(Textos inspirados en palabras del Maestro Paramahansa Yogananda)
La Existencia, es decir, el hecho de existir y tener consciencia de ello es algo que no suele ser considerado de manera cotidiana. Simplemente, uno existe y no se pregunta sobre qué es esa existencia, de qué está hecha, cómo funciona o para qué sirve. Todo lo que existe está regido por leyes (ocultas o no) que le dan estructura y movimiento. La propia Existencia tiene sus leyes internas, desconocidas para la mayoría de las personas, pero que no por ello dejan de tener sus efectos y consecuencias. Una de esas “leyes ocultas” es la Ley del Karma, una ley universal que ordena la vida humana en una dinámica de causa – efecto presente en cada pensamiento, en cada emoción, en cada acción y en cada reacción. Como se verá más adelante esta ley tiene mucho que ver con cuestiones como la reencarnación, el destino y el libre albedrío.
Toda persona es un alma en proceso que, a lo largo de sucesivas existencias, va transitando el camino desde su nacimiento como Alma hasta su integración en la Consciencia Cósmica. Ese transitar transcurre en la Existencia y se rige por las reglas de ésta, de modo que la ley kármica de causa-efecto está presente en los procesos de las almas desde el principio hasta el fin. Pero… ¿cómo se establece la Ley del Karma? Para ello quizás sea necesario aceptar la existencia de una Consciencia Cósmica, creadora de la Existencia, de sus leyes y de todo lo que de ella deriva. Esta Consciencia Cósmica, alejándose de todo juicio e intervención, permitiría que fuese cada persona quien determinase su proceso evolutivo y las consecuencias de éste. A través de la Ley del Karma cada persona (y cada Alma) son responsables de su propio destino, ya que las acciones sanas serán causa de efectos sanos y las acciones insanas tendrán efectos insanos sin influencia de entidad alguna que juzgue ni castigue. Se trataría de un mecanismo automático de autorregulación que actúa a lo largo de toda la existencia del Alma, y al que cada ser humano se ve abocado sin darse cuenta de ello, al menos en los primeros niveles de evolución de la consciencia. Cuando se entra en un estadio evolutivo suficientemente avanzado, la conciencia (atención) sobre el karma aparece en la vida de la persona y ésta se puede plantear trabajar a favor o en contra de dicha ley, iniciándose la posibilidad del libre albedrío.
Se unen aquí varios conceptos, por un lado el karma, por otro la reencarnación de las almas, el desarrollo de la consciencia y el libre albedrío. Intentaré explicarlo de manera ordenada. La Ley del Karma es una ley sobre la Existencia que afecta a todas las almas nacidas. Estas almas han de transitar desde sus orígenes hasta alcanzar la unión con la Consciencia Cósmica, transitando por múltiples existencias que, en parte, pueden pasar por este mundo en el que vivimos. Dichas almas, en algún momento, se encarnan en seres humanos que permiten la vivenciación de experiencias físicas, emocionales, mentales y espirituales necesarias para el proceso de completitud del Alma. En ese proceso el ser humano ha de desarrollar su consciencia para favorecer el acceso del Alma a experiencias cada vez más profundas y sutiles. El desarrollo de la consciencia pasa por cuatro grandes fases: ego, consciencia + ego, consciencia y Espíritu. Y en esas cuatro fases, que pueden durar numerosas vidas, la persona va pasando de una vida instintiva, inconsciente y automática a una vida consciente y cada vez más libre, alcanzando el libre albedrío en diferentes grados.
¿Dónde entra aquí la predeterminación o el concepto de destino? Hay que tener en cuenta que tanto las almas en el Universo como las personas en la Tierra, están sujetas en pequeña y gran escala a la Ley del Karma (ley de causa-efecto), de modo que a un tipo de causas previas le siguen una serie de efectos posteriores. Por ejemplo, si yo me golpeo con un martillo en un dedo (causa), lo más posible es que se me inflame ese dedo (efecto). Esta es una consecuencia natural, y también es una predeterminación, pues ocurre prácticamente en el 100% de los casos que al golpe le siga la inflamación. Ahora bien, si esta experiencia me sirve para aprender que tengo que prestar atención cuando uso el martillo y que tengo que intentar mantener los dedos apartados, las siguientes veces que use la herramienta puede que ya no ocurra, tanto por el aprendizaje como por la atención. Aquí he conseguido romper la predeterminación y cambiar la experiencia. De un modo similar, la predeterminación nos habla de potencialidades que se pueden dar, pero que no son seguras 100% y que, además, pueden ser cambiadas en tanto en cuanto se cambie la causa previa, sea por aprendizaje, por comprensión, por prevención o por cualquier otro medio. Si cambia la causa, lo más posible es que cambie el efecto, rompiendo con lo probable y predeterminado.
