El desarrollo de la Técnica de Mapas Emocionales, su profundidad y su eficacia, se fundamentan en diferentes elementos de estudio de la ciencia de la Neurología y la Psicología. En este artículo expongo su relación con la Teoría de los engramas neuronales y con algunos textos de Carl Gustav Jung de su obra Los complejos y el inconsciente.
Comenzando con los textos de Jung, me remito a algunos párrafos concretos de la cuarta conferencia que el reconocido psiquiatra y psicólogo pronunció en Basilea, en la Sociedad de Psicología en el año 1934. Estas conferencias se reunieron posteriormente bajo el título de Introducción a la psicología analítica y aparecen en los capítulos Funciones y estructuras del consciente y del inconsciente, La experiencia de las asociaciones y Teoría de los complejos del citado libro Los complejos y el inconsciente. En concreto, y para que sirva de referencia, utilizo la edición de Psicología, Alianza Editorial del año 2005.
Referido al concepto de los engramas neuronales, utilizo como base fundamental el texto Engramas neuronales y teoría de la mente de Javier Monserrat, profesor titular de la Universidad Autónoma de Madrid, en el departamento de Psicología Básica.
La Técnica de Mapas Emocionales se basa en la concepción de la actividad mental y emocional como un conjunto de programas emocionales (emociones y sentimientos) y mentales (pensamientos y creencias) que interaccionan entre sí configurando una cartografía emocional, una emocionalidad concreta, personal y única, definitoria del yo – identidad de la persona. A este respecto, aquello que en esta técnica se denomina programa, es similar a lo que Jung bautizara en su día como complejo. Así, Jung define al complejo como: “un contenido psíquico de tonalidad afectiva que puede ser bien inconsciente, bien consciente en grados diversos” (Los complejos y el inconsciente. Pág. 150). Ahora bien, todo complejo o programa tiene un soporte orgánico en el cerebro, lo que se conoce como engrama. Javier Monserrat define engrama como “una estructura de interconexión neuronal en el cerebro producida por la propagación terminal de los impulsos nerviosos químico-eléctricos (transmitidos por vía sináptica) originados en las terminaciones del S.N. conectadas con el medio interno o externo” y continúa diciendo: “Imaginemos la complejísima tela de araña neuronal: millones y millones de neuronas, cada una con cientos y miles de conexiones sinápticas con otras neuronas desde sus axones y estructuras dendríticas, hasta permitir casi una infinita combinatoria de caminos y formas de interconexión específica, patrones de activación o engramas” (Engramas neuronales y teoría de la mente. Pág. 11).
De este modo, los programas (o complejos) son los sucesos psíquicos internos y los engramas son los soportes físico-químicos de dichos sucesos, dando lugar a la concepción de la emocionalidad como una cartografía interior psíquica, química, física y trascendente de la persona.
“Para el punto de vista actual nuestra vida psíquica se apoya en la existencia de engramas neuronales que llevan consigo el correlato de nuestra experiencia psíquica. Cada sistema sensitivo-perceptivo surge de sus engramas específicos. El registro de lo que pasa en nuestra vida psíquica consciente se apoya en la persistencia de los engramas que la producen en tiempo real. La memoria, pues, se basa en la reactivación de los engramas. Los conocimientos e ideas formados del mundo sentido – percibido producen también engramas en tiempo real que quedan igualmente registrados, pudiéndose evocar después por la memoria, al igual que evocamos imágenes o sonidos. La vida emocional está también producida por engramas neuronales, cuya activación presenta el correlato psíquico-conciente de “sentir las emociones”. Toda la vida psíquica en el marco de lo consciente, posible objeto de una descripción fenomenológica, está, en definitiva, fundada en la tupida red de engramas construidos en el cerebro; en parte dentro de una topología neuronal genética y en parte como resultado del propio curso de la vida que los ha formando por las sensaciones, percepciones, conocimientos, sentimientos… de cada ser humano. […] El qualia, la experiencia psíquica consciente, ocurre al estar activado un cierto engrama que la produce; pero la activación específica es, digamos, la punta del iceberg de una complejísima pirámide de engramas que van activándose y desactivándose como infraestructura inconsciente, mecánica, automática, que se constituye en soporte neuronal de los engramas finales productores de la conciencia.” (Engramas neuronales y teoría de la mente. Págs. 14 y 15).
Como se puede deducir del texto anterior, la emocionalidad de la persona se sitúa en un espacio psíquico, químico y físico en el cerebro, en forma de engramas. Esta emocionalidad, configurada por los programas emocionales y mentales, se pone de manifiesto en la conciencia, relación e interacción del sujeto respecto a sí mismo y al entorno, y puede ser plasmada y representada externamente haciendo uso de la Técnica de Mapas Emocionales. Cabe introducir dos definiciones con el fin de facilitar la comprensión de los conceptos referidos a la técnica:
– La geografía emocional es la concepción de la emocionalidad de cada persona como un paisaje interior, consciente e inconsciente, configurado por el conjunto de emociones, sentimientos, creencias y pensamientos (programas emocionales y mentales) que definen la relación emocional de la persona consigo misma y con el mundo.
– Los mapas emocionales son la expresión en forma de mapa conceptual del conjunto de conexiones e interrelaciones (conscientes e inconscientes) entre los diferentes y variados programas emocionales y mentales que configuran una parte o la totalidad de la emocionalidad de la persona.
Sigamos adelante con Jung y su pensamiento:
“Un complejo (programa), en efecto, es como una especie de imán, un centro cargado de energía atractiva que se anexiona todo lo que se encuentra a su alcance, incluso cosas indiferentes. Cuando, por ejemplo, hemos vivido un episodio notable, conservamos en la memoria ciertos detalles de la localidad, de los olores, etc., que quizá son en sí perfectamente ajenos e indiferentes al sentido del complejo. No por ello dejan de ser englobados por el complejo en la esfera del tabú; son también marcados por el signo del tabú y, convocados oportunamente, pueden actuar como estimulantes condicionales del complejo. Por esta razón se dice que el complejo ejerce un efecto atrayente y asimilador. Quienquiera que se encuentre bajo el influjo de un complejo predominante asimila, comprende y concibe los datos nuevos que surgen en su vida en el sentido de este complejo, al que quedan sometidos; en resumen, el sujeto vive momentáneamente en función de su complejo, como si viviera un inmutable prejuicio original.
Los complejos –nuestras experiencias lo muestran claramente- gozan de una autonomía acentuada, es decir, son entidades psíquicas que van y vienen según su capricho; su aparición y desaparición escapan a nuestra voluntad. Son semejantes a seres independientes que llevasen en el interior de nuestra psique una especie de vida parasitaria. El complejo hace irrupción en la ordenación del yo y permanece allí por su conveniencia; experimentamos las mayores dificultades en desembarazarnos de él. Además, como acabamos de decir, un complejo, en cuanto se manifiesta de forma sensible, altera nuestra conciencia: nos obliga a asimilar, a comprender, quiero decir, a cometer malentendidos, en función de su tonalidad propia; turba nuestra memoria: las respuestas influenciadas por complejos no dejan recuerdos fieles o son olvidadas; el valor de nuestro testimonio se ve comprometido por la acción de los complejos hasta el punto de que éstos nos empujan, incluso a mentir sin darnos cuenta, a contradecirnos; pues cuando un complejo reina en nosotros, ya no somos del todo nosotros mismos.
[…] No podemos con él; el complejo constituye, por así decirlo, una entidad psíquica separada, sustraída en medida más o menos grande al control jerarquizante de la conciencia del yo. De aquí el hecho singular de que los complejos pueden ser provisionalmente conscientes, para desaparecer y hundirse luego eventualmente en el inconsciente, desde donde nos mantienen bajo su férula, sin que notemos siquiera que sufrimos su influencia; pues cada vez que un complejo manifiesta su presencia desplegando actividad, provoca en la conciencia un efecto típico […]. La conciencia, al mismo tiempo, ve ceder su nivel; se constata un <<descenso del nivel mental>>, es decir, una disminución de la intensidad de la conciencia […]. Si esto, como lo representa nuestro esquema, se produce de forma intensa hasta un estado en el que el complejo ejerce un dominio total sobre el sujeto, la conciencia, durante este lapso de tiempo, se encuentra suspensa, se hace subliminal, recubierta como está por el complejo; es entonces como si no se dispusiera ya de ninguna conciencia normal y como si no existiera más que el afecto (programa). […] Este descenso del nivel mental se produce con frecuencia en la vida corriente, sin que se llegue a localizar el complejo que lo ocasiona, pues éste se mantiene imperceptible tanto para el sujeto mismo como para una persona que le observa; sólo la debilitación de la conciencia es perceptible. Se asiste de pronto a una pérdida de intensidad de la conciencia, el sujeto se vuelve distraído, no presta ya correctamente atención y, si se le pregunta qué le pasa, no sabe responder. Los primitivos dicen de esto que los ha abandonado un alma, lo que expresa bellamente el hecho de que una parcela de energía de la conciencia ha sido transferida a un complejo subyacente. Ciertos enfermos mentales expresan este fenómeno diciendo: << Me han robado mis pensamientos >>, como si el complejo, de pronto, aspirara hacia sí lo que ordinariamente se produce en la superficie de la conciencia. La jerga psicológica llama a esto una pérdida de la libido, pues ésta ha sido captada por otro centro. La energía, sin embargo, no desaparece sin dejar huellas; va a inervar a un complejo ya existente. De ello puede resultar perturbaciones verbales, estados de excitación, trastornos de la circulación, etc., pues los complejos son una especie de parásitos psíquicos (programas fuera de justa medida) capaces de anidar en tal o cual función (se refiere a las funciones sentimiento, pensamiento, sensación e intuición).” (Los complejos y el inconsciente. Págs. 152, 153, 154, 155).
Respecto a la “libido” creo necesarias dos aclaraciones. En primer lugar la palabra correcta es libido y no líbido, aunque sea costumbre en español acentuarla en la primera sílaba. En segundo lugar, la concepción freudiana de la libido hace referencia al deseo sexual, mientras que Jung la considera la energía psíquica del sujeto, sin connotación sexual directa.
Quiero llamar la atención en el texto anterior de Jung sobre el hecho de que concibe un complejo como “contenido psíquico de tonalidad afectiva que puede ser bien inconsciente, bien consciente en grados diversos” (Los complejos y el inconsciente. Pág. 150). De manera similar, un programa (emocional o mental), es un contenido psíquico-experiencial, una vivencia interna o externa del sujeto, que se graba en el cerebro en forma de engrama y cuya condición y energía particulares permanecen en el consciente o en el inconsciente, en estado activo o latente. En cualquiera de los casos los programas configuran parte la emocionalidad, intelectualidad e identidad del sujeto. Estos programas, como ya se señaló anteriormente, pueden ser emocionales, configurados por emociones y sentimientos y mentales, en cuyo caso se refiere a creencias y pensamientos. Los programas, a su vez, pueden mantener su condición y energía en una justa medida o fuera de justa medida, siendo la justa medida exclusiva del sujeto, su vida, sus circunstancias, necesidades, nivel de conciencia y lecciones vitales y trascendentes que su ser interior haya de experimentar.
Estos programas son pues sucesos psíquicos, conscientes o inconscientes, con condición y energía particular, referidos a la vida interna y externa del sujeto, que se materializan en engramas neuronales y que configuran la programación emocional y mental del sujeto, dándole una sensación de identidad y realidad propias y creando en torno a todo ello un yo consciente del yo, pero apenas consciente de los programas que le dan forma, ya que la mayoría de los programas se sitúan en el plano inconsciente del ser.
La Técnica de Mapas Emocionales tiene como objetivo fundamental plasmar en forma de mapa conceptual los programas, al menos aquellos que, a lo largo de la existencia, se han mantenido fuera de justa medida, influyendo de manera insana en la vida del sujeto. No solo se trata de hacerlos conscientes, sino de darles un orden jerárquico, temporal y de interrelación, de modo que el sujeto pueda llegar a contemplar el esquema de su emocionalidad, con sus conexiones, interacciones, territorios, etc.
“No existen procesos psíquicos aislados, del mismo modo que no existen procesos vitales aislados.” (Los complejos y el inconsciente. Pág. 165).
“El qualia, la experiencia psíquica consciente, ocurre al estar activado un cierto engrama que la produce; pero la activación específica es, digamos, la punta del iceberg de una complejísima pirámide de engramas que van activándose y desactivándose como infraestructura inconsciente, mecánica, automática, que se constituye en soporte neuronal de los engramas finales productores de la conciencia.” (Engramas neuronales y teoría de la mente. Pág. 15).
En este sentido expresado por Jung y Javier Monserrat, es manifiesto el hecho de que los programas emocionales y mentales (complejos + engramas) no funcionan de manera aislada, sino que se interconectan unos con otros en una red compleja en la que la activación consciente o inconsciente de uno o varios programas provoca, a su vez, la activación, de nuevo consciente o inconsciente, de otros programas, en una cascada de energías, condiciones, contenidos y neuroquímica que afecta, en cada momento, al sujeto en su manera de percibir y percibirse, sentir y sentirse, pensar, interactuar, relacionarse y reaccionar. Esencialmente, esto condiciona de tal modo que la vida se presenta como un conjunto y sucesión de reacciones, unas conscientes, la mayoría inconscientes, aun cuando el sujeto tenga la ilusión de la libertad en cada momento de su existencia. Quizás algún lector o lectora se pregunte si estoy hablando de determinismo. En efecto, los programas emocionales y mentales que configuran la identidad, emocionalidad e intelectualidad, el yo, en número de miles, condicionan la vida del sujeto de tal manera que la mayor parte del tiempo vive en reacción y no en acción. Esto, según mi experiencia profesional, representa un grado mayor o menor de determinismo.
En palabras de Jung:
“La unidad de la conciencia – equivalente a la <<psique>>- y la supremacía de la voluntad, poseídas a priori sin examen, están puestas seriamente en duda por la existencia misma de los complejos. Toda constelación de complejos [esta noción expresa que la situación exterior estimula en el sujeto un proceso psíquico marcado por la aglutinación y la actualización de ciertos contenidos. La expresión <<está constelado>> indica que el sujeto ha adoptado una posición de expectativa, una actitud preparatoria que presidirá sus reacciones. La constelación es una operación automática, espontánea, involuntaria, de la que nadie puede defenderse. Los contenidos constelados responden a ciertos complejos que poseen su propia energía específica. Pág. 166)] suscita un estado de conciencia perturbado: la unidad de la conciencia viene a faltar y la intención voluntaria resulta, si no imposible, sí por lo menos seriamente estorbada. También la memoria, como hemos visto, se ve a menudo muy afectada por ellos. Es preciso concluir que el complejo es un factor psíquico que posee, desde el punto de vista energético, una potencialidad que predomina, en algunos momentos, sobre la intención consciente; sin ello, semejantes irrupciones en el orden de la conciencia no serían posibles. De hecho, un complejo activo nos sume durante un tiempo en un estado de no libertad, de pensamientos obsesivos y de acciones forzadas (reacciones), estado que se relaciona en ciertos aspectos con la noción jurídica de responsabilidad limitada.
¿Qué es, pues, científicamente hablando, un <<complejo afectivo>>? Es la imagen emocional y vivaz de una situación psíquica detenida, imagen incompatible, además, con la actitud y la atmósfera conscientes habituales; está dotada de una fuerte cohesión interior, de una especie de totalidad propia y, en un grado muy elevado, de autonomía: su sumisión a las disposiciones de la conciencia es fugaz y se comporta en el espacio consciente como un corpus alienum (cuerpo extraño), animado de una vida propia.” (Los complejos y el inconsciente. Págs. 168, 169).
“La libertad del yo cesa en las proximidades de la esfera de los complejos.” (Los complejos y el inconsciente. Pág. 178).
La posibilidad de hacer conscientes, reconocer, comprender y ordenar los programas limitantes en un mapa emocional favorece la ampliación de la conciencia sobre el propio yo y la constelación de programas condicionantes a través de los cuales el sujeto interacciona consigo mismo y con el mundo exterior. Solamente el hecho de tomar conciencia es ya un hecho esclarecedor, liberador y transformador. Si a ello se le añade la posibilidad de ordenar, visualizar y comprender el funcionamiento de la constelación de programas internos, el avance en el proceso terapéutico o evolutivo es manifiesto y sanador.