Hablamos como pensamos y vivimos como hablamos; tanto en consulta como en mi vida personal, frecuentemente, escucho eso de “es sólo una forma de hablar”. Cuando pido a alguien que se dé cuenta del número de veces que dice tal o cual palabra o expresión la respuesta es casi siempre la misma: “es sólo una forma de hablar”. De todas las frases hechas, muletillas y expresiones ésta me parece una de las más comprometidas. Pronunciarla es, a menudo, justificar la limitación mental o emocional en el que se encuentra quien la utiliza.
Prestar atención al tipo de palabras que se pronuncian, la cantidad de veces que se repiten, los refranes, etc., no sólo da una idea del tipo de persona o personalidad que tenemos delante; nos da mucha información valiosa sobre su mundo interior, sus carencias, sus valores y sus añoranzas.
La forma en la que se habla crea la realidad. Los términos en los que nos expresamos, los refranes que utilizamos, etc., son filtros inconscientes que moldean lo que sentimos y cómo lo sentimos, lo que pensamos realmente y un sinfín de informaciones que revelan lo que llevamos dentro. Y lo más sorprendente es que todo esto, emociones, creencias, tipo de lenguaje, etc., tienen un soporte físico y químico en el cerebro llamado engrama. Explicado de forma sencilla un engrama es una conexión neuronal producida por impulsos nerviosos que se originan interna y externamente. Dicho de otra forma, una idea, palabra o refrán genera un impulso químico-eléctrico interno que, al mantenerlo en el tiempo, forma su propia estructura en el cerebro (si el estímulo es emocional y es muy intenso, una sola vez basta para que cristalice; los traumas pueden ser un ejemplo de esto). Así es como una determinada personalidad se nutre y forja una determinada realidad.
Os pongo un ejemplo. Un día estaba pasando consulta a una mujer que repetía constantemente la palabra “sufrir”. Ella sufría por todo. Ésta era su palabra comodín para expresar impaciencia, preocupación, hastío y otras muchas emociones y sentimientos de su vida cotidiana. A nivel neuronal esta persona tiene creada una estructura latente que refuerza cada vez que pronuncia “sufrir”. Sin darse cuenta había generado una realidad en la cual siempre que experimenta una emoción o una idea, por insignificante que fuese, ella la asociaba y la vivía como sufrimiento. Al ponerle todo esto delante su respuesta fue “pero mujer, es sólo una forma de hablar”. En este sentido, parte del trabajo con ella es hacer desaparecer esa palabra de su vocabulario y así eliminar, poco a poco, el engrama que la sostiene para que, después, empiece a percibir su vida sin sufrir.
El tipo de palabras y su uso contextual no es algo casual o fortuito. Es la proyección de la propia subjetividad. Imaginad a alguien en cuyo vocabulario abundan palabras como: grandioso, maravilloso, brutal, supremo, máximo, lo mejor, lo peor, pésimo… ¿Creéis que esta persona vive y siente la vida de forma corriente, aburrida o sin pasión? Al pronunciarlas se está nutriendo de una energía generada a nivel cerebral que le hace experimentar y vivenciar (consciente o inconscientemente) unas emociones asociadas.
Los refranes y frases hechas también forman parte de esa realidad inconsciente y subjetiva. Pensad en alguien que tiene interiorizadas desde su niñez (y suele decir asiduamente) frases como: “el mejor amigo es un duro en el bolsillo”, “me hizo pasar la rueda de las navajas”, “a quien de otro se fía, válganle Dios y Santa María”, “de quien yo me fío, guárdeme Dios mío”… ¿Desde qué emociones pensáis que se está moviendo? ¿Cuáles creéis que son los filtros por los que esta persona percibe sus relaciones con los demás?
Poner atención al lenguaje no sólo proporciona una gran herramienta de análisis del propio mundo interior y del de los demás, también permite moldear la realidad ajustándola a la propia conveniencia. Es necesario e interesante buscar cuáles son las palabras clave en el vocabulario, los refranes y sentencias que, a modo de normas, rigen la vida. Después, poco a poco, se ha de cambiar aquello que no es nutritivo, agradable, sano o conveniente. Ello ayuda en el proceso de percepción y procesamiento de los estímulos e información, así como a la capacidad de interaccionar con el entorno de manera más sana y consciente.
Os invito a repasar vuestro vocabulario “emocional” y realizar el siguiente ejercicio simbólico: coged un diccionario que ya no utilicéis. Buscad todos aquellos vocablos que queráis eliminar de vuestra percepción: tonta, feo, culpabilidad, loca, trauma, torpe, gordo, sufrir, suspenso, fracaso… y tachadlo todo, palabra y definición. A la vez id suprimiéndolas de las conversaciones y, poco a poco, de vuestro discurso interno; buscad sinónimos, ampliad vocabulario… Con perseverancia y atención consciente empezaréis a sentir los cambios.
Sólo intentarlo ya es proceso y desarrollo personal y, sean cuales sean los resultados, recordad este instructivo refrán: “en el cambio está la evolución”.