En artículos anteriores (publicados en Facebook y en mi web) he descrito con base científica y psicológica el cómo y el por qué de la programación emocional. De lo que no he hablado, y de ello va este artículo, es de cómo esa programación impide la libertad de la persona hasta un punto insospechado. Y es que, en gran medida, no vivimos en acción, sino en reacción y, para más inri, no somos conscientes de ello.
De manera resumida y simplificada se puede decir que los aprendizajes se fijan en grupos de neuronas llamados engramas o sistemas neuronales que actúan como depositarios del conocimiento intelectual o el recuerdo. Cuando esos engramas reciben estímulos internos o externos, se activan creando pensamientos o imágenes mentales conscientes o inconscientes que, a su vez, activan emociones y sentimientos. Estos procesos son casi instantáneos, a menudo inconscientes y, muchas veces, incontrolables. Pueden ser instintivos, mentales, emocionales o intuitivos y están presentes en la vida de la persona permanentemente, ya que no es posible desconectarse de esa programación de manera sencilla, y menos cuando no se es consciente de ello.
Diferencia entre vivir en acción y vivir en reacción
La diferencia entre vivir en acción y vivir en reacción, en la adultez, tiene que ver con la conciencia, pero… ¿qué es la conciencia? Voy a utilizar aquí una definición de Carl Gustav Jung que creo sencilla y clarificadora: “Ser consciente es percibir y reconocer el mundo exterior, así como el propio ser en sus relaciones con el mundo exterior” (Los complejos y el inconsciente). Este tipo de conciencia se presenta en diferentes grados, como ya expliqué en algún artículo anterior, por lo que no todas las personas tienen el mismo grado de reconocimiento del yo interno, de lo otro externo y de las relaciones entre ambos aspectos. En el caso que atañe a este artículo lo que interesa es la relación con el yo, entendido este como la personalidad, es decir, el conjunto de conductas, hábitos, actitudes, creencias, pensamientos, emociones, etc. que configuran la identidad de la persona y que la propia persona considera que es.
En realidad, esa personalidad está formada por programas emocionales y mentales, configurados en engramas o sistemas neuronales, que pueden funcionar en modo consciente o inconsciente y en forma voluntaria o involuntaria y, sobre todo, pueden ser sanos o insanos.
Y… ¿de dónde vienen esos programas?
Unos nacemos con ellos, y dan forma al temperamento, otros se adquieren a lo largo de los primeros años de vida (de los 0 a los 6 aproximadamente un 90%), a través del ejemplo familiar, la imitación, la educación, la información del entorno y las experiencias vitales. Todos estos programas, miles de ellos, conforman gran parte del software o sistema operativo de las personas, y esto se refleja, en gran medida, en la personalidad.
¿Queda margen para ser otra cosa que programas?
Por supuesto, porque además de la mente, hay otro ordenador central en el ser humano con su propio sistema operativo: la consciencia. Si la conciencia es el reconocimiento del yo interno, de lo externo y de las relaciones que se establecen entre ambos, la consciencia es conciencia de la conciencia, es decir, la capacidad de posicionarse como observador de las relaciones del yo con el propio yo y con lo otro y los otros.
¿Para qué puede servir la consciencia?
Para evolucionar hacia una mayor profundidad en la relación con la Vida. ¿Todo el mundo lo necesita? No necesariamente. Dependiendo del proceso y el momento de evolución de su Ser interior, el grado de conciencia y de consciencia va a favorecer (o no) el funcionamiento en acción más que en reacción de los programas emocionales y mentales.
Gran parte de esos programas se activan inconscientemente y de manera automática, de modo que la persona no se da cuenta de que están activos hasta tiempo después de haber realizado la acción, el pensamiento, la emoción o la sensación. A veces se da cuenta “a toro pasado”. Esto es vivir en reacción, y sucede en cualquier ámbito de la vida. Más aún, la manera de pensar y de procesar la información también está condicionada por esta programación, por lo que muchos de los pensamientos tampoco son un acto de voluntad libre y consciente sino una reacción interna de la que se puede medio reconocer el por qué, se escapa el para qué y no se llega a imaginar el desde dónde. ¡Y aún hay quien piensa y afirma en voz alta que es libre y hace lo que le da la gana!
A lo largo de estos años de ejercicio profesional he podido observar cuánta gente se siente y se piensa libre cuando, en realidad, su nivel de programación es altísimo. Sin embargo, se justifican con una lógica intachable. Si no estuviesen programadas y en desequilibrio ¿cómo puede ser entonces que con Flores de Bach se puedan cambiar esas conductas emocionales? Porque esas conductas, ideas y emociones están vinculadas a programas emocionales y mentales relacionados con la educación, las lecciones del Ser interior, la personalidad y otros factores, y de nada sirve una explicación lógica desarrollada a posteriori para justificar una manera de ser y de estar.
La mayoría de las personas, la mayor parte del tiempo, viven en reacción. El ejercicio de la voluntad libre y consciente es un grado de conciencia y consciencia que hay que esforzarse por alcanzar a través de un proceso de evolución personal que cada uno puede hacer a lo largo de su vida, si se es capaz de vencer los programas limitadores en forma de miedos, comodidades, prejuicios o ignorancia. En esto consiste una parte del desarrollo de la conciencia, en conocerse y comprenderse mejor, alcanzando, por ello, un punto de libertad un poco más amplio y consciente.
Ahora bien, el cambio interior no solo requiere la toma de conciencia, en realidad es la suma de tres factores: conciencia + voluntad + acción. Es lo que suelo llamar acto de voluntad consciente y lo que C. G. Jung llamaba “atención y voluntad”. El estar en conciencia, más el acto de la voluntad, más la acción movilizadora y creadora configuran ese acto de voluntad consciente desde el que cada uno puede cambiar, evolucionar y mejorar. Si no es así, la mente se encargará de tomar el mando mediante actos involuntarios inconscientes, haciendo creer a la persona que son voluntarios y muy conscientes, disfrazando de libertad lo que es pura reacción.
¿Podemos elegir vivir en acción o en reacción?
Sí. Ahora bien, si se quiere vivir en acción hay que hacer un trabajo permanente de toma de conciencia y de desarrollo de la consciencia, algo a lo que muchas personas parecen no estar dispuestas a dedicarle tiempo ni esfuerzo, ya que implica abandonar la zona de confort y aventurarse en la Vida, y esto no siempre en aceptable ni aceptado.
Quiero terminar este artículo exponiendo una fórmula que ya trasladé al público en 2008 en el libro Clínica y Terapia Floral (Índigo) escrito en coautoría con el gran maestro Luís Jiménez, concretamente en la página 112:
CO x AC = E + M
Conciencia original x Acto creador = Energía + Materia
Lo que viene a decir que la conciencia de origen multiplicada por cada acto de creación da como resultado la suma de toda la materia y toda la energía. En el caso de las personas, el Ser de cada una es esa conciencia original que, impregnando cada acto de creación, resulta en todos los hechos que cada persona experimenta en su vida, sean estos materiales o energéticos.
La diferencia de vivir en acción o reacción está en la conciencia y la consciencia, el resultado será un mayor grado de libertad o un mayor grado de esclavitud. O mirado de otro modo, un mayor grado de Amor o un mayor grado de Miedo. En esto, como en todo lo demás, todos somos Almas en proceso.