Quiero empezar señalando que, según las escuelas de pensamiento, sean filosóficas o psicológicas, es aceptado, o no, el concepto de “emociones negativas”. Yo prefiero hablar de emociones fuera de justa medida, cuestión que abordaré en un futuro artículo. En este caso el tema central es el hecho de reprimir las emociones que la persona puede considerar inadecuadas, inaceptables, negativas o insanas.
Cuando una emoción o sentimiento se reprime, aunque sea haciendo uso de una gran fuerza de voluntad, el contenido o patrón vibracional de esa emoción no desaparece, ni tampoco lo hacen los programas emocionales y/o mentales que la han hecho surgir. Esa represión lo que hace es pasar momentánea o temporalmente a la emoción al inconsciente. Al reprimirla parece que desaparece, pero sigue activa en ese plano inconsciente y, además, no encuentra manera de expresarse y liberar la energía que conlleva, lo que retroalimenta al programa más aún. Puede parecer que ya no está porque la mente no localiza la emoción, pero lo que realmente se está haciendo es fortalecerla. Por eso la estrategia más sana no es reprimir sino aceptar ese sentimiento (o emoción o pensamiento) para que sea consciente y, a la vez, crear un programa alternativo al que dirigir la atención tantas veces como sea necesario para afianzarlo y darle la oportunidad de crecer. Eso sí, será un patrón reflexionado y elegido por la propia persona, sano, coherente y en su justa medida, no uno creado a partir de la educación o de la influencia de la sociedad que los implanta en las personas desde la ignorancia, la manipulación o el ejercicio de poder.
La misma energía y fuerza de voluntad que se emplea para reprimir una emoción se puede utilizar para crear un nuevo patrón. La misma atención constante para mantener el programa insano apartado y encerrado se puede emplear para crear y mantener activo al nuevo programa sano. El esfuerzo es el mismo, pero el resultado en uno de los casos es que se fortalece en el inconsciente el programa insano y cuando se deja de ejercer esa voluntad para apartarlo vuelve a expandirse. Sin embargo, al aplicar esa energía (atención consciente) a un nuevo programa sano desde la consciencia, éste se crea en el plano consciente, se expande poco a poco, le quita la energía al insano y se instala como una nueva manera de entender y vivir la situación. Si la energía empleada es la misma, si el esfuerzo que hay que hacer es el mismo, si la cantidad de atención que hay que emplear es la misma ¿por qué utilizar la estrategia insana? Simplemente porque la estrategia de cerrar los ojos y ocultar las cuestiones dolorosas sigue estando presente. Es la llamada “zona de confort”. En este caso no se trata de tomar unas pastillas que inhiben síntomas depresivos o de ansiedad, la pastilla es sustituida por un ejercicio de la fuerza de voluntad, pero el efecto es el mismo, ocultar en el inconsciente lo que no se quiere vivir, creyendo que ello lo diluye, lo soluciona o lo sana. Pero, lo que se niega en la biografía se vive en la biología. Es decir, que aquello que la persona se niega a vivenciar y recurre a ocultarlo de sí misma en lo profundo del inconsciente, será el cuerpo el que acabe viviéndolo en forma de desequilibrio, tensión, síntoma o enfermedad.
El precio de reprimir y ocultar las emociones y sentimientos en el inconsciente no es sólo el dinero pagado por las pastillas o el esfuerzo de la represión consciente. El precio que se paga es mucho más elevado. Por un lado el cuerpo, los órganos y los tejidos, tarde o temprano, pasarán la factura, por otro lado el Ser Interior, necesitado de expansión, experimentación, aprendizaje y evolución, pasará también la suya.
A lo largo de la historia de la Humanidad la represión, en cualquiera de los sentidos que se piense, no ha llevado a la consciencia, sino a la muerte (física, mental, emocional o espiritual), mientras que la aceptación consciente y el aprendizaje han favorecido la evolución. Sea en civilizaciones o en una sola persona, la represión alimenta la mente (consciente o inconsciente), mientras que la aceptación profunda favorece la transformación y el crecimiento del Ser Interior. Aquí es donde cobra sentido esa frase que tanto me oyen decir mi alumnado, pacientes y amistades: “todos somos almas en proceso”.