Hoy he leído un texto interesante sobre la cuestión de que se equipara vivir con el mero hecho de no estar muerto. Se trata de una obviedad tal que parece mentira que nos movamos en un aspecto tan simple, tan básico y, a la vez, tan lógico para la ego-mente, la mente que certifica que estoy vivo porque como, porque respiro, porque veo la televisión o porque compro. ¿Es eso estar vivo?
Resuenan en mi mente aquellas palabras del Maestro Jesús: “Sepulcros blanqueados”. Muertos por dentro, vivos por fuera. ¿No sería mejor estar vivos por dentro aunque estuviésemos muertos por fuera?… Vivir apasionadamente, vivir plenamente, sin miedo a las consecuencias. Pero, al mismo tiempo, esto puede caer en la mentira, porque el ego está presente en nuestras vidas, hablándonos desde dentro del cerebro, diciendo “¡mataría a esta persona!”, “si no fuese ilegal cogería eso de ahí, aunque sé que es de otra persona”. ¿Es vivir hacer lo que a uno/a le venga en gana, cuando le venga en gana, como le venga en gana y dañando a quien le dé la gana? No lo tengo claro. Cuando se habla o se especula sobre la naturaleza buena del ser humano o la naturaleza naturalmente bondadosa del alma humana, esto entra en contradicción con otras creencias y paradigmas como la reencarnación, o como la mera constatación de la realidad: guerras, asesinatos, ambiciones, robos, genocidios violencia…, no creo que la naturaleza humana sea bondadosa en sí, aunque sí pienso que la esencia de la existencia es el Amor y que, en el otro polo, está el Miedo.
«Muertos por dentro, vivos por fuera.»
Si hago lo que me da la gana en cada momento ¿me quedaré sin piso?, ¿sin pareja?, ¿sin sustento? ¿Quién hace lo que le da la gana?, ¿el ego?, ¿el alma? Me parece una reflexión simplista el afirmar que los niños, por sí solos, no serían malos, pues la naturaleza humana está impregnada de instintos, emociones, sentimientos y experiencias previas que mediatizan el ser, el sentir, el estar, el existir. Me inclino a aceptar que la Tierra es un lugar en el que las almas pueden venir a experimentar la posibilidad de elegir el camino a seguir, aunque sea a partir de un momento dado y no desde el momento de nacer. Si me remito a mis observaciones como maestro en la escuela y como terapeuta emocional, sin duda, para mí, la naturaleza humana es egoísta en cuanto a que tiende a la supervivencia. Es un egoísmo de supervivencia en el que si tú tienes que perder para que yo gane, seguramente será así. ¿Es instinto o educación? No lo sé, el caso es que es, lo queramos o no, lo creamos o no, es, y no hay que buscar lejos.
Con mirar a cómo vivimos en nuestras sociedades es suficiente. Uno a uno podemos ser almas en proceso desde el Miedo al Amor (estamos unos o unas más cerca del Miedo o más cerca del Amor). Uno a uno podemos ser especiales, bondadosos (o no), pero llegado el momento de la verdad, vivimos en grupos, en sociedades, en países, en culturas, en civilizaciones que tratan de asegurar la supervivencia del propio modelo de vida, incluso frente a los otros, que nos pueden parecer peores o, al menos, que ponen en peligro el nuestro. Competir en lugar de cooperar, ganar o perder en lugar de negociar, ceder y pactar, engañar en lugar de cumplir…, esto se ve hasta en los niveles más bajos del sistema económico y social. Hay una anécdota de un hombre muy honesto cuyos principios le impedían mentir. Entró a trabajar en un horno de pan. Todo iba bien hasta que se dio cuenta de que las barras de pan no respondían a la verdad con que se vendían: no pesaban lo que tenían que pesar, ni llevaban los ingredientes en la cantidad que debían, ni la calidad de los mismos era la que se vendía. Buscó entre todas las panaderías de la ciudad dónde poder trabajar y mantener al mismo tiempo su principio de no mentir y no engañar…, al final cambió de profesión. (El ejemplo es anecdótico, lo mismo se podía referir a los/as terapeutas o los vendedores/as de coches).
«Uno a uno podemos ser especiales»
¿Por qué no podemos vivir en el Amor? Muchos son los factores que impiden tal hecho. Para empezar, nuestro ego, encargado de nuestra supervivencia, se alimenta de miedos, seguidamente vivimos en una sociedad en la que competir es uno de sus pilares, aún más, el Amor implica una apertura, una sensibilidad y una vulnerabilidad que llegan a dar miedo, ya que carecemos de las herramientas para procesar esos estados. No es que no existan tales herramientas, es que no se nos muestran ni se nos enseña a utilizarlas. Si acaso, algunas personas consiguen llegar a ellas después de años de trabajo interior. Además, la sociedad en la que vivimos está dirigida por personas cuyos egos crean marcos sociales, educativos, económicos y culturales egoicos, en los que vivir hacia fuera, aparentar, deslumbrar, consumir, presumir, estar distraídos y alienados es la opción que se muestra y que se vende. Vivir en ego nos sale muy caro a nosotros y muy rentable al sistema. Vivir en consciencia es barato y sobrio, la consciencia no necesita un coche potente ni grande, no necesita relojes, televisores o móviles de última gama, no adquiere maquillajes que oculten la belleza natural o cambia de gafas cada temporada, no quiere una casa más allá de su necesidad ni camisas de precios exorbitados, fabricadas por mujeres o niños esclavos a unos costes ridículos.
Vivir disfrutando interiormente, apasionados, honestos con nosotros/as y considerados/as con los demás… ¿utopía?, ¿ficción?, Amor. Amor y no amor, ése que nos venden las películas en las que se sufre cuando se ama, ése que la televisión refleja de una manera tan irreal como vacía. ¿Cómo es posible seguir sosteniendo un mundo y un sistema en el que todo es fachada, creada por muertos vivientes llenos de ego y vacíos de consciencia? Si pudiéramos dejar de seguirles el juego a esas criaturas rellenas de egos malsanos, el mundo no necesitaría guerras, ni grandes compañías todopoderosas, capaces de mediatizar las decisiones de los gobiernos, ni jefes o jefas prepotentes, ni políticos/as que apenas saben distinguir entre lo sano y lo insano, salvo cuando afecta a sus intereses personales, partidistas o de clase.
¿Podemos cambiar esto? Podemos. El qué es siempre sencillo, lo complicado es el cómo. ¿Cómo podemos? Trabajándonos interiormente, caminando cada uno y cada una, desde el Miedo hacia el Amor, desde el ego hacia la consciencia. Y eso ¿cómo se hace? Aquí está el quid de la cuestión, porque aunque las palabras sean fáciles de pronunciar o de escribir, despertar a la consciencia y alimentarla implica una serie de transformaciones físicas, energéticas, emocionales, mentales y espirituales que no siempre son fáciles de iniciar, realizar y sostener. Ni es rápido, ni fácil, ni inmediato, ni siquiera siempre se percibe como algo satisfactorio, sin embargo, según mi experiencia y creo que la de los pacientes y el alumnado de Noray Terapia Floral, una vez que se camina por ese camino, ninguno queremos volvernos atrás ni abandonarlo. Por algo será. Hermanos y hermanas, “Dios nos quiere atrevidos”.
José Antonio Sande Martínez
Terapeuta emocional y floral
Noray Terapia Floral