”. Quedémonos con “la persona capaz de acometer dificultades sin eludirlas”. En muchas ocasiones la persona es responsable de sus propias emociones, sentimientos, pensamientos, ideas, creencias y manera de vivir su vida. Si ésta no le va como desea, hay que ser valiente para no eludir las dificultades que aparecen al iniciar los cambios. Esto también forma parte del poder.
El tercer factor a tener en consideración es la voluntad consciente. Este tipo de voluntad no nace como una reacción del ego a una situación sino como una acción impulsada desde la metaposición o el observador externo, cediendo el paso a la consciencia que sabe qué acción es la más sana y la que va a alimentar al Ser Interior. La voluntad consciente nace de la consciencia y tiene en cuenta el proceso interno de la persona en la consecución de su propia evolución. Sin el despertar de la consciencia la voluntad consciente no es posible, al menos de manera constante, por ello son necesarios los pasos previos.
El cuatro aspecto que configura el poder es la libertad. Con este concepto se hace referencia a la pequeña cuota de libre albedrío que se consigue al inicio del despertar de la consciencia. Esta dosis de libre albedrío es suficiente para permitir una toma de decisiones libre respecto a cuestiones concretas que se pueden plantear en un momento dado y que hay que trascender e integrar. Esta zona de libre albedrío implica, por fin, asumir la responsabilidad de las propias decisiones, acciones y consecuencias, lo que no todo el mundo es capaz de hacer, ya que hay quien prefiere no hacerse responsable de su vida y dejarla en manos del ego o de otras personas.
El desapego es el quinto factor que hay que tener en cuenta. La mayoría de las personas viven en ego, y con ello también viven en apego. El desapego es la capacidad de vivir las experiencias vitales, gratas o ingratas de manera desafectada, es decir, de manera que aun afectando al aspecto egóico de la persona no lleguen a interferir con la dimensión de la consciencia. Esto se logra introduciendo la figura del metaobservador o de la metaposición, que facilita contemplar las situaciones con un cierto grado de desafección, lo que permite una mejor gestión emocional al impedir que una parte importante de la persona se vea arrollada por el terremoto emocional que pueda estar sufriendo.
El sexto factor es la coherencia interior. Esta coherencia se alcanza cuando lo que Soy, lo que siento, lo que pienso, lo que digo y lo que hago están alineados (no confundir con alienados), es decir, coinciden en su expresión. Esto implica un trabajo interior importante y un entrenamiento que puede llevar bastante tiempo, ya que, para empezar, la mayoría de las personas no se conocen a sí mismas, lo que dificulta alcanzar la esencia interior. Una vez que se puede reconocer cada uno de los aspectos y que se consiguen alinear para hacer lo que se dice, decir lo que se piensa, pensar lo que se siente y sentir lo que se Es, la coherencia interior toma su naturaleza y se expresa en la persona como un Ser y un Estar que irradia una energía especial, percibida por las demás personas y por los sistemas. Esta coherencia es fundamental para la materialización del poder.
El séptimo aspecto a tener en cuenta es el de aceptar el dolor. Esta afirmación suele ser mal entendida por muchas personas, ya que “aceptar” suele ser confundido con resignarse, someterse o conformarse. Aceptar es recibir lo que sucede o ha sucedido (pérdida, conflicto, frustración, desengaño, etc.) en la mente, en el corazón y en el alma, para poder adquirir los aprendizajes, trascenderlo, integrarlo y, de este modo, sanarlo. Si no se llevan a cabo estas acciones termina por convertirse en sufrimiento, la otra cara del dolor y de la no aceptación, y es precisamente el sufrimiento uno de los factores que limitan ese poder del que aquí se habla a la hora de avanzar en un proceso terapéutico o de desarrollo de la consciencia.
El octavo y último factor a tener en cuenta en el poder es autopriorizarse. Este aspecto a veces resulta sencillo y otras muy complicado. Autopriorizarse implica que la persona se ha de dar permiso para convertirse en su primera prioridad, dedicarse tiempo, atención, energía, amor, dinero…, aquello que quizás no ha hecho nunca porque eso significaría ser egoísta o egocéntrica, confusión crasa, pues amarse a uno/a mismo/a en justa medida nunca es ser egoísta.. También podría ser que la persona nunca hubiese pensado en sí misma y siempre se dedicara a pensar en los demás, en su bienestar, beneficio y tranquilidad. Sea como sea es imprescindible dedicar una parte de la energía a una misma, de modo que la energía de ese poder se dirija durante un tiempo a la propia persona y a su vida. Este aspecto es de gran importancia.
Si se tienen en cuenta y se aplican estos factores en el proceso terapéutico o de desarrollo interior, las posibilidades de alcanzar los objetivos que cada persona se plantee están garantizados en un porcentaje muy elevado. Esto no quiere decir que siempre se consiga todo, quiere decir que cuando se consiguen unir el querer, el saber y el poder, con todo lo que ello implica, la cantidad de energía psíquica que se dirige y focaliza sobre el cambio es ingente, y esa energía tiene el poder de cambiar la programación emocional y mental, los sistemas internos y los externos. Esto no sólo es desconocido para la mayoría de la gente sino que, la vida tal y como se vive no hace otra cosa que dispersar la energía psíquica en cientos de tareas, problemas y distracciones, lo que hace que no se pueda focalizar sobre aspectos concretos y no se llegue a comprender y comprobar el gran poder del que una persona dispone en lo más profundo de su Ser.
Desde Noray Terapia Floral tratamos de enseñar y entrenar a las personas que aquí llegan en los principios aquí expuestos, de modo que puedan acceder a su poder interior y aprender a dirigir sus vidas de una manera más enriquecedora, sana y armoniosa. Y, como expresé en un escrito anterior: “Si se quiere, se sabe y se puede… se debe”.