Todo lo posible es probable y, en cierto modo, permanece en el limbo de una predeterminación susceptible de ser cambiada cuando, desde una consciencia no egóica, la persona pueda acceder a cierto grado de libertad para elegir, libertad de la que no disponía en la etapa anterior de su desarrollo. Por eso es tan importante realizar el desarrollo de la consciencia, porque permite alcanzar mayores cotas de libre albedrío, lo que favorece el aprendizaje para la persona y la completitud del Alma. A partir de cierto grado de desarrollo de la consciencia la persona puede cambiar aquello que por la Ley del Karma le podía predeterminar a vivir ciertas experiencias y no otras. Para ello, es necesario hacer uso de los actos de voluntad consciente vinculados a la consciencia, alejándose de la vida instintiva, reactiva, inconsciente y automática de la etapa egóica-prepersonal. Estos actos de voluntad consciente son capaces de cambiar la programación emocional y mental insana y favorecer en la persona una vida más equilibrada, armoniosa y sana, alejándose de la ignorancia y el miedo y acercándose a la Sabiduría y al Amor, aspectos fundamentales para el desarrollo espiritual.
Criticar, juzgar o castigar a otros por sus errores es una tendencia muy humana, sin embargo la ley kármica cumple esa función de manera automática e inexorable. Nadie queda libre de su acción y la propia crítica, juicio y castigo son acciones que, al final, repercutirán negativamente para quien las realiza, ya que son acciones opuestas al Amor, al menos cuando se hacen fuera de justa medida. Por el contrario, el uso del libre albedrío y la voluntad consciente dirigidos a ayudar al otro en su propio proceso contienen una energía de Amor que favorece la disolución de parte del propio karma negativo. Esto no quiere decir que una persona se convierta en sierva, esclava o salvadora de los demás, pues si lo hace desde una necesidad egóica no sólo es una reacción en lugar de una acción, sino que en nada favorece ni sus procesos ni los de los demás. A este respecto conviene aquí la lectura de las palabras de San Agustín de Hipona:
“Los hechos de los hombres se conocen solamente por la raíz del amor. Porque muchas cosas tienen buena apariencia y, sin embargo, no proceden del amor. Las flores también tienen espinas. Unas acciones parecen duras, aun salvajes, pero son hechas para disciplina inspirada por el amor. Entonces, un precepto breve: Ama y haz lo que quieras. Si te callas, hazlo por amor; si gritas, también hazlo por amor; si corriges, corrige también por amor; si te abstienes, hazlo por amor. Que la raíz del amor esté dentro de ti y nada puede salir sino lo que es bueno.”
(Homilía VII sobre la primera Carta de San Juan, párrafo 8, de San Agustín de Hipona.)
Es el origen de Amor en sí y no la acción en sí misma lo que determina la disolución del karma negativo, y para ello es necesaria tanto la consciencia como el libre albedrío, pues la ley kármica es ineludible y conoce cuándo la raíz está en el ego, cuándo en la consciencia y cuándo en el Espíritu. La Consciencia Cósmica no castiga pues es la propia acción la que determina las consecuencias kármicas: “En el pecado va la penitencia”.
A partir del momento en el que la persona puede ejercer el libre albedrío, las potenciales consecuencias kármicas de acciones pasadas (de otras existencias) tienen la posibilidad de ser cambiadas, lo que anula, al menos en parte, la predestinación kármica. No es que no se vivan las consecuencias, pero sí que se puede iniciar un proceso de cambio de las tendencias insanas presentes en la persona para que, poco a poco, nuevos hábitos sanos ocupen el lugar de los viejos hábitos insanos causa y a la vez efecto del karma negativo. Esto no se logra luchando contra el defecto sino desarrollando la virtud opuesta, idea expresada en múltiples textos filosóficos y espirituales. Anteriormente se señalaba el concepto de “pecado”. Desgraciadamente esta palabra ha sido llenada de contenidos que no siempre responden a la verdadera naturaleza del concepto. “Pecar” deriva de la palabra latina peccāre cuyo significado es “faltar, fallar”. En sí mismo no tiene significación moral sino que implica equivocarse o fallar en la relación del ser humano respecto al Alma, que es su verdadero Ser. Peca, con mayor o menor gravedad, quien actúa en contra de su Alma, no quien actúa en contra de unas normas morales impuestas por hombres y mujeres, ejercedores de poder, cuya vida está tan sujeta a la equivocación y al pecado como la del resto de los seres humanos.
El pecado o la falta es consecuencia de, al menos, tres factores: 1. Los hábitos insanos que permanecen de pasadas existencias. 2. La ignorancia y el miedo al que el ser humano está abocado en el estadio egóico del desarrollo. 3. La falta de voluntad y la rendición ante las tendencias egóicas cuando ya la consciencia ha sido despertada. Está en manos de cada persona avanzar en el proceso de la existencia y dejar atrás la zona de confort egóica que favorece los malos hábitos. Esto se logra a través de la propia experiencia vital, gastando las vivencias, consumiendo el constructo egóico hasta que deja paso a la consciencia como eje principal de la existencia. Después de esto, la coherencia, el valor, la voluntad, el discernimiento, la perseverancia y el Amor han de ser las cualidades que acompañen al libre albedrío que se “activa” en el momento en el que el ego cede terreno y permite a la consciencia tomar, al menos en parte, las riendas de la vida.
Las faltas pueden ser trascendidas a través de la comprensión profunda de la relación entre el mal hábito, la mente, las emociones y la propia vida. Para ello es necesario un proceso de ampliación de la consciencia que permita la observación de las causas y efectos de las faltas cometidas. Se trata de tomar consciencia de los programas emocionales y mentales causantes de las conductas, así como hacerse consciente de las consecuencias que producen en la persona y su entorno a corto, medio y largo plazo. La toma de consciencia y la comprensión, acompañadas de la firme determinación de no volver a tropezar y el desarrollo de nuevos programas emocionales y mentales sanos son el modo de corregirse. De esta manera, y en cierta medida, se provoca la disolución de las consecuencias kármicas de malos hábitos anteriores. Pero esto no siempre es sencillo ni se consigue por uno mismo/a. En ocasiones, la ayuda de los profesionales adecuados facilita el proceso de evolución de la consciencia. Este es el caso de la terapia y trabajo personal ofrecidos en el centro Noray Terapia Floral.
Tanto el ego como la consciencia y el Espíritu son aspectos connaturales a la naturaleza del ser humano. Cada uno de esos aspectos tiene su momento en un proceso de desarrollo que es la esencia de la existencia en la Tierra. Nada hay de antinatural en el ego como tampoco lo es la consciencia, y nadie puede ser frenado eternamente en este proceso del Alma, aunque ello implique reencarnarse una y otra vez para gastar cada etapa y alcanzar la Sabiduría, la Libertad, La Unidad y el Amor.
Transitar por los diferentes estadios evolutivos de la consciencia (ego, consciencia + ego, consciencia y Espíritu) es el camino hacia la disolución de las consecuencias kármicas negativas, esa es la oportunidad que la reencarnación le ofrece al Alma y al ser humano para trascender la predestinación kármica a través del libre albedrío, una vez que se accede al nivel evolutivo en el que la consciencia despierta y el ego comienza su paulatina retirada. Llegadas al estadio espiritual, las almas quedan liberadas de cualquier influencia kármica y el ciclo de las reencarnaciones, al menos en la Tierra, queda concluido.
La Ley del Karma no sólo afecta a cada persona de manera individual sino que el poderoso campo de información creado por tendencias insanas de grupos completos (familias, sociedades, civilizaciones) puede tener como consecuencia un karma colectivo negativo. Éste afectará a las siguientes generaciones de modo similar al karma individual, provocando padecimientos cuya función no es tanto el castigo como el aprendizaje y el cambio de los hábitos insanos y dañinos, instalados sobre todo en el inconsciente colectivo, por otros más acordes a la armonía y el Amor.
“El mal que uno recibe, aparentemente por herencia o por el entorno y la condición de su nacimiento, se debe en realidad a las malas acciones propias realizadas en vidas pasadas. Las tendencias que uno mismo ha creado y que se traen a esta vida no pueden vencerse con ritos y prácticas religiosas hipócritas y pomposas”, escribe Paramahansa Yogananda. Hace falta un cambio profundo que alcance las diferentes capas del consciente y el inconsciente hasta llegar al Alma. Para ello es necesaria la ampliación de la consciencia a través de diferentes estadios, favoreciendo así la comprensión, el cambio en lo esencial y primigenio y la transformación necesaria para convertir parte de la ignorancia y el miedo en Sabiduría y Amor. Este proceso no se realiza con promesas y oraciones rutinarias vacías de contenido, tampoco con buenos propósitos que caen en el olvido por falta de perseverancia. Hace falta un compromiso profundo con uno mismo/a y con el Alma para realizar las verdaderas transformaciones capaces de disolver la influencia kármica y aportar el campo de información sano y consciente que allane el camino del crecimiento y la evolución.
En el momento de la muerte la “supraconciencia del Alma” hace una revisión de todas las acciones de la persona a lo largo de esa vida. Está valoración pone en marcha la ley cósmica del karma, estableciendo las condiciones de la existencia de ese Alma en la siguiente reencarnación. Sin embargo, antes de dicha reencarnación el Alma puede permanecer en alguna de las regiones astrales donde tendrá la oportunidad de diluir parte del karma negativo que haya acumulado en anteriores encarnaciones. “Obtener el perdón requiere más que el simple acto de “creer”. Es preciso neutralizar las semillas de las tendencias residuales (y su potencial para provocar consecuencias dolorosas) que permanecen en la conciencia de quienes han actuado erróneamente como resultado de sus acciones pecaminosas”, señala Paramahansa Yogananda.
El camino de la Sabiduría y la Consciencia aleja al ser humano de la ignorancia, el miedo y el sometimiento al ego. El tránsito natural de estos estadios culminará en el acceso al Espíritu en el que el Alma despertará a la consciencia espiritual y a la unión con la Consciencia Cósmica. Este es el destino de todas las Almas, jóvenes y viejas que, trascendiendo la ilusión de la realidad egóica alcanzan la Realidad del Ser más allá de todo lo que es.