El Alma es una entidad de naturaleza procesal. Fuera y dentro de nuestro cuerpo y nuestro yo, en este o en otros mundos, en esta o en otras dimensiones, el Alma es proceso. En nuestra dimensión humana esa Alma transita las experiencias del yo nutriéndose de todo aquello que el ser humano llama vida. Cuando una experiencia queda integrada, cuando no es necesaria más vivencia, el Alma demanda movimiento, cambio, acción, pero el yo, ignorante, acomodado o temeroso, se niega a dar el siguiente paso, se niega a salir de su zona de confort. Es entonces cuando se produce el desencuentro entre el inconsciente (Alma, Sí-mismo) y el consciente (personalidad, yo). Edward Bach, descubridor de la Terapia Floral, mantenía la opinión de que “la enfermedad es la consecuencia de un conflicto entre el Alma y la personalidad”, y así, cuando el Alma empuja al ser humano hacia un nuevo destino, la personalidad puede negarse consciente o inconscientemente al cambio. El desequilibrio emocional, mental, energético o físico es la consecuencia de esa dualidad en el proceso. ¿Cómo poner de acuerdo al Alma y a la personalidad, al inconsciente y al consciente, al Sí mismo y al yo?
Quien vive esta situación puede ser consciente de ella o no. Si es consciente se da un desencuentro interior, una dicotomía exasperante, si no lo es el desencuentro se produce a un nivel inconsciente y profundo. Las señales de alarma de este cortocircuito entre Alma y personalidad saltan, primero como oportunidades de cambio, después como una necesidad, esta es la fase sana. Si no se hace caso, surge la urgencia de cambio y, por último, la quiebra (síntoma, enfermedad, accidente, suceso grave), esta es la fase insana.
En cualquiera de las fases, de los momentos (oportunidad, necesidad, urgencia o quiebra), la persona puede decidir actuar. Las resistencias de la personalidad han de ser vencidas, sin embargo no todas las personas tienen la misma habilidad, voluntad o conocimiento para trascenderse a sí mismas. En esta circunstancia es donde la Terapia Floral alcanza su sentido. Tanto para acompañar al que puede, como para facilitar el proceso al que no puede, la Terapia Floral aporta el tipo de energía necesaria para favorecer la toma de conciencia y la comunicación entre el Alma y la personalidad. Es entonces cuando la personalidad escucha y el Alma habla. Habla en forma de sueños, sincronicidades, destellos de comprensión, tomas de conciencia, de modo que se hace consciente lo inconsciente, y la persona puede contemplar su vida con mayor claridad, detalle, amplitud y profundidad. La persona comprende, y, por ello, aprehende, lo que le lleva a trascender una parte de su personalidad e integrar en ésta nuevos aspectos del Alma.
El proceso de comprender-aprehender-trascender-integrar es una sinergia entre Alma y personalidad, necesaria para la evolución hacia un proceso de individuación, cada quien en el nivel de conciencia en el que viva.
La Terapia Floral impulsa y favorece el diálogo profundo entre Alma y personalidad, ayudando a ampliar la conciencia sobre el inconsciente, accediendo a lo que no se percibe, posibilitando la coherencia entre lo que se Es, lo que se siente, lo que se piensa, lo que se dice y lo que se hace. A mayor coherencia entre esos cinco factores, mayor equilibrio interior, mayor salud y mayor armonía vital. La consecución de este estado precisa de una mirada hacia el interior así como la aceptación de la vida como un devenir continuo, transformador y evolutivo en respuesta a las necesidades del Alma.
Lo que es camino para el Alma es destino para el ser humano. La toma de conciencia profunda de esta afirmación, la compresión de la verdad que en ella reside, despierta el sentido trascendente de la existencia. La Terapia Floral favorece la aceptación del camino de Alma y la integración de la personalidad en su proceso de completitud, seamos o no conscientes de ello